Una de las cosas que más me gusta de las películas, y que nunca dejará de sorprenderme, es su extraordinaria capacidad de construir a partir de imágenes en movimiento emociones y sentimientos que difícilmente pueden conseguirse con palabras.
Aprovechando un lenguaje que sólo le pertenece a él, el cine nos permite viajar al pasado de modo inmediato gracias a la magia del montaje que, al unir una imagen del presente con una película casera filmada en súper 8 hace años, nos transporta a otro tiempo y otra realidad de manera inmediata.
De todo eso y mucho más trata El patio de mi casa, tercer largometraje documental de Carlos Hagerman (Los que se quedan -co-dirigido con Juan Carlos Rulfo 2008-, Vuelve a la vida, 2010) que regresa a uno de sus temas favoritos en esta nueva entrega de largometraje: la familia.
Tomando ahora como punto de partida su propia familia el realizador nos sorprende con una dura pregunta que, a bote pronto, nos sacude en la obscuridad de la sala de cine: ¿cómo se prepara uno para la muerte de sus padres? Así, hablándonos directamente a través de su voz en off Hagerman nos hace partícipes de sus miedos y preocupaciones. Nos abre la puerta de una casa, y su patio, que serán origen y destino de un fantástico viaje que acompaña la historia de dos personajes entrañables: Óscar y Doris. Sus padres.
Él arquitecto y maestro, ella psicóloga y educadora. Esposos y promotores incansables de dotar de oportunidades y herramientas formativas a jóvenes de comunidades rurales de Oaxaca, Puebla o Chiapas. Una pareja que, además de criar a cinco hijos propios, ha apadrinado a muchos ajenos por el puro gusto de compartir lo que saben, por hacer un poco mejor al país en el que viven.
Esa casa del título también funciona como metáfora. Nos hace entender que cuatro paredes son mucho más que un cuarto y se pueden traducir en el espacio donde el cambio es posible. Ya sea para vivir en ella, ya sea para aprender ahí, ya sea para ver crecer a los hijos o compartir el pan y la sal con los amigos, ya sea para ofrecer un camino a aquellos que nunca lo han tenido.
De pronto la historia de Óscar con su padre sueco y su infancia en España se parece mucho a la de los padres o abuelos de todos los que compartimos la obscuridad de la sala de cine. De pronto las películas de Doris niña en sus vacaciones con sus hermanos nos hace pensar en las de muchos que así conocimos a sus tíos o sus padres de pequeños.
Por eso el relato en primera persona de Carlos resulta poderoso y entrañable. Por que, además de que sus padres resultan en sí personajes memorables y relevantes por su trabajo y por su intención de mejorar la vida de los demás, detrás de su familia está nuestra familia y las de todos. Por que identificamos a sus papás con los nuestros, sus cintas caseras en 16 o super 8 con las de los padres de nuestros padres.
Al final, una nueva confesión desde la silla del director cierra el círculo y nos confirma lo que todos hemos pensado y sentido a lo largo de la hora y media que dura el relato: el realizador usa su cámara como un vehículo para tratar de lidiar con el implacable paso del tiempo y filma a sus padres con el único objeto de conservarlos para siempre. De salvarlos del olvido y capturarlos en una serie de imágenes en movimiento que nos recordarán a todos quiénes son y quiénes han sido. A nosotros y a sus hijos y a todo aquel que quiere escuchar el cuento.
Justo en eso, y en el amoroso retrato que Hagerman construye a partir de acercarse a sus padres y seguirlos en su día a día hoy que entran en la vejez, descansa el mérito de este íntimo e inteligente homenaje fílmico que entretiene y conmueve al mismo tiempo.
El verdadero logro de El patio de mi casa es que nos hace ver en esa familia a la nuestra y nos recuerda esa película que todos hemos soñado con filmar y aún no hemos rodado.
Carlos Hagerman ya lo hizo, y por ello, es indispensable ir a conmoverse con su trabajo.
@elmoremoreno