Texto: Carolina M. Payán Fotografías; Carolina Payán, FIC
En el ámbito de manifiestos y revoluciones la música no se queda atrás, de hecho acompaña los sucesos de nuestras vidas, siendo testigo fiel de los caminos y tropiezos de sus creadores e inspiradores.
Sergei Prokófiev lejos de ser un compositor ordinario, desarrolló su estilo propio a los pocos años de haber empezado sus lecciones de piano, su sensibilidad le permitió experimentar con la música al ir ejecutando en distintos tiempos de dos a tres ritmos a la vez. Para muchos ese atrevimiento le valió pesadas críticas, pero a la par la fama de visionario en un momento de fugacidad e incandescencia como fue el régimen socialista.
El estilo musical de Prokófiev, se caracteriza por poseer partituras intensas y disruptivas, en las que se ve reflejada su pasión por los grandes escritores universales como Shakespeare, Dostoievski, Goethe y Marimée entre otros, dichas lecturas evocaban en él todo tipo de sentimientos desde la más noble maldad en “Pedro y el Lobo” cuya melodía incluía instrumentos de viento y cuerdas a modo de personajes hasta “La danza de los Caballeros” en el Ballet de Romeo y Julieta que compuso para la compañía de Serguéi Diáguilev, en la que se buscó sembrar en el espectador la sensación de una marcha donairosa de dos familias iguales en dignidad pero opuestas en afecto.
Por tales motivos y por haber vivido en Europa central fue considerado como un rebelde que se oponía al estilo tradicional del conservatorio. Sin importar las agudas diatribas siguió escribiendo piezas contundentes en las que su madurez personal y profesional se ven reflejadas.
Como parte de esa evolución de años, escribe 9 sonatas para piano en las que narra el de modo críptico la historia de su país, su relación afectiva con Lina Llubera, su amistad con Richter y su pasión por Tolstoi.
En esta ocasión el FIC presenta a el compositor finés Olli Mustonen, quien traerá a la vida las piezas para piano en dos magnos conciertos.
Mustonen encarna con precisión a la manera de Prokófiev la serie de composiciones que el autor escribió entre 1909-1947 en las que su pugna por la censura, la tristeza y el periodo de guerras se asoman en cada uno de los movimientos, sin embargo no por ello nos deja de asombrar su pasión y violencia al mismo tiempo.
El director finés elocuente en su forma de ejecutar, también nos muestra su lado opuesto. Es decir lo armónico e innovador en aquellas estructuras acústicas guardadas en medio de 3 movimientos en cada sonata:
SONATA NÚM 4 EN DO MENOR OP29. D´ápres des vieux cahiers
Allegro molto sostenuto, Andante Assai y Allegro con brío ma non leggiere.
SONATA NÚM DOS EN RE MENOR OP, 14
Allegro ma non troppo, Ascherzo Allegro marcato, Andante vivare
De esta primera parte podemos decir que el Templo de la Valenciana refulgió ante la magistral ejecución del interprete finés que hizo reverberar el atrio dorado plagado de la miradas de los santos, San Cayetano patrono de la iglesia, observaba desde su retablo la ejecución perfecta del osado pianista que a momentos alzaba el puño con suma ira y a instantes acariciaba con parsimonia y dulzura las teclas de aquel piano forte.
Las cabezas de los asistentes no paraban de asombrarse con la elegancia del pianista cuando por momentos el interprete se agitaba al tocar con entusiasmo desbordante aquellas partituras, Oh ironía, música comunista dentro de un en sagrario católico, fatua herejía hubiera sido dicho en otros tiempos, pero hoy en día sólo sendos encomios y aplausos fueron escuchados.
De la segunda parte se puede decir que fue la más lúgubre, seguramente coincide con las largas horas de desvelo que el compositor Prokófiev padeció, las amargas horas de angustia que padeció en el régimen soviético cuando encarcelaron a su mujer en un remoto gulag, y la desaparición de queridos amigos del conservatorio; en ese marco Olli Mustonen conduce con grandilocuencia las piezas al entregarse vívidamente a ellas y hacernos parte de un sentimiento de gloria y desastre a la vez.
Particularmente la SONATA NÚM 9 EN DO, OP. 103 sonaba semejante a un campo de guerra, aquella bóveda del Templo de la Valenciana resonaba como el bastión de un frente que va perdiendo, no es de extrañarse que Sergei Einsenstein se acercara al Prokófiev para que le musicalizara sus películas, en especial Alexander Nevsky, cuya banda sonora azuzaba a cualquiera de lo allí presentes a formar parte de la lid.
Cuando más envueltos por la fuerza de las sonatas estábamos, más próximos nos hallábamos del Tempo di valzer lentissimo ello anunciaba que el fin de la última sonanta, SONATA NÚM 6 EN La MAYOR , OP 82 DE GUERRE, la música iría enmudeciendo lentamente.
Mientras Tanto desde los muros del templo un Cristo revolucionario echa a los mercaderes de la casa de su padre por hacer negocios en suelo sacro, consiente de ello el músico finés dirige una mirada de respeto al que fuera dador de esperanza y tormento a tantísimos hombres.
En un mundo con tantos claroscuros las sonatas como los evangelios son ecos de un sonido torrencial en la que se denuncian los tiempos y emociones de un sentir general trascendental.
Sin duda alguna Las Sonatas I y II para Piano de Prokófiev interpretadas magistralmente por Mustonen fueron uno de los recitales más atractivos dentro de esta primera semana de conciertos de cámara y música clásica.