'Amor, Amor': El último vestigio juvenil de José José
En el auge del new wave; en la decadencia de la música disco; en el punto de ebullición de los baladistas suaves; en el año del magnicidio más doloroso en la historia de la música; en el año de la abundancia petrolera, coexistió junto a todos ellos, en un mundo ecléctico que no le pertenecía a una única tendencia, “El Príncipe de la Canción”, José José.
Para 1980, Pepe Sosa existía solo para los más cercanos, para el resto del mundo hispano parlante era José José, una leyenda viviente que dominó la década anterior desde el naciente movimiento de los cantautores y baladistas románticos, hasta el advenimiento de los nuevos crooners que sobrevivieron a todas las vanguardias sonoras de los años setenta.
Para José José, la década que terminó fue un subibaja personal que atravesó momentos sublimes dónde fue elogiado por su bella voz, como en el Teatro Ferrocarrilero, en el Festival Internacional de la Canción, donde diez años antes, al interpretar "El triste", mostró lo que venía para la música popular mexicana, a una audiencia que se supo entonces rebasada por el futuro encarnado en un muchacho de 21 años. En esas altas y bajas también protagonizó sus propias limitaciones: fue engañado por su séquito de lambiscones, de scavengers of fame, de amores ocasionales, de adictos busca fiestas, de embaucadores y defraudadores, como su anterior sello discográfico, RCA, quienes sobreexplotaban el éxito del Príncipe, pagando migajas.
Para 1980, los claroscuros estaban despejados: su nuevo sello discográfico, Ariola, apoyaba sus incursiones en géneros más amplios, fomentaba sus colaboraciones con los nuevos protagonistas de las listas de éxito, financiaba su internacionalización.
Tercera y última parte de su "trilogía disco", Amor, Amor, lanzado en mayo de 1980, es la coronación de la primera resurrección de nuestro Príncipe. Atrás, mucho tiempo atrás, tan sólo diez años atrás, habían quedado los arreglos cercanos al jazz y sus colaboraciones con los protagonista de la era lounge mexicana, como Magallanes o Chucho Ferrer, para trabajar con los nuevos protagonistas de la canción iberoamericana: Camilo Sesto, Napoleón, Sergio Fachelli, Rafael Pérez Botija, Juan Gabriel, Juan Carlos Calderón —quien en una década, llevará al infinito y más allá a Luis Miguel—.
En Amor, Amor, trabaja codo a codo con Camilo Sesto en "Insaciable amante" y convierte una balada de Rupert Holmes —¿quién es Rupert Holmes cuarenta años después?—, en una obra de arte objeto, surgida del movimiento disco mexicano. "Él" es un gema olvidada de la discografía de José José, adaptada al español por Óscar Sarquiz, leyenda del medio discográfico mexa, ahora parte fundamental de nuestra hermana estación Reactor 105. En el homónimo tema del álbum, las capacidades vocales de nuestro crooner llevan al éxtasis sonoro la melosa letra de Rafael Pérez Botija, para convertirla en una promesa, en una sublime súplica y homenaje al amor en sí, "amor, amor si me escuchas y me puedes ver, llena un poco de mi ser". Por momentos, el disco es una fiesta y una pista de baile; pero también es de de luces apagadas como en "No me digas que te vas"; es bohemio en "Cosa de dos”, ó de susurros al oído para la conquista casual como en "Perdido en la oscuridad".
Doble Platino (tomando en cuenta los estándares estadounidenses de ventas de discos), semillero de cinco sencillos, postal sonora y visual de su momento —el México de López Portillo, de los Dart y los Caprice; de La Carabina de Ambrosio y No empujen—, Amor, Amor es el último vestigio juvenil de José José. Después de esta época veremos completamente a un crooner, a un señor chiquito que llevará las baladas a una dimensión nunca antes conocida. Volverá a caer y volverá a levantarse, desaparecerá, reaparecerá y será ridiculizado por su alcoholismo y sus escándalos.
Cuarenta años después de esta genial colección de temas involuntariamente armados de manera conceptual, vivimos la cuarta resurrección de nuestro Príncipe de la canción. A un año de la muerte terrenal de José Sosa, renace José José en una generación nueva, de menores de 20 años que en los últimos doce meses han descubierto al artista, han salido a comprar los discos a pesar de tener las canciones en Spotify, han ido a Bellas Artes a decirle hola y adiós, han dejado a un lado al personaje de tabloide para coronarlo de nuevo en la cúspide de la nobleza cultural mexicana y sobre todo, le han dado vida eterna como un nuevo héroe, a falta de nuevos en su generación.