'Dorogie Tovarischi': manifiesto contra el olvido
Otro acontecimiento que, así como el de Quo Vadis, Aida? con la masacre de Srebrenica, había pasado desapercibido en los libros de historia. Nos ubicamos en la Unión Soviética, periodo post estalinista, regido por Khrushchev; la ciudad de la tragedia es Novocherkassk, y el año corresponde al de 1962.
Andrei Konchalovsky presenta su última obra dentro de la selección oficial de la 77 edición del Festival de Cine de Venecia; en su carrera ya ha levantado dos leones de plata y un premio especial del jurado, pero para el ex guionista de Tarkovsky, así como para todos los directores que concursan, el triunfo es el de obtener el León de Oro.
Se dice que los años pasados son siempre mejores, y en Dear Comrades! notamos una latente y constante nostalgia del tiempo. Lo vemos desde la primera escena en la conversación entre Lyuda (Julia Vysotskaya) y Loginov (Vladislav Komarov), ambos miembros del partido comunista. Las quejas de la protagonista van dirigidas hacia la alza de los precios en la leche, los productos básicos, y la añoranza del gobierno antirrevisionista, pero en esta lógica, quien recibe la ración de alimentos diaria no tiene derecho a hacer preguntas.
La situación política se metía incluso entre las sábanas de los amantes, y estaba tan censurada que se consideraba un tema íntimo.
Sin embargo en esta trama las preguntas son muchas, empezando por: ¿Qué sucede cuando los propios ideales te traicionan?, ¿Cómo seguir con una lucha cuando la esperanza se extingue?
Entre los obreros, que deciden manifestarse a pesar de las cicatrices marcadas por la dictadura pasada, se encuentra Svetka (Yulia Burova), trabajadora de una fábrica locomotora e hija adolescente de Lyuda. Impulsada por esos fervientes ideales, decide contraponerse a su madre y ser parte de la huelga. Su desaparición, a manos del gobierno con la ayuda del KGB, será el acto que develará esta serie de incongruencias durante su búsqueda.
Vemos una madre combativa, dispuesta a escarbar en lo más profundo para hallar a su hija. La agonía se deja ver cuando, casi en clave fársica, Lyuda y su acompañante cantan a todo pulmón el himno del partido, y exclaman animosamente “Dorogie Tovarischi!” con una botella de vodka en la mano y lágrimas en los ojos.
Volvemos a la ironía y al absurdo, pero en este caso, con la contradicción de una ideología proclamada en pro de los derechos del pueblo, que terminó por violentar esos mismos cuerpos simpatizantes. Intentaron reasfaltar sobre su sangre, e instigaron a todo posible testigo.
El silencio no era opcional, sino obligatorio. La misión era enterrar la evidencia, buscar el olvido.
En blanco y negro, y en un inusual formato 4:3, Konchalovsky logra encuadrar de forma impecable una de las tantas historias que fueron parte de otro genocidio encubierto. Aquí, hasta el más mínimo detalle cuenta para comprender la totalidad.