El futuro de 1978, a 40 años de The Man-Machine
Cuando Mary Shelley escribió Frankenstein plasmó en ella la encarnación física de las posibilidades de la ciencia llevadas al extremo. O, en una nota menos obscura, Julio Verne y sus visiones sobre máquinas capaces de llevarnos a lugares donde nunca habíamos estado, sea el fondo del mar o a la luna. Desde que existe la tecnología, el hombre se ha visto fascinado por esta, y es natural que la producción artística muchas veces refleje las inquietudes y las dudas que nacen al enfrentarnos a ella. A través de la historia ha existido una amplia gama de personalidades que cuestionó el papel de los avances y el progreso en la vida del hombre como los dos autores previamente mencionados.
Del lado de la música, Kraftwerk resalta como un pilar entre estas personalidades. No solo podemos decir que su música es importante por enfrentarnos a cuestiones filosóficas como ¿son las máquinas capaces de crear música que transmita sentimientos humanos? Sino también porque sentaron los cimientos de la música electrónica que escuchamos hoy en día, aunque también podemos escuchar a Kraftwerk asomándose en géneros como el post punk o el new wave. Dentro de todos sus álbumes, The Man-Machine (1978, en Alemania en la disquera de Kling Klang Records y en Estados Unidos en Capital Records) resalta como un producto de su época el cual vale la pena revisitar continuamente, para disecarlo y analizar el fuertísimo impacto que tuvo en la cultura popular, o simplemente para disfrutar de la música porque nadie puede negar que esos teclados en “The Model” son una locura.
En el lejano 1969, Florian Schneider y Ralf Hütter se conocieron mientras estudiaban en una universidad especializada en música en Düsseldorf. Desde el inicio, Schneider fue el miembro más constante de la banda y el que más tiempo permaneció en ella. Los primeros álbumes de Kraftwerk eran súper krautrock, y ahí todavía usaban instrumentos tradicionales. Fue en 1973, con el lanzamiento de Ralf und Florian que comenzaron a formar su sonido tan característico por el que hoy son conocidos; aquí fue la primera vez que usaron el vocoder.
Sus siguientes álbumes, como Autobahn o Trans-Europe Express, ya son completamente electrónicos. Es aquí cuando Kraftwerk comienza a experimentar justamente con esta exploración entre las computadoras y la música; pero en estos discos los arreglos son muy minimalistas, las melodías son simples: es casi como si estuvieran tratando de componer lo que ellos se imaginan compondría una computadora. En 1978 fue cuando esto cambió, The Man-Machine dio origen a un Kraftwerk que seguía apegado a sus ideales, pero que había incorporado ritmos mucho más bailables.
A diferencia de los álbumes pasados, este suena más a una computadora que fue programada para que hiciera música pop. The Man-Machine es un álbum que podríamos llamar proto-new wave, su sonido resonaría en toda la música popular de los ochenta como un eco. Hasta el día de hoy podemos percibir muchos de los sonidos y beats que Kraftwerk desarrolló en este álbum, muchos artistas reconocen su peso histórico, como OMD con su cover de “Neon Lights”, o Big Black con el cover de “The Model”.
Escuchar The Man-Machine en el 2018 es como escuchar una visión nostálgica de un futuro que en realidad nunca se cumplió por completo. Es un álbum que engloba mucho, tanto musical como ideológicamente (y todo esto en el breve espacio de media hora). “The Robots”, canción con la que abre el álbum, se puede interpretar como una reflexión sobre el papel del robot en la vida del humano, visto desde una relación de servidumbre pero donde igualmente se cuestiona en realidad quién trabaja para quien ¿el humano esclaviza a las máquinas o ellas a él?
Esta personalidad robótica de la que Kraftwerk intenta apropiarse se puede ver en “The Model”, que aunque las letras no remitan a dilemas filosóficos de la tecnología (esta canción habla de un hombre que le trae ganas a una modelo) la música, y la voz en la que se canta la canción suena maquinalmente frío, una especie de Her en donde la computadora no ama como humano sino más bien lo intenta, pero recae siempre en la frivolidad y neutralidad de las máquinas. En realidad, en la única canción donde se rompe un poquito este juego de la rigidez y se asoma (más que nada en las melodías) un destello de emoción es en “Neon Lights”, que funciona como una especie de oda a las ciudades y las luces que iluminan esta.
The Man-Machine es un claro ejemplo de lo transgresor que fue, y continúa siendo, Kraftwerk. No podemos quedarnos con la fachada rígida y antiséptica que Kraftwerk monta como acto, una especie de performance, si no es necesario poder y querer ver más allá de esta para darnos cuenta de que su música está llena de una humanidad impresionante, de inquietudes humanas como lo es el miedo de sentirse rebasado por la tecnología, o minimizado por la misma. O dudas también, como hasta qué punto la máquina permanece máquina y hasta qué punto esta se vuelve humana. Al explorar las posibilidades de las computadoras y la composición de música, Kraftwerk nos dejó un regalo de infinito valor, tal vez ellos no lo sabían, pero fueron los Prometeos de la música electrónica y de varios otros géneros. Decirles “gracias” no es suficiente, pero seguro ellos se contentan con que te pongas a bailar con “The Man-Machine”.
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