El Cruz Azul ha vencido a la melancolía

Ay, este azul

Golondrina que vuelve otra vez

Reza un proverbio que si el azul es el misterio más profundo, azules son las almas. “Celeste soy, celeste soy”, es la forma en la que clama la feligresía cementera sus almas azulinas. Su azul es misterio y tormenta. Su azul es melancolía. La golondrina de Mercedes Sosa; vuelve otra vez, pero podría volver a partir. La melancolía era para Freud una “desazón profundamente dolida”. Los años de vaivenes y desilusiones han inmerso, no neguemos, al Cruz Azul y su parroquia en estado de melancolía. Aunado al color. Baudelaire es el poeta del Cruz Azul.

Los prolegómenos de un partido del Cruz Azul en la Colonia Nochebuena están salpicados de melancolía y de una tierna fe ciega. Los policías degustan paletas de hielo mientras aprietan la pantalla de su celular, con sus hombros recargados sobre el escudo anti-montines. El hombre de afro postizo y mirada perdida, silente, sin luz, camina con pesadumbre mientras carga un montón de banderas que no venderá. Los pambazos insípidos. La cerveza muy espumosa, desabrida. El viejecillo que entona ‘siempre azul’ con cabeza en alto y voz vibrante, la dignidad del que se sabe abatido. La música desentonada, las trompetas oxidadas y el tambor que no retumba. La niña del cabello pintado con aerosol. La mujer de mirada hostil ante el lente de la cámara. El vientecillo de septiembre. Melancolía es estar, sin estar.

Sol plomizo. Tuesta la dermis y el césped parece emitir un vapor sutil, acariciador. La fotógrafa a mi izquierda, de melena carmesí, en fuego, me mira de reojo con muy mal talante; resoplido y ceño fruncido. Otro acólito refunfuña mi adelantamiento cinco centímetros por delante de donde debía estar. Detrás, en la grada que circunda el arco sur, el repique del bombo, a destiempo, pero atronador, ahora sí. El bombo dicta el tempo que ha de guiar la coreografía de un grupo de porristas, tan esbeltas como el bombo mismo, tan coordinadas como un bailarín de Cristian Castro mientras canturrea ‘Azul’. Las piernas flácidas. Los brazos y sus movimientos espesos. Las sonrisas decoloradas. Izquierda, derecha, con la gracia de un perezoso. Figuras de cartón con pompones en mano. Danza sin pasión. Melancolía es, también, estar por estar.

El León también se impregna de melancolía. Lleva rato así. La maldición de Hermosillo en 1997 marcó el inicio de un periplo de inmundicia para los contendientes. Los esmeraldas paliaron la morriña y exorcizaron sus fantasmas a tiempo, cuando abandonaron el estado de duelo. En cambio, Cruz Azul no ha podido conjurar su duelo. “Aunque pierdas, yo te seguiré”. Las odas al ‘subcampeón’. La parroquia azul, ad hoc a su aura misteriosa, replica el duelo en sus loas y sus cánticos y sus danzas anacrónicas. De todo ello, y de empacho de victoria, se contagió el León, que deambuló en el campo del Azul. Cuánta razón tenía Mercedes Sosa: “ay este azul, este azul, es un verde también”. Verde esmeralda, quiso decir.

“Estoy feliz, después de tanto sufrimiento”, se alivió Luis Fernando Tena. Muy sonriente, con aire bisoño, rejuvenecido, dicharachero. La melancolía se combate con esperanza. La suya es una sonrisa auténtica. Y quien sonríe auténticamente, no vive en pesadumbre. La sonrisa final de Tena y el grito desaforado de Pavone son el indicio de que el Cruz Azul ha vencido a la melancolía. Sólo por ahora.

 

Lalo López // @Fmercu9

De chile, de dulce y de manteca

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