Fotos: FIC El ballet folclórico de Amalia Hernández cumple 65 años de tradición y celebra el centenario del nacimiento de su fundadora que, aunque ausente, impregnó espíritu y vida a cada uno de los integrantes de su compañía.
A pocos días de dar fin al Festival Internacional Cervantino, el jueves 26 de Octubre, continuamos la tradición y nos deleitamos con el espectáculo recurrente cada año. A las ocho de la noche nos dimos cita en la Alhóndiga de Granaditas, y después de tanto show internacional que hemos visto en estos días, pedíamos un espectáculo que nos recuperara un poco de identidad mexicana que por momentos parece flaquear.
Iniciamos el show en el sureste mexicano, el Ballet nos ofreció un recorrido por la civilización maya; bailarines vestidos de Dioses, jaguares, cangrejos, murciélagos, corales, aves, fuego y otros elementos semánticos que reforzaban la espiritualidad; música de tintes orientales envolvía a los espectadores en una especie de mezcla kabuki y mexicanismo.
Se adentraron al estado de Guerrero, y con el baile de “Las amarillas”, multiplicaron los aplausos y la emoción de la gente que cada año los ve y los espera con las mismas ansias.
Uno de los temas principales esta edición del festival son las revoluciones, y por supuesto tenía que ser uno de los temas a tratar por el ballet; nuestra propia revolución, presentaron danzas como “La Jesusita” y - la más obvia- “Adelita”.
Adelantando el tiempo y conquistando el escenario, desembarcaron en el estado de Veracruz y empezaron nuestra parte favorita del show; sabemos que por la esencia del espectáculo, nuestro punto principal debería ser la danza, pero, los músicos que acompañan al ballet se robaron el espectáculo en esta intervención. Un “duelo/batalla” de arpas, que hubiera dejado boquiabierto a cualquier guitarrista de rock y perplejo a cualquier freestyler de HipHop; adornando el escenario, mujeres con vestidos blancos y mandiles negros con flores, trajes típicos de la región y el clásico armado de moño. Piezas clásicas, como La Bamba, dieron preludio a la fiesta carnavalesca que siguió: mojigangas representando una pareja veracruzana, un diablo y un personaje que embelleció a “El negrito del Batey”.
Después de una breve pausa, el escenario se llenó de ritmo; un matachín con tambor dirigiendo como en una galera; los otros matachines y sus tambores siguiendo el ritmo y marcando la pauta para los matachines bailarines que llenaron el escenario del color verde de sus trajes. Seguido, una coreografía nupcial, una pareja y su corte celebrando la unión; una disputa que desencadena una pelea por parte del novio y luego la victoria.
El escenario se vacía por completo para dar pie al acto principal de la noche: “El venado”, danza impresionante de ver y que además cuenta con un alto nivel de dificultad para el bailarín que le da vida, además de tener requerimientos especiales para el papel, como el color de piel y la complexión estética, por esa misma razón es un acto único en la noche para el antes mencionado; los demás bailarines pueden interpretar varias veces durante la noche; pero el venado no, el venado irradia talento y agilidad que atrae magnéticamente a nuestras miradas cazadoras.
Dan fin a la puesta en escena visitando el estado de Jalisco y su reconocible Jarabe Tapatío; los bailarines llenaron el escenario de vestidos y lazos, los mariachis -que increíblemente son los mismo músicos durante todo el show- dieron cátedra de dinamismo y versatilidad; siendo sinceros, fuimos a ver un show de danza folklórica y salimos perplejos por la calidad de los músicos, como si hubiéramos salido de un concierto muy esperado; las estrellas inesperadas de la noche, incluso siendo acompañados por un ejército de bailarines que siguen su guía.
Fueron el claro ejemplo de que cualquier espectáculo puede sorprenderte y que se vale ver más allá de lo que te presentan en primer plano; una mirada al fondo no hace daño, al fin y al cabo ¿Qué es el baile sin la música?.