¿Quiénes somos después del Bahidorá?
El Carnaval de Bahidorá no es el mismo desde su primera edición en 2012. Los habituales asistentes, año con año, reconocen su crecimiento a lo largo del tiempo: ya sea que se anuncie un mayor número de bandas en el cartel, o bien, que se dispone de un espacio más grande dentro del Parque Natural Las Estacas. Sin embargo, si este 2018 hubo una anexión para destacar, es la aparición del Circuito de Arte. Dicho circuito consistió en invitar a 15 artistas y colectivos mexicanos, o residentes en nuestro país, para que crearan una serie de piezas efímeras acordes al espíritu y los valores del carnaval. Instalaciones, esculturas o proyección de mapping, fueron algunos de los formatos elegidos por los artistas para realizar sus piezas.
Una de las posturas que ha caracterizado a Bahidorá es su apuesta por la sustenbilidad y su respeto por la naturaleza. Esto, de alguna manera, fue reflejado en la mayoría de las piezas artísticas que se exhibieron el pasado fin de semana, que si bien el discurso no era una abierta invitación a reflexionar sobre estos temas, el tópico que preponderó fue el del espacio como un sitio habitable y, al tratarse de piezas interactivas, el pensar nuestra relación con estos espacios. Lo explico en las siguientes líneas.
Los asistentes, antes del carnaval, sólo conocíamos el nombre de los artistas, mas no lo que presentarían. El gusano de la expectación hizo que nuestra imaginación volara con las posibilidades de creación dentro de Las Estacas. Algunas fueron grandes sorpresas, otras una obvia coherencia con la carrera del artistas, y otra una terrible decepción. Al mencionar esta decepción, hago referencia a “Amor imposible” del colectivo de las Flaminguettes, un enorme peyote inflable y de colores, que si no hubiera sido por su tamaño se hubiera perdido completamente en el paisaje de Bahidorá. Sin embargo, menciono este inflable en primer lugar, y es el único caso de decepción, porque su estética marcó la tendencia para otra serie de piezas claves en el carnaval, pues la forma piramidal de lo que representa las espinas fue recurrente en otros trabajos.
La labor de varios artistas fue intervenir unas estructuras que podrían recordar a la coraza de Bowser de Mario Bros, o bien, un tipi construido a partir de pirámides; cada construcción contaba con una entrada y un agujero en la parte superior. Ojos, plantas, o arte psicodélico fueron algunos de los discursos que artistas como Natasha Kroupensky, Andrés Gamiochipi o el Centro Morelense de las Artes manejaron. Volveré a estas estructuras más adelante.
También es de destacar el trabajo de Pats Saucedo, quien hizo una proyección de mapping en el paisaje natural de Las Estacas, donde la artista jugó con figuras geométricas, luces y cabezas que se fusionaban con los árboles. Fue un espectáculo que pocos se tomaron el tiempo de ver la noche del sábado, pero como experiencia resultó ser demoledora e impresionante.
Pareciera que el tema a discutir sobre el Circuito de Arte en Bahidorá es la ejecución de las piezas; sin embargo, la reacción e interacción de los asistentes con estas instalaciones es un tema aún más interesante, pues gracias a ello es que la pieza termina de cumplir su cometido, ya que su mensaje no puede ser completado hasta que el espectador llegue y tenga contacto con ella. Como primer ejemplo de esto, tomo “Timespace” de Spacetime, una especie de cilindro pentagonal colgante cuyos aristas estaban unidos por hilos de colores, que podrían recordar una hamaca, e incluso una de esas sillas de jardín hondas y un agujero en el centro. Durante la madrugada del sábado, uno de los asistentes se metió dentro de esta estructura a modo de juego, como si fuera precisamente una hamaca, mientras reconocía no saber qué estaba haciendo; tras esto, uno de sus amigos le dijo “es una instalación de arte”, lo que causó un inmediato temor de sus actos y salió de la pieza esperando no haberla dañado.
Tomo como ejemplo este caso porque es un reflejo del aura que la palabra “arte” todavía carga consigo, como la idea de que es costoso e intocable, y que el menor daño traería grandes problemas a este asistente. Uno de los objetivos del Circuito de Arte era destruir estigma, que el arte no es un producto del que sólo se tiene una correcta comprensión tras varios años de estudio universitario, sino cotidiano, sorprendente y reflexivo al mismo tiempo. “Timespace”, una pieza que al primer vistazo parece demasiado simple, cumplió transmitiendo el siguiente mensaje: no importa qué tan incómodo sea un espacio, mientras sea un espacio que puedas habitar, será ocupado.
Un caso completamente contrario: la artista Lua Rivera, que durante su carrera ha utilizado el hilo como materia prima para crear nidos de distintos tamaños y ubicaciones, fue la más fiel a lo que ha trabajado siempre. Un capullo colgante, como parte de la serie “Natura/Nurtura”, estaba lo suficientemente accesible al público como para ser utilizado como columpio envolvente. Los asistentes no tuvieron reparo en montarse a él y descansar un rato del sol del estado de Morelos. O bien, una instalación de hilos rojos colgados a los extremos de unos árboles generaban la sombra suficiente para pasar un rato agradable a la orilla del río.
Un caso aún más radical: algunos asistentes de Bahidorá llegaron al estado de Morelos sin tener definido su hospedaje ni su lugar en la zona de camping. Como consecuencia de ello, se adueñaron de las estructuras mencionadas párrafos arriba, cubriendo la entrada con alguna toalla a manera de puerta, y pasando ahí la noche. Nuevamente aquí el tema es el espacio, un ejemplo de que sólo necesitas ver un sitio libre para privatizarlo y decir “yo llegué primero, aléjate porque yo estoy aquí” cuando realmente esa estructura no tenía dueño.
Esto no es dicho a manera de regaño, sino como una observación de la naturaleza del ser humano que necesita adueñarse de las cosas. Pienso en aquellos famosos performances donde se junta basura para simular el final de una fiesta, y de los que incluso se ha bromeado con algunas notas periodísticas de señoras de la limpieza que terminan por recoger la pieza. Aquí no fue necesaria la intervención artística, la misma gente representó dicho performance dejando su propia basura como huella de su paso por ese lugar, completando de una forma muy interesante el mensaje de apreciación.
Sería interesante pensar y llevar más allá el Circuito de Arte, no sólo verlo como un elemento anexado a Bahidorá este 2018. Imaginemos el Carnaval como una pieza de arte en sí misma, pues este circuito no es su única expresión artística, ya que la verdadera razón de ser de ese festival es la música. Pensemos Bahidorá como un performance que intenta recuperar el papel que esta celebración jugaba desde tiempos milenarios, donde hay un cambio total de valores y se regresa al caos antes de la regeneración y nuevo comienzo del mundo con la llegada de la primavera. Factores como la elección del lugar, la atmósfera creada por el Circuito de Arte, la elección del cartel musical (cuyos artistas manejan discursos cercanos a la religión, como ÌFÉ, o de respeto por la tierra, como Hetty and Zambo), aunado a una ideología de sustentabilidad y conciencia ecológica, crearon todo un escenario para generar un cambio de pensamiento o una pequeña reflexión en sus asistentes.
Quien convive dentro de Bahidorá regresa a cierto estado primitivo, adjetivo que no uso peyorativamemente, a un momento en el que los actos del ser humano se limitan a sus necesidades básicas: comida, bebida, baile, sexo y, por qué no, paz espiritual. Sin embargo, esta fiesta no deja de ser una simulación, aunque regresemos a un tiempo antiguo gracias al ritual del carnaval, no dejamos de ser personas de nuestra época. El escenario y la atmósfera creadas tienen origen en un sistema comercial, por lo que es normal que a esta efímera utopía paradisiaca se le cuelen fragmentos de nuestra cotidiana realidad. ¿Cuál es el objeto que representa de mejor manera este sistema? La basura.
Es sorprendente que a pesar de todo el trabajo por parte de la organización del Carnaval de Bahidorá por ser más allá de un simple festival que trae bandas extranjeras a nuestro país, y lograr la construcción de un discurso que invita a la reflexión de asuntos urgentes dentro de nuestro entorno, sea el tema que menos se comenta. Y lo más sorprendente para el lector viene a continuación: esto no está siendo dicho con enojo, furia o tristeza, sino con completa emoción. Porque entonces, la pieza en sí misma que es Bahidorá nos habla de una de las más grandes naturalezas del ser humano, que es ser contradictorio, nos habla de que no importa cuánto intentemos crear conciencia y enderezar el camino, nuestra existencia contaminante terminará por anular nuestro discurso. Incluso, el Carnaval fue coherente con esto al contradecirse la noche del viernes, cuando desde la pieza "Colosal", del colectivo Vista Gorda y el artista Atelier Romo, una gran estructura ubicada en El Umbral, hizo una exhibición de pirotecnia. Pues si su intención era crear la menor huella ecológica en ese pequeño paraíso que es el Parque Natural Las Estacas, ¿por qué esparcir pólvora?
El verdadero arte nunca dará respuestas, sino generará preguntas que al espectador le corresponde contestar, sin que sean correctas ni incorrectas, sin que sean aplicables a todas las personas. Las preguntas que a mí me deja el Carnaval de Bahidorá en su edición 2018 son las siguientes: ¿Será que estamos condenados a ser para siempre parásitos dentro de nuestros propios espacios habitables? ¿Quién acabará con nosotros primero: la fuerza de la naturaleza (como los temblores) o nuestra huella de consumo? ¿Será posible encontrar soluciones que consideren nuestras contradicciones y, al mismo tiempo, nos aseguren una estadía pacífica en la Tierra? ¿Este carnval sí podrá materializar un nuevo comienzo? ¿Quiénes somos después de Bahidorá?