Cobertura 18° FICM: La incertidumbre brutal en 'Sin señas particulares'

Cobertura 18° FICM: La incertidumbre brutal en 'Sin señas particulares'

Foto vía: Milenio

Foto vía: Milenio

¿Cómo se habla de una película brutal? ¿Cómo se habla de una violencia tan fuerte que, aunque vista desde una sala de cine, sacude hasta la entraña?

Es casi tan complicado hablar de Sin señas particulares, como lo es retratar uno de los lados más dolorosos que se viven en México con la fuerza, melancolía y compasión que transmite Fernanda Valadez en su ópera prima. En la cinta que Valadez dirigió y además coescribió con su productora, Astrid Rondero, se narra el recorrido de Magdalena, una madre en búsqueda de su hijo quien, en camino hacia la frontera del país, desaparece. 

“Mi hijo puede estar muerto. Pero tengo que saber.” 

Es la determinación implacable de Magdalena la que se rehúsa a asumir lo peor para su hijo, incluso cuando han encontrado muerto a su compañero de viaje y parecería ser que lo más sensato es darlo a él por muerto también. Interpretada por la espectacular Mercedes Hernández, Magdalena encuentra en el trayecto algunas pistas, a gente que conoce, gente que podría saber más, así como historias tan desalentadoras, aceptadas como lo que hay.

Quizás es ese reflejo de una violencia normalizada en México uno de los aspectos más terroríficos de Sin señas particulares.

Foto vía: Cine Premiere

Foto vía: Cine Premiere

Reconocer en la pantalla grande que la violencia y la tragedia que emana de ella no se limita a ningún estrato social, a ninguna región, a ninguna edad. Esa brutal realidad con la que día a día seguimos conviviendo desde hace más de una década hace de esta cinta una de las más necesarias sobre el tema. 

A pesar de no ser la única o la primera película que cuenta estas historias de búsqueda y de cruda adversidad, Sin señas particulares es diferente: nos muestra que en la ficción puede haber tanta, o más, veracidad que en un documental. Las libertades creativas que toma Valadez para contar esta historia no sacrifican su verosimilitud; al contrario, la potencializan. Es evidente que detrás de este largometraje existe un arduo trabajo de investigación, puesto que la cinta aborda su tema con tremenda claridad y seriedad. Al verla, se percibe un profundo interés por hacerle justicia a la realidad a la que se enfrentan miles y miles de personas mexicanas, se percibe una empatía que lucha por darles una voz. 

Sin señas particulares es profundamente violenta. Sin embargo, también es hermosa, pertinente y devastadora pues su especie de violencia no es gráfica (no hay una sola escena donde se vean actos explícitamente sangrientos, por ejemplo); es una especie de violencia envolvente, que poco a poco va invadiendo el cuerpo. Un tipo de violencia tan sutil y tan poderosa que te deja pasmada, incluso días después de haberla visto. 

Foto vía: Programa Ibermedia

Foto vía: Programa Ibermedia

El simple hecho de que exista Sin señas particulares habla ya de un valentía inmensa por parte del equipo — además formado en su mayoría por mujeres — no sólo por la dificultad que representan estos temas a la hora de buscar financiamiento para producirse, sino también porque una cinta así tiene implicaciones a la hora de realizarse: riesgos reales, decisiones como filmar en otro estado de la república a pesar de estar contando una historia que sucede en la frontera norte del país. 

No hay mucho más que se pueda decir de la película con palabras. Se debe de ver y experimentar con toda la apertura y la sensibilidad que, tan generosamente, nos ofrece como espectadores. Es un debut imperdible de una directora talentosísima a quien recién conocemos pero emociona mucho todo lo que creará en el futuro. Sin señas particulares es la película mexicana del año y, estoy segura, de muchos años por venir. 


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