El lado oscuro de Roger Waters

El lado oscuro de Roger Waters

Vía La Razón de México

Vía La Razón de México

Es curioso pensar que una de las relaciones más íntimas que tenemos como seres humanos es con nuestros ídolos. Un acuerdo bilateral que se construye cuando alguien lanza una cuerda que sale de sus obras, de sus acciones, de su alma, y que es alcanzada cuantas veces sea posible por quién se detiene a experimentarla con sus sentidos. Instantes que se unen en la vida, en un tiempo y un espacio. Un acto que tiene tres génesis: cuando se crea, cuando se consume y cuando se descubre que está en lo más adentro de uno. Entonces, la obra en cuestión también es un poco ya del espectador.

Hablar de Roger Waters en mi caso, es eso. Todavía era considerado un niño cuando en el coche de mi papá, la música dejó de ser “de fondo” mientras un helicóptero irrumpía el espacio. Más tarde sabría que aquella distorsionada voz decía: “You! Yes, you! Stand still, laddie!”. Lo que siguió después, fueron cinco minutos en los que mi mente alertó de una experiencia nunca antes palpada. A partir de ahí, sólo fue abrir el repertorio con la misma magia de saber que coincide: que ya estaba en lo más profundo. 

 La última imagen que tengo con Roger hasta este momento es el clímax de su concierto: “Comfortably Numb” y su último solo, donde dos manos se encuentran finalmente y dejan de ser “Us & Them” para sólo ser “Us”. Cuando llegamos a la fila, me percaté que el emblema de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México asemeja ese instante con dos manos estilizadas a punto de estrecharse. Además, enmarcado con una pared de pintura blanca corrida por la intemperie. Escenarios icónicos que encuentran su espacio entre los recovecos de la analogía y quizás un poco, escotomática: la mente ve lo que quiere ver.

Vía QS Noticias

Vía QS Noticias

Al entrar, era el rito contrario al que se tiene con el otro Waters: el músico. Aquí, el tema era otro, así que la ovación desaforada, el aplauso interminable y el brinco volador no cabían. De hecho, una instrucción muy enfatizada fue no pararse de sus lugares.

Palabras previas: los esfuerzos logrados por BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), una de las organizaciones auspiciantes del evento, con relación a detener los atropellos de las zonas ilegalmente ocupadas en Palestina. Aplausos que coronaban frases de éxito: “Logramos que empresas dejaran de tener relaciones con cualquier organización que se beneficie de la ocupación”. Airbnb era una de estas. Se tocó el tema de la terminación del patrocinio de Adidas a la Selección de Israel y la cancelación de un partido frente a Argentina. La adhesión de organizaciones judías a dicha causa. La reiteración de no ser un discurso de odio, sino todo lo contrario. Así, un aplauso se separó de los demás cuando fueron dichas las últimas palabras: Roger Waters.

Cuando el músico pisó el escenario, entró todavía el showman: “Welcome”, dijo con los brazos abiertos y un grito que sacó una ovación. En mi cabeza pasó el inicio de “Breathe”. Pero después, silencio. Y desde que Waters se sentó, apareció el activista: el que escucha primero para luego contestar, cuando normalmente su aparición pública es un soliloquio acompañado por una escenografía musical. Ser o qué ser, he ahí el dilema.

via La Nación

via La Nación

Y justo con una pregunta, así dio comienzo una hora en la que apareció otra faceta de Roger Waters, alguien preocupado por lo que sucede en el mundo: hablando de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en París y la importancia de ver sin distinción de raza, religión, ni nacionalidad. “Todas las personas merecen que sean respetados sus derechos humanos”, reiteró. Habló de la empatía, como valor para ver a otro ser humano, de anécdotas que lo llevaron a la posición donde está, promoviendo la paz en algún concierto en Israel y cómo en comentarios relacionados pasaron las ovaciones a silencios sepulcrales y por supuesto, el reflejo de México en una coyuntura compleja donde hizo énfasis en que el último gobierno no se interesó por los derechos humanos y cómo este, tiene que tenerlos en cuenta.

Habló de un modelo neoliberal que nunca terminó de funcionar desde que nació en Chicago y permeó en la política estadounidense prometiendo un goteo de la riqueza que nunca llegó, ya que esta lucha es un proceso lento. Es una antorcha eterna que pasa por todos aquellos seres “bendecidos”, de poder sentir con y lo que siente otro ser humano. El arte es un vehículo para visibilizar. El deporte, por su parte es el elemento que une a todos y puede permitir que se entiendan posiciones: “Sé que enloquecen con el ‘soccer’. Yo también”. Esto además representó un hito: era el primer inglés que le decía así al futbol. “Usen eso. No jueguen con ellos. Sudáfrica hizo lo mismo: no jugaremos cricket, ni rugby con ustedes. El deporte es algo que concierne a todos. Úsenlo”.

via La Razón

via La Razón

Era curioso. Ya había escuchado todo ello, justo en sus conciertos. Palabras menos, por supuesto, pero las ideas estaban y lo único que pasaba por mi cabeza era congruencia. No se trataba de un personaje en escena, del gran crítico que se escuda sólo en sus canciones y al bajar al escenario, al pensar en derribar muros se acuerda de su álbum comercialmente más exitoso. Pero no. Hay una línea que coincide y más bien es el showman quién potencia el mensaje del ser humano.

Al final, no hubo solo espectacular, ni papelitos volando que decían “RESIST”. Pero nos llevamos más que eso: las ideas de un hombre cuya admiración transmutó de verlo como el genio de la música que ha acompañado nuestra vida, a encontrarlo simplemente como un ser humano. Un reflejo empático de la propia existencia y de todas las existencias. Una leyenda que mostró su otro lado, el oscuro, el que no se ve en los reflectores de una arena, pero que lo pueden eclipsar, como la luna al sol.

via LineUPMX

via LineUPMX

Thriller: 35 años de uno de los videos más emblemáticos de la historia

Thriller: 35 años de uno de los videos más emblemáticos de la historia

Soñar como niños para dejar huella

Soñar como niños para dejar huella