TCF: La máscara de la benevolencia en 'Los Iluminados'
La pubertad como un circo. La etapa más caótica, en la que las emociones cuelgan de una cuerda floja, y cada experiencia se torna una acrobacia en la que el reto es mantenerse en equilibrio.
Aquí la pérdida, el hallazgo y la búsqueda se vuelven factores de la ecuación para hallar la propia identidad. Camille (Céleste Brunnquell) tiene 12 años. La conocemos desde las primeras imágenes, en las que se mueve con soltura frente a la audiencia, como parte de un espectáculo. Su pasatiempo artístico es el circense, vive en una pequeña ciudad francesa, y es la mayor de cuatro hermanos, hijos de una familia unida.
Inicialmente, la mayor de sus preocupaciones es la de mejorar su técnica clown para preparar un número cómico, hasta que sus padres deciden cambiar su vida, e integrarse a una comunidad religiosa. Religión como sinónimo de entidad protectora, en la que creer, se vuelve en la única y más fuerte demanda.
Bajo la justificación de brindarles una educación altruista, conviviendo en armonía con el otro, y sirviendo a los barrios más necesitados de su ciudad, aquella perfecta idea de comunidad, pronto se estropeará para Camille, quien deberá abandonar su pasión y dejar los jeans por las faldas largas y las opiniones cortas.
Los Iluminados (Les Éblouis) es la ópera prima de la actriz y directora Sarah Suco, cuarto filme que conforma la 24 edición del Tour de Cine Francés. Una historia, que en la superficie, podríamos fácilmente encasillar dentro del género coming of age, por el crecimiento y la transformación de su protagonista, pero si miramos más a detalle, nos damos cuenta que el tema de fondo es mucho más complejo que el de una adolescente tratando de lidiar con sus caprichos. Aquí, optar por la madurez no es una alternativa, sino la única opción.
¿En quién creemos cuando nuestros dioses nos han traicionado? Cuando la diferencia entre hacer el bien y el mal se torna tan confusa.
Iglesias y templos como instituciones que existen para el amparo humano. Las caras de aquellos dogmas benevolentes, pero a su vez, sujetos a grandes contradicciones. Santos y pecadores inmiscuidos en un mismo saco, sin importar el nombre que lleven: Bienaventuranzas, Cienciología, Testigos de Jehová, y derivados. Gracias a los “ritos” realizados en nombre de algún dios, existen organismos como la Comisión Independiente sobre Abusos Sexuales en la Iglesia (Ciase) para hacerle frente a los numerosos casos de pederastia y abusos sexuales. Y esto sólo en el caso de Francia, país que entre 1950 y 1970 concentró cifras alarmantes en dichos delitos.
En la pantalla Suco nos presenta una historia autobiográfica. Y más que una ficción, es una manifestación de las atrocidades y perversiones que se han cometido hasta el día de hoy. Muchas de ellas veladas e impunes.
La realizadora francófona declaró en una entrevista haber situado la película en la actualidad, a pesar de haber vivido esta experiencia en los años 90, ya que, de otra forma, la gente pensaría que este tipo de casos son agua pasada, y únicamente sucedían hace 30 años.
Sin embargo en los años 90, y según los datos expuestos por la misma, se registraron 50,000 casos de niños víctimas de aberraciones sectarias cada año. Hoy se estipula que son cerca de 90,000. Y aunque las cifras son perturbadoras, el problema las supera. Debajo de este escándalo existen aún miles de lances que han sido encubiertos por años, y con ello, vidas arruinadas.
El cine, una vez más, como denuncia y sentencia social, para iluminar a los culpables que por tanto tiempo han estado en una cómoda penumbra.