En el cine, evitar el melodrama y el cliché se ha vuelto una tarea cada vez más difícil. El amor sigue presente con la misma fuerza y realidad, pero el público exige dignidad y elegancia en pantalla. Temas como el Holocausto también se han vuelto difíciles de abordar. Por más complejo y extraordinario que haya sido el conflicto, el cineasta debe sorprender con una nueva mirada, un nuevo tesoro bajo los escombros. Por ésto, Fiebre al Amanecer (2015), parte de la selección del Festival de cine judío, resulta una revelación encantadora, casi increíble, si no se tratara de una historia verdadera.
En 1998 el director húngaro, Peter Gàrdos, recibe un paquete de cartas. Éstas pertenecían a sus padres judíos, quienes se enamoraron en Suecia como refugiados enfermos. La indagación en esta historia produce una refrescante mirada al amor puro e inocente y a los rezagos del Holocausto. Inundado en la belleza de una cinematografía en blanco y negro, notas románticas de fondo y la dosis correcta de comedia y drama, uno toma un viaje a una realidad inesperadamente placentera, una de esperanza y nuevos comienzos.
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