El punto de la incorporación de los recursos audiovisuales como el videomapping a los espectáculos escénicos es poder incrementar las posibilidades expresivas del artista, y el equipo de creadores que hay detrás. Sin embargo, no es raro que dichos recursos, más que usarse de modo lúdico, experimental o amplificador de esas posibilidades acabe obedeciendo a una tendencia, una reacción a lo que todo cuerpo dancístico o compañía genera y se impone al estilo habitual de sus bailarines. La Compañía Käfig tiene una trayectoria importante y significativa, sus bailarines son virtuosos en el manejo del lenguaje corporal, la precisión es admirable y la fluidez de sus movimientos es excepcional. Pero en este uso de las proyecciones no lo es tanto, ni siquiera al nivel de la espectacularidad, al contrario, queda chico para las posibilidades de los bailarines, quienes se adaptan y reducen su movimiento a los parámetros de una programación lumínica que viene usándose hace mínimo 25 años, si recordamos los experimentos del AEC en 2003.
Pero sin ponernos exquisitos, el grupo tiene carisma, tiene charme, un encanto que también resulta extraño puesto que la empatía viene sólo del movimiento, coreografiado por Mourad Merzouki, que en muchos momentos reproduce escenas cotidianas; y de la música de Armand Amar, que alude a la inocencia y el jugueteo. Con eso, y la incorporación del baile popular, movimientos de hip-hop, se agencian el corazón de la gente.
Las experiencias inmersivas ayudan a mantener la ilusión de un mundo digital, de ahí el nombre del espectáculo: Pixel, que en todo momento estuvo presente en forma de lluvia, arena, nieve, agua, como un elemento móvil y fluido que complementa los movimientos u ofrece las atmósferas, sean cuadrantes de desplazamiento o movimiento virtual, sean elementos que simulan una realidad alterna.
Una función compleja, entrañable, pero regular para la altura del Cervantino.