Por qué ‘Nace una estrella’ es el retrato del alcoholismo que necesitábamos

Por qué ‘Nace una estrella’ es el retrato del alcoholismo que necesitábamos

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“No es tu culpa, es una enfermedad”.

Así es como Ally, el personaje interpretado por Lady Gaga en la nueva versión del clásico hollywoodense Nace una estrella, intenta consolar a un desolado Bradley Cooper, alias Jackson Maine, en la sala de un centro de rehabilitación para adictos. La efectiva e impecable actuación del también director, guionista y productor de la cinta nos tensa de inmediato un nudo en la garganta. Sus sollozos cargados de una culpa abrumadora, sus palabras titubeantes que intentan disculparse, su voz entrecortada y transformada por el dolor de la vergüenza.

¿Cuál es la relevancia de este poderoso encuentro entre Ally y Jack, una vez que han navegado juntos por las mareas de una adicción? Después de todo, el tercer remake de una historia que se ha contado más veces de las que pareciera necesario, sigue siendo, en esencia, una película musical.

Sin embargo, detrás de la soberbia producción de sus números escénicos que sacuden los asientos con la experiencia inmersiva de un estadio y más allá de la aparentemente ubicua y trillada historia moralígena de fama y fracaso, aderezada por un romance en pantalla, la nueva versión de A Star Is Born es, a diferencia de sus antecesoras, un intento loable y digno de visibilizar el alcoholismo como una enfermedad y no como un mero estilo de vida intrínseco al estrellato.

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Eso es lo que distingue la reinterpretación contemporánea que hace Cooper junto a los guionistas Eric Roth y Will Fetters: un retrato no glamourizado ni apologético de un tema tan cotidiano y, a su vez, tan menospreciado y trivializado en la exposición mediática.

La dependencia al alcohol y el abuso de sustancias han sido enormemente socorridas como líneas narrativas en el cine. En ese sentido, Nace una estrella no es necesariamente pionera en el tema. Sin embargo, a diferencia de otras referencias culturales y cinematográficas del cruento y lastimoso mundo de las adicciones (pensemos de inmediato en la explícita Requiem for a dream o la alucinante Trainspotting), Nace una estrella opta por NO recurrir a una representación explotativa y drástica del tema, sin tampoco ofrecer una visión cursilera y diluida.

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Lo que Bradley Cooper logra exitosamente en su papel, es abandonar el rol acartonado y maniqueo del rockero idolatrado, revestido de excesos y egoísmos, cuyo lema por antonomasia es sexo, drogas y rocanrol. Por el contrario, se nos presenta a un músico solitario, apabullado por la sombra del alcoholismo de su padre y una infancia marcada por la negligencia y el abuso. Pero a su vez, existe luz. Hay optimismo y buena fe en su carácter. Es capaz de infundir seguridad y motivación en Ally y propulsar su ascenso como realeza musical de manera desinteresada. Eso es lo que mantiene a la película, por más de la mitad de su duración, con un aura de esperanza, humor y festividad, consiguiendo evocar experiencias estimulantes, aún cuando en su fondo dormita una penumbra a punto de ser desatada.

“Tell me something boy
Aren't you tired tryin' to fill that void?”

“Shallow”, Lady Gaga y Bradley Cooper

Esta accesibilidad y desapego de la excentricidad, y su profundo y honesto amor por Ally, convierten a Jackson en un personaje lo suficientemente cercano, simpático y entrañable como para que su posterior ocaso y los múltiples escenarios de humillación y fractura que enfrenta, hagan eco de manera particular y conmovedora en el público. Así, accedemos a la condición del adicto desde un lugar de compasión y entendimiento, lejos de percibirlo como un ser de villanía que merece el abismo en que se encuentra.

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Más allá de las someras e inmediatas apreciaciones que pueden hacerse de Nace una estrella, no podemos permitir que su avasalladora construcción escénica nos distraiga del mérito de su mensaje.

Por supuesto que hay que hablar de la exquisita cinematografía de Mathew Libatique, que coloca al espectador, no del lado de la multitud de un concierto, sino arriba en el escenario, junto a las estrellas, a la par de su adrenalina (tal cual lo hizo en El Cisne Negro de Aronofsky). Y claro que también hay que aplaudir la producción musical a cargo de verdaderos íconos de la industria, como lo son Mark Ronson, Jason Isbell, Lukas Nelson y la misma Gaga, quienes logran componer clásicos instantáneos a través de líricas potentes y acordes indelebles. Y sí, hay que reconocer la plataforma que aporta la película a los talentos de Bradley Cooper y Stefani Germanotta (la Lady detrás de la Gaga) en campos que no habían definido antes sus carreras hasta ahora: la silla de director y la actriz frente a la cámara.

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Pero a pesar de todo lo anterior, lo verdaderamente loable de A Star Is Born, lo que supera su ficción y su elevada factura, es la discusión que fomenta en torno a uno de los problemas de salud pública más relevantes de nuestra era. La mayoría de las reseñas de Nace una estrella se centran en la balística actuación de Gaga y la prodigiosa dirección de Cooper, pero pocas atinan a celebrar y reconocer su aportación a la charla mediática del consumo nocivo de alcohol, que según cifras de la OMS, cobra 3,3 millones de vidas al año.

Precisamente en una entrevista reciente con Stephen Colbert, Lady Gaga se apresuró a añadir el tema como uno de los ejes medulares de la historia, justo cuando el conductor norteamericano parecía dejarlo fuera: “La película es acerca de muchas cosas, es una historia de amor, es acerca de la creatividad, pero también termina por ser acerca de la fama y la relación del artista con su público”, anotó Colbert, a lo que Gaga agregó determinante “Y también del abuso de sustancias”.

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Además de darnos canciones y actuaciones merecedoras al Oscar, A Star Is Born se revela finalmente como una invitación, una que nos conduce a una mirada más benevolente y menos juiciosa del adicto y de su necesidad de apoyo psíquico, moral y de acompañamiento humano. No minimizar y, mucho menos, adornar los estragos y condiciones de alcoholismo, como tampoco villanizarlos, es un paso determinante en la recuperación de quien lo padece.

Para cuando A Star Is Born termina, Ally nos mira fijamente con una lágrima rodando por su rostro. La rendición apasionada y estentórea que hace Gaga del último tema de la película, "I’ll never love again”, nos deja en un silencio reflexivo y desgarrador que nos demuestra la importancia de los finales NO felices en una pieza de ficción. Esta pudo ser tu historia, este pudo ser tu esposo, tu amigo o tu padre. Y en cualquier caso, es la solidaridad, la empatía e incluso, hasta la música y el arte, lo que puede salvar vidas en una enfermedad en la que sufre más de uno.

¿Y si tratamos al alcohólico como a cualquier otro enfermo crónico? ¿Con la misma compasión y entendimiento? La pregunta queda bajo el reflector.


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