Sí, y con eso nos referimos a los folletos, firmas de gente que uno no conoce, libros en remate, uno que otro robo, y libros de texto en saldo que las oleadas de estudiantes buscan en la FIL. Sin embargo, uno que otro despistado sí logra llevarse algún cuento, siente curiosidad por una novela o, para no salir con las manos vacías, se lleva el primer libro que llega a sus manos, hasta un misario es útil para ello. Ahora bien, este es un encuentro entre libreros, editoriales, fondos universitarios, distribuidores y hasta papeleras que vienen a hacer negocios; la feria es, hasta cierto punto, un reflejo a microescala de la economía de este país. En este lugar y en estos días se decide el rumbo editorial del siguiente año, o al menos de los meses por venir.
En este sentido, ¿para quién está hecha la FIL de Guadalajara? ¿Realmente para los lectores? ¿O para los escritores y sus fans que van en busca de la fiesta y el alcohol gratis? Éstos, en ocasiones, pareciera se olvidan de gran parte de su público: algún curioso estudiante que tiene que entregar un reporte como tarea y que intenta registrar algo lo suficientemente sobresaliente para que su maestra de literatura lo califique, al menos, con un 8.
En un ambiente tan lleno de júbilo, a veces es desconcertante encontrar libros como Procesos de la noche (Editorial Almadía, 2017), que narra la peregrinación de Diana del Ángel (la autora) junto a la familia de Julio César Mondragón, alumno normalista de Ayotzinapa asesinado, desollado y abandonado en una calle polvosa de Iguala hace 4 años para pedir una segunda exhumación de su cadáver y poder aclarar, de una vez por todas, los motivos de su muerte.
Este tipo de obras son un balde de agua fría dentro de un Festival Internacional de Literatura, en el mejor de los sentidos, porque te regresan a la realidad después de estar inmerso en una fantasía de tinta y papel. Nos regresan a México en el que vivimos y al desgaste emocional que implica habitar un país lleno de corrupción, donde “la verdad histórica” no existe, sino un montón de verdades que confluyen y que, irónicamente, se sostienen igual con un alfiler. Es decir, incluso en estos eventos se respira la realidad de nuestro país, y se comparten las realidades de las otras regiones a través de los visitantes internacionales. Las letras son, por sí mismas como mecanismo humano, un método de identificación y asentamiento de esta especie. Aquí hay millones de libros que contienen la versión actualizada del mundo, por un momento, unos días.
Desde que se anunció que Madrid sería la ciudad invitada en la edición 31 de esta feria, se especuló acerca de los temas que la llamada “Madre Patria” pondría sobre la mesa de este evento, y fue así que nos encontramos con Kirmen Uribe, escritor oriundo de Ondarroa Vizcaya, España, pero francés por adopción, que trajo bajo el brazo su más reciente obra La hora de despertarnos juntos (Seix Barral, 2017) una novela basada en la vida de Karmele Urresti, y que narra pasajes de su vida en medio de la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial. Una obra que nos obliga a reflexionar sobre la posibilidad de encontrar el cobijo del enamoramiento en medio del conflicto.
¿Qué tan ultrajado estará el idioma de Cervantes? que este libro fue escrito primero en francés y posteriormente fue traducido al castellano. Cuatro años fueron los que Kirme, con gran paciencia, llevó a cabo su investigación y recolección de datos, un verdadero acto zen que ha derivado en una novela poco convencional, que pone en contexto las dificultades vividas durante la época de la dictadura de Franco.
Escritor, cuentista, poeta y músico, Julián Herbert, Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, presentó en la FIL 2017 su más reciente libro Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino (Literatura Random House, 2017), una serie de cuentos llenos de sarcasmo y humor negro, que integran una realidad cruda.
“Este libro me permite divertirme mucho, acercarme a temas muy dolorosos y duros como la paternidad, los sueños frustrados, En general, mis personajes son puros losers, y yo sé que mucho de eso viene de mí, es una autoparodia en muchos sentidos, y este libro me permite reirme de eso”.
Herbert ha incursionado en otros géneros como el cine, donde ha colaborado como guionista con Gibrán Portela (Güeros).
Y fue así que nos contó su experiencia:
“El trabajo en colaboración depende de una actitud y de qué tanto te importa el objeto del arte, que tanto te importa tu ego o tu opinión, si tú tratas de imponer tu opinión es muy difícil el colaborar, pero cuando trabajas con alguien propositivo, con gente que está dispuesta a ser influida por el otro, es fantástico y justo así fue mi experiencia de trabajar con Gibrán Portela”.
Un burócrata mexicano que vomita sobre la Madre Teresa de calcuta, un coach vengativo, un reportero adicto al crack, el fantasma de Juan Rulfo, un narcotraficante idéntico a Quentin Tarantino. Son solo algunos de los personajes que Herbert plasma en su libro, llenos de referencias contemporáneas de cine, música y cultura popular.
“Yo no quería que los conflictos de los personajes fueran banales yo quisiera pensar que dichos conflictos son serios, pero ellos son personajes muy raros. Yo no quiero darle instrucciones de lectura al lector, y es que no puedo no hablar del lector pero en este si, este libro se convierte en un reto para el lector”.
Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino es una obra cruda, que escudriña lo más oscuro e inhumano del hombre con un gran sentido del humor no apta para lectores sensibles, o algunos quisquillosos que esperan un cuento con final feliz.
En la FIL no sólo hay libros; también hay artes plásticas. Así, los Museos de Guadalajara abren sus puertas a Madrid, ciudad invitada. Dentro del MUSA (Museo de Arte de la Universidad de Guadalajara), se esconden los hombres en movimiento de Orozco; ahí nuestras cabezas ascendieron al cielo para ver como los muralistas triunfaron en su intento de llevar la cinematografía al muralismo. Todo es violencia en las imágenes de Orozco, vomitan movimiento y convocan indignación; un rincón de descubrimiento se nos abrió con las figuras llameantes del muralista. Imágenes dispuestas sobre los muros de un edificio neoclásico (uno de los estilos favoritos del porfiriato), que contrastan en material, color y forma, y que en gran medida recuerdan la intención del gran Andrea Pozzo S. J. por reproducir la inmensidad del cielo proyectado al infinito. Con ello queremos decir que no es la primera vez que la solidez de la roca adquiere plasticidad con lo que se representa sobre ella. Después de la sorpresa de hallarnos con el muralista, caminamos por la escalera bifurcada, como serpiente de dos cabezas, para entrar a la exposición Fragmentos de la Memoria II de la artista madrileña Elena Asins (1940 - 2015); y llegamos a la calma de la armonía. Líneas en la búsqueda del equilibrio, líneas que buscan un rumbo, líneas interrumpidas por otras líneas, que forman ángulos, ritmo, composición, compulsión; Elena fue una eterna buscadora de las distintas posibilidades de equilibrio; su obra obliga a la contemplación, a ver como las líneas, es decir, el punto en movimiento recto, supuestamente quieto, se balancea en el espacio del papel blanco u otras superficies, donde después de verlas por largo rato, parecen burlarse de uno; de la ingenuidad de pensarlas inertes. “Y sin embargo, se mueven…” imaginamos que diría Elena. Una exhibición que ejemplifica el arte conceptual de mediados del Siglo XX, si bien por la sencillez en su forma, pero con la tremenda carga del fondo, que intenta explicar la fragilidad, frugalidad e inutilidad de la creación humana, hasta el devaneo sencillo de la línea por sí misma, dejándola fluir sin cortapisas, como si la artista fuera el instrumento y no al revés, contenida solamente por el borde o el silencio del papel.
Bajo un sol abrazante, Guadalajara nos sorprendió. La Edad Media apareció frente a nosotros, la piedra pulida se alzaba entre contrafuertes y vitrales de colores, de esos que anuncian que la divinidad está cerca. Un camino de luz compuesto por un azul profundo, intenso, masculino, flanqueado por dos vitrales multicolor y contrastantes que hacían el juego para conducir al centro del Expiatorio del Santísimo Sacramento. Una Iglesia construida apenas en el S. XIX por el arquitecto italiano Adamo Boari, el mismo de nuestro Palacio de Bellas Artes y del Palacio de Correos, era un homenaje a la tradición artística del gótico. La cúpula, más que un portal hacia el cielo, una especie de agujero de gusano interestelar, el famoso puente Einstein-Rosen, que va de una dimensión a otra, también en el mismo tono azul profundo (muy similar al que usaba Mathias Goeritz).
¿Han sentido que el tiempo cambia de repente?, ¿Qué sí podemos viajar en el tiempo? Ahí estuvimos, en plena Edad Media, en estas construcciones donde los peregrinos llegaban a ver las santas reliquias cruzando Europa. Todo se rompió cuando nos dimos cuenta que no podíamos dejar de pertenecer a nuestro tiempo. Los celulares se hicieron presentes, comenzaron las fotos; el silencio sagrado se combinaba con la irreverencia del turista que ha olvidado que no todos los espacios son retratables. Hay algunos en los que debemos callar, quedarnos quietos y tal vez con suerte, se nos presente un descubrimiento. La iglesia, como monumento artístico e histórico es sobrepasada por su objetivo ritual, donde almas se refugian y no buscan un espacio de simple entretenimiento visual, sino de fe. Incluso hasta con algunos caprichos, como una reproducción de La Piedad, la famosa escultura del renacentista Miguel Ángel.
A veces es duro darse cuenta que uno es el irreverente, y vale más mejor marcharse…
Volvimos a la fortaleza de libros, el techo de lámina y las luces enormes. Estábamos de nuevo en vivo, de seis de la tarde hasta las 7. Una hora, pero en realidad nada. Ahí llegaron de nuevo los encuentros.
Gilma Luque, nos trajo el pasado como ficción a la mesa con su libro Obra Negra (Editorial Almadía, 2017). Su novela se dibuja entre trabajos mal pagados, amores indecisos, un padre optimista y rendido al mismo tiempo, una madre que va desapareciendo, la unidad Santa Fe y ella (o quien cree que es). Una narrativa en primera persona que se autoimpone el reto de contarse a sí misma a partir de los recuerdos que siempre son muy tramposos, cuentan una sóla historia de las miles de posibilidades. Una historia múltiple porque se reescribe, se re-apropia y hasta se reinventa. En un relato de sencilla melancolía, que te sienta por ratos a la lectura, para pedirte que recuerdes tu infancia e intentes descifrar tu propia ficción; huyendo de la verdadera historia. Siempre estamos en Obra Negra, estamos inacabados, aunque parezca que sí.
Reír es bueno, y más si es en excelente compañía. Ricardo Raphael, con una presencia fresca, nos introdujo a su nuevo libro Periodismo Urgente (Ariel México, 2017). ¿Ha muerto el periodismo? No, es distinto, en un mundo donde la clase política es indolente ante la injusticia y peor aún, es la perpetradora de la misma; el periodismo es la actividad necesaria de denuncia. El autor hace un recuento de grandes trabajos que son un ejemplo del ejercicio de este oficio, entre ellos los de una cierta Casa Blanca de un cierto Presidente (con un peinado muy específico), si, ése.
¿Creen que es buen momento para una torta ahogada?...