La polémica detrás del retorno de la Santa Sofía a Mezquita: ¿qué nos dice?
El pasado 24 de julio, mismo día que se conmemora el establecimiento de Turquía como Estado independiente bajo el Tratado de Lausana de 1923, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan guió un rezo a partir del Corán al interior de la icónica basílica-mezquita-museo Santa Sofía (Hagia Sophia en inglés), después de un controversial dictamen por parte de un juzgado nacional ese mismo mes. La polémica se debió a que dependencias internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) se pronunciaron en contra de dicho dictamen, argumentando que la Santa Sofía debería mantenerse como un espacio intercultural que “refleja la diversidad y complejidad de Turquía y su historia”. Cabe mencionar que la Santa Sofía fue declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, por lo que el Estado contrae ciertas responsabilidades frente a dicha determinación. Lo que esto significa en términos de accesibilidad y modificaciones para el recinto es incierto, pero pareciera que lo más interesante es el mensaje detrás de dicho acto.
A principios del siglo XXI, Turquía buscaba posicionarse como un actor internacional con mucha presencia que además se atenía a los principios liberales. Esto en parte recaía por un interés nacional de formar parte de la Unión Europea, por lo que los criterios de entrada le obligaban a adoptar un estado de derecho robusto e instituciones democráticas y liberales. Sin embargo, con el paso de los años, la política exterior de Turquía bajo la visión del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas en inglés) y el liderazgo de Erdogán se ha guiado bajo un lente conservador-nacionalista, así como mediante el uso de la fuerza para extender su posicionamiento regional y global.
En primer lugar, debe entenderse que las Primaveras Árabes del 2011 provocaron cambios en el escenario geopolítico, así como en la estrategia de Turquía. Según The Economist, después de dichos acontecimientos, Turquía buscó posicionarse como un país “modelo” de gobernanza efectiva dentro del mundo musulmán, aprovechando la inestabilidad regional y buscando hacer frente a sus amenazas percibidas, como el Estado Islámico (ISIS) y el Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK). Asimismo, buscó establecer un perímetro de seguridad alrededor de sus fronteras, con la Guerra Civil en Siria en pleno desenlace. Actualmente ocupa una parte del noroeste del país, donde ha buscado minimizar el número de refugiados entrantes al país y ha pretendido generar disrupción en el gobierno del presidente sirio y chiita Bashar-al Assad.
De igual manera, ha buscado explotar su posicionamiento geográfico y su amplia red de alianzas internacional para erguirse como un actor con relevancia sistémica. Durante la Guerra Fría, Turquía ocupaba una posición importante debido a su cercanía a la antigua Unión Soviética y, actualmente, delimita la línea fronteriza operativa de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), siendo un punto clave como eje de contacto entre Europa, Asia Central y Medio Oriente. Formar parte de este grupo inherentemente le brinda un peso militar considerable, pero a la vez, Turquía ha apostado a la industria militar como una de sus vías para el desarrollo. Esto ha venido del mismo Erdogan, quien ha mencionado que planea generar autonomía en la industria de defensa para el 2023 y que en términos reales ha tenido avances importantes como en el proyecto nacional MILGEM para construir buques navales para la guerra antiaérea y anti anfibia, y que ha logrado convertir, según reporta Forbes, el 60% de su producción en producción local.
Asimismo, el Índice Global Elcano, que se encarga de estudiar la proyección y el impacto sistémico de los países, en su reporte del 2019 aún posicionando a Turquía en el puesto 18 a nivel global, en cuanto a su presencia militar subió 8 asientos para colocarse en el décimo, lo cual habla de cómo Turquía ha mantenido el eje militar como uno de suma importancia. Cabe mencionar que Siria no es el único lugar donde Turquía tiene operaciones, sino que también tiene operatividad en Libia y en Irak, de donde planea colocarse para establecer posteriormente proyectos de inversión.
De igual manera, la falta de oposición política a nivel interno significa que se deteriora la alternativa democrática y esto impacta el rumbo de la política exterior. El Índice Bertelsmann Stiftung (BTI por sus siglas en inglés), que genera reportes anuales acerca de los países en materia política, económica y social, calificó a Turquía para el reporte de este año 2020 con un 3 en estado de derecho y un 5 en la no interferencia de dogmas religiosas (en una escala del 1 al 10, siendo 1 el número más bajo). Cuando se desglosan los números, el Índice argumenta que el gobierno ha ido introduciendo el islam a la vida civil, donde, por ejemplo, desde el 2017 los muftíes pueden conducir matrimonios civiles, lo cual se open al código civil secular. En términos de estado de derecho, a partir de los cambios en la estructura política del país suscitado en ese mismo año, el presidente pasó a ocupar los cargos de jefe de Estado, jefe de gobierno y líder del partido gobernante, lo cual ha generado una disrupción en el sistema de pesos y contrapesos.
Por último, cabe decir que Turquía se ha convertido en un actor cada vez más impredecible en el escenario internacional. La afinidad ideológica que caracterizaba a su participación en foros internacionales como MIKTA se deteriora y se comienza a ver cómo Turquía diversifica sus alianzas tradicionales. Uno de estos quiebres fue evidente con la compra de Turquía de sistemas de defensa S-400 de Rusia, lo cual contrapuso el acuerdo establecido con la OTAN. Asimismo, el tema de Kurdistán ha sido una espina sumamente compleja para Turquía en su relación con Estados Unidos, debido a que los kurdos se convirtieron en un aliado estratégico de los Estados Unidos en su lucha conta de ISIS, que a la vez ha fortalecido el posicionamiento del PKK dentro del país del mediterráneo.
De igual manera, el referéndum constitucional del 2017 provocó tensiones con Austria, Alemania y Países Bajos, por lo que la relación con la Unión Europea también se mantiene tensa. Según el BTI, este ha sido el enfoque más reciente del AKP, bajo el manto ideológico de Ahmet Davutoglu (ministro de relaciones exteriores hasta el 2014) el cual ha buscado dar un giro a la orientación tradicionalmente occidental en sus relaciones. El riesgo, como siempre suele ser, es perder credibilidad como actor confiable en el sistema internacional, algo que Turquía mucho tiempo se esforzó en construir y que parece que cada día se pone más en duda.