¡Queremos tanto a Federer!: "La majestad" sacralizada

¡Queremos tanto a Federer!: "La majestad" sacralizada

Foto: Omar García Cosío

Foto: Omar García Cosío

Por: Omar García Cosío

Con figuras y espacios así, es palpable religiosidad dentro del deporte. Paralelismos que brinda una industria cuyo matiz pasional no se puede entregar a una explicación lógica (aunque se puede hacer) porque pierde la magia.

La Plaza México: el espacio que recibe el carnaval blanco ocupa el indiscutible grado de catedral. Esto sin entrar en juicios de valor sobre la liturgia que acontece generalmente. Aunque lo que si asemeja las dos disciplinas es que es muy sencillo identificar a quien goza del espectáculo con conocimiento de causa y aquellos oriundos de la Villa Melón

41 mil personas. Nunca el tenis, en ninguna circunstancia espacio-temporal, se había entregado a un público tan grande. El calificativo Monumental de la México en todo su esplendor. 

La primera muestra, motivos identitarios. Un enfrentamiento que apela al corazón del coloso: México vs Estados Unidos. Dobles. La mejor dupla de la historia: Bob y Mike Bryan ante Santiago González y Miguel Ángel Reyes-Varela, las dos raquetas mexicanas mejor posicionadas en el profesionalismo. 

Primer set: dominio mexicano. Apenas nueve games que pusieron el 1-0 para la causa local. La respuesta no tardó por parte de los históricos Bryan: 6-4 que mandaban al definitivo. Tie-break: control absoluto de los tricolores: 10-2. La primera sonrisa de la noche se quedó en casa. 

¿Cómo se debe ver a Roger Federer? 


La primera idea fue la alegoría: sinónimo de lo legendario. Pero aquí no se habla de alguien que parece y no es. Aquí hay palabras que significan lo mismo: Federer y leyenda. No hay distinción. 

Oscuridad que tomó la ciudad. Un instante que basta para ser testigos. El silencio que ahoga una ovación estridente. Sólo se percibe como el cemento legendario se cimbra cuando el coloso se apersona en el terreno de juego. 

El deporte-espectáculo, como arte, permite dos singularidades: ver el momento mismo de la creación y conservarlo en los resquicios de la memoria. El recurso audiovisual sólo funciona como gatillo para despertar el recuerdo.

Y ahí están: 20 Grand Slams, Wimbledon, sinónimo de tenis. 

Enfrente: la promesa. Alexander Zverev, quien pasó en un año meteórico para cerrar en el top ten era el rival en este serial. Seis partidos en cinco ciudades. 

Foto: Omar García Cosío

Foto: Omar García Cosío

El partido comenzó y entonces si, el pandemónium se entregó al diálogo de las dos raquetas. El rebote de la bola es lo único que se escuchaba, mimetizado con gritos desaforados para el helvético y las onomatopeyas propias para el silencio. 

Arranque físico, desplaces por la cancha, técnica que buscaba contener lo físico del teutón. La misma narrativa que en el papel: la vieja gloria ante el que sigue. Notorio. 

La juventud se terminó por imponer en el primer set. Apenas 29 minutos bastaron para que Sascha remontara un 1-2 adverso para culminar con un 6-3. Contrastes. 

Para el segundo set, la misma tónica: dos de tres que se transformaron en ventaja para Zverev. Espectáculo, juego con la afición y voces que escapan al ritual previo del saque: antesalas del ¡Shhhh!

Paridad. Ventaja, empate, ventaja, empate. Federer recuperó la delantera tras el noveno game y con un error no forzado del germano obligó por segunda vez en la tarde el set definitivo. 

Ya en el tercer set, la máquina alemana comenzó agresiva con un primer game en que dejó a Federer en ceros. Respuesta inmediata. Y una ceremonia fracturada. Chistes que hacían voltear a los jugadores, respuestas. “Yo no soy Rafa” hacia el ademán cuando le mencionaban al manacorí. 

Momento para Roger: cinco games sin respuesta. Monumental: la plaza, la ovación y el tres del mundo. La remontada vislumbraba un horizonte. 

Clímax. Match Point. Sólo dos juegos después le bastaron a Federer para hacerse con la victoria. Tarde redonda. 

Hora y veinte que bastarían en principio para saldar la cuenta de “Su Majestad” con el público mexicano. Pero quizá dejó más el sabor de esperar una vez más.

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