Punk, rebeldía y años ochenta: una entrevista con Patxi Irurzun
@miricaiba
Transgresión, intensidad versus vejez, nostalgia e hijos impredecibles. Mucho se ha escrito y hasta romantizado acerca de la movida madrileña… pero ahora es momento de que el rock radikal vasco tome su lugar dentro de la memoria, al menos en estas latitudes mexicanas del que poco llegaron sus destellos. Bienvenidos al Tratado de Hortografía (Editorial Resonancia, 2021) de Patxi Irurzun, quien relata un fragmento de su historia.
El ímpetu de un chico rebelde que forma una banda llamada Los Tampones en Jamerdana, España, en medio de la efervescencia punk de inicios de los 80, va sofocándose cuando la dura vida adulta y familiar se imponen. Éste personaje -que tampoco soporta la voz de Ana Torroja- narra en primera persona de manera tragicómica sus desventuras en un diario íntimo. Trabajando como bibliotecario, intenta publicar una nueva novela, debatiéndose contra las imposiciones de las editoriales e integrándose a un grupo de guerrilla contra la mala ortografía cotidiana.
Irurzun es originario de Pamplona, País Vasco, y nacido en 1969. La tristeza de las riendas de pelucas, de 2013, y Los dueños del viento son otras de sus obras. Ha ganado el Premio de relatos de viajes de El País-Aguilar. Tratado de Hortografía ha tenido otras ediciones, tanto en España, como en Chile y ahora en México y estará disponible en la Feria del Libro del Zócalo.
Algunos fans del punk en México han estado rescatando el rock radikal vasco que difiere de la movida madrileña. ¿Cómo fue que ustedes tomaron el punk y lo transformaron a su manera?
El rock radical es un escenario de fondo y es así porque se eclosionó en mi juventud y lo vivimos con mucha intensidad, como una religión, no creíamos en nada, pero sí en él. Íbamos a los conciertos como a misa o los buscábamos en el periódico como si fuera La Biblia. Entró por los grupos ingleses, por gente que viajaba a Londres y volvía con discos. En las circunstancias históricas que vivíamos fue un buen lugar para echar raíces. El punk siempre ha estado asociado a la precariedad y el País Vasco en aquella época era de violencia política y conflicto laboral, desmantelamiento industrial y juventud sin esperanza que recurría a la heroína. El punk vino a ser la vía de escape para expresar esa desesperanza y rabia.
Me parece valiosa tu reflexión acerca de los diarios íntimos, creo que es una práctica en declive y que los escritores modernos le han restado importancia. ¿Qué tanto debe seguir realizándose?
El diario como recurso para escribir la novela fue la clave para sacarla adelante porque llevaba tiempo queriendo escribirla y resultó que escribí una columna para un periódico y usando ese formato, me di cuenta que tirando de ella podía hacer una historia más pequeña y cotidiana. Las páginas de un diario tenían muchas ventajas como utilizar ese tono tragicómico, que podía contar una historia más triste, en la otra más divertida y hacer saltos en el tiempo entre los ochenta y la actualidad.
Me causó mucha gracia la sátira que haces en la novela sobre Ana Torroja y Mecano porque acá en México todavía hay muchos fans.
No voy a negar que en aquella época sentimos mucho rechazo a Mecano, no tenía nada que ver con la música que escuchábamos nosotros. Expresaban un mensaje muy superficial que nada tenía que ver con la situación dura que vivíamos, de violencia en las calles, de erupción de heroína. Nos parecía rechazable que mientras estuviera pasando eso hubiera grupos que cantaran cosas un tanto estúpidas y rimas tontas. Ellos representaban eso que odiábamos. La movida madrileña estaba confrontada con el rock radical vasco porque los focos se ponían sobre ella mientras que aquí había una historia muy potente que sin embargo era silenciada.
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