Ya No Estoy Aquí: cumbias rebajadas para tiempos de guerra
“Mira muchacho, yo sé que te ha ido como a perro en misa, pero en este país tú no eres el primero, ni serás el último. ¿Qué pensabas? ¿Que ibas a llegar aquí y te iban a invitar a comer y a dormir en la casa blanca? No, papi”.
Ya No Estoy Aquí es una película sobre equivocaciones: estar en el lugar y en el momento equivocado, en un contexto violento y hostil, pero que inevitablemente define la historia de quienes padecen las consecuencias de una realidad definida por la impunidad.
Es el año 2011, Ulises (Juan Daniel García), un joven de 17 años que vive en la periferia de Monterrey, es el líder de una pandilla llamada “Los Terkos”, quienes pasan sus días caminando por las calles, bailando, y escuchando kolombias, o cumbias rebajadas. Su director, el cineasta mexicano Fernando Frías de la Parra, muestra un retrato de la época más violenta del sexenio del ex-presidente Felipe Calderón y la guerra contra el narcotráfico que azotó al estado.
A su vez, hace las veces de un documental, adentrándonos en la subcultura de los cholombianos o “kolombianos”, quienes se apropiaron de la cumbia colombiana con un tinte propio, creando un subgénero llamado “cumbia rebajada” donde el ritmo es lento, “más suave, pues dura más, pos rebajada, pos más sentimiento”, como se lo describe Ulises a una prostituta.
En un ir y venir entre el pasado y el presente de Ulises, aprendemos de la identidad cholombiana: sus peinados puntiagudos, patillas largas y pegadas al rostro, decoloradas; ropas holgadas y llamativas, zapatos Converse y collares que los identifican frente a otras pandillas. Sobretodo, se destaca su pasión por las kolombias y el baile y Ya No Estoy Aquí hace un gran trabajo en retratar este sunbgénero musical a lo largo de diversas escenas donde vemos sus pasos característicos.
Ulises presencia el asesinato de cuatro de los integrantes de la pandilla de Los Kalvos por un ataque del Cártel de Los Zetas y, obligado a proteger a su familia y amigos, migra ilegalmente a Nueva York. Solo le bastó estar en el instante equivocado, viéndose obligado a pagar las consecuencias de una guerra que él no escogió, para quedar despojado de su tierra, sus amigos y su identidad.
La película, ahora disponible en Netflix, juega con el salto del tiempo entre el presente de Ulises viviendo la crudeza de ser migrante en Estados Unidos, y el pasado, cuando se le iban sus días bailando cumbias con su pandilla mientras, por medio de sutilezas, se nos presentan las formas en que los narcos van apoderándose de más territorio y autoridad en el barrio. Ulises, a pesar de su corta edad, es puesto a prueba constantemente mientras sobrevive en Nueva York, donde conoce a una aliada, Lin (Xueming Angelina Chen), una joven de 16 años que por su fascinación y un crush por él, lo acompaña durante la mayor parte de la película. Lin entra como uno de los pocos personajes que sienten empatía por Ulises, a pesar de no poder comunicarse con facilidad, y es gracias a este vínculo que aprendemos más sobre los cholombianos.
De vuelta en Monterrey, el director nos ofrece algunas escenas sobre la vida de los amigos de Ulises que siguen sin él. Ellos, terminan integrándose a los cárteles y vemos cómo el narco se gana la confianza del barrio por medio del miedo, la intimidación y hasta regalos. Ulises, destrozado por la nostalgia, la pobreza y las burlas a su estilo particular de vestir y comportarse, es descubierto en la calle y drogado, y eventualmente deportado de regreso a su hogar.
La película no logra un puntaje perfecto por algunas falencias: es un filme triste de principio a fin, lo cual es entendible porque retrata un momento de extrema violencia, pero puede caer en un retrato un tanto homogeneizador y revictimizante de las personas marginadas, que siempre son vistas como infelices y actores pasivos de su condición. A pesar de la guerra, estas personas pueden sentir alegría, por ejemplo, por medio del baile, que se vuelve en sí mismo una forma de resiliencia. La película se hubiese beneficiado de otras capaz de emoción para darnos una imagen multidimensional de sus personajes. Lo cual nos lleva al segundo punto, y esto es la poca información que nos da sobre las vidas de los amigos de Ulises después de su partida una vez que se integran al narco. Aunque Frías de La Parra da algunas pistas de lo que pasó, el cuento entre Lin y Ulises toma demasiado protagonismo, tiempo que pudo ser utilizado para explorar más a fondo las experiencias de otros personajes.
Finalmente, en ocasiones, las actuaciones pierden calidad. El director escogió para esta película actores naturales (no profesionales), decisión tomada para mantener una representación fidedigna de los cholombianos y mostrar los bailes de las kolombias. Aunque es una decisión entendible y que muchas veces juega a favor de la historia, hay escenas donde los diálogos no resultan orgánicos.
Sin embargo, la película merece el reconocimiento que se le está dando y destaca dentro del cine mexicano por la calidad de su producción y cinematografía. No pretende mostrar juicios de valor, si no retratar la realidad de la vida de muchas personas, de una guerra que no aún no cesa. Es una película que nos enseña que la política no es solo un juego de unos cuántos, ya que esta tiene influencia directa sobre las personas que viven en carne propia las consecuencias. Nos recuerda que nuestras vidas están politizadas solo por nuestro idioma, nuestro color de piel o nuestra forma de vestir, logrado con el duro relato de Ulises en Nueva York, que como muchos otros jóvenes, es forzado a migrar ilegalmente.
La película cierra con una escena desgarradora, mostrando a Ulises de regreso a su barrio, sin su peinado picudo y sus ropas coloridas, parado delante de un bello paisaje de los cerros de Monterrey. Aunque ya sin aquellas cosas que hacían parte de su identidad, lo vemos con sus audífonos puestos, escuchando una cumbia y bailando lentamente mientras ve carros de policía haciendo una persecución. La batería de su mp3 se descarga y, como dándole un golpe final, la vida le recuerda que nada puede hacer que evada la realidad en la que le tocó nacer, ni siquiera su amor por la cumbia.