Poesía en Voz Alta.17: Cinco días de experimentación poética

Fotos cortesía de Casa del Lago

Durante los cinco días que corrieron entre el 29 de marzo al 2 de abril del presente año, en la Casa del Lago Juan José Arreola de la UNAM, ubicada dentro del Bosque de Chapultepec, se llevó a cabo el Festival Poesía en Voz Alta.17, Palabras para el antropoceno, curado por la poeta norteamericana Anne Waldman. Este año, el mayor atractivo fue la presencia de Thurston Moore, guitarrista de Sonic Youth, al lado de la editora Eva Prinz, acompañados por otros artistas cuyas participaciones fueron impactantes, llenas de sorpresas y de un mensaje para crear conciencia.

Como programadora de este evento, Anne Waldman dejó muy claras sus intenciones al nombrarlo como “Palabras para el antropoceno”, es decir, la era geológica en la que vivimos y donde la huella del hombre está presente de una manera devastadora, y para la cual necesitamos un discurso poético que nos acompañe.

Cada participante mantuvo un lazo estrecho con este enfoque al reflexionar sobre el comportamiento humano en la actualidad, desde sus hábitos de consumo hasta la mecanización de la vida. Para expresar estas ideas, hubo dos tendencias muy marcadas en el festival: una vuelta a la espiritualidad, por una parte con poetas como Joy Harjo, y el humor con Dani Orviz, quien proviene de los escenarios del slam poetry españoles.

Un poeta que cubre ambos ámbitos es Guillermo Gómez-Peña, performancero chicano que asume sus escenificaciones en una especie de ritual donde el poeta juega el papel de chamán, pero cuya ceremonia no está exenta de tintes de ironía y sarcasmo. Gracias a su posición de ser fronterizo, tanto geográfica como artísticamente, su crítica abarca los temas políticos actuales y las manías de la gente obsesionada con la tecnología.

La noche del sábado, Gómez-Peña fascinó a conocidos y extraños con su poema sobre la relación sexual que él mantiene con su computadora, su oración por los artistas caídos que le han inspirado –desde César Chávez, Ulises Carrión y David Bowie– y su sátira de Donald Trump al compararlo con un perro.

Por otra parte, en asuntos de popularidad, la participación de Thurston Moore se vio dividida en dos actividades distintas: una lectura acompañada de música, y una intervención sonora. Esta última se llevó a cabo los cinco días del festival en el espacio sonoro de Casa del Lago, y consistió en una yuxtaposición de audios de distinta naturaleza.

Básicamente, se reproducían las voces de poetas como Ezra Pound, Allen Ginsberg, Anne Waldman, Joanne Kyger, o parte del archivo de la Jack Kerouac School of Disembodied Poetic, acompañadas de distintas composiciones musicales realizadas por Moore y Ambrose Bye, así como sonidos recuperados del Bosque de Chapultepec. La polifonía retroalimentó los sonidos entre sí, pues les dotó de un carácter de extrañeza pero que potencializaba cada poema como una obra nueva donde se descubrían nuevas capacidades del lirismo.

El ambiente del espacio sonoro permitió la recepción de la pieza de una manera particular, pues se trata de un jardín que tiene instaladas ocho bocinas en su periferia,3 con troncos que sirven como asientos. Para algunos, esto significó un momento de concentración y apartamiento, mientras que para otros el momento se tradujo en caminatas en círculos por el espacio sonoro en busca de la bocina que transmitía con mayor potencia, un tiempo para la plática o el instante adecuado para ir a pedirle un autógrafo y fotografía a Thurston Moore. Esta diversidad de reacciones mezcladas con el ambiente del bosque, hizo de la intervención un ejercicio de encuentro donde autor, obra y receptor convivieron como un solo ente ajeno al mundo exterior.

Críticos como Simon Reynolds y Michael Azerrad, en los libros Retromanía y Our Life Could be Your Life respectivamente, han hablado de Sonic Youth como un proyecto artístico más que un proyecto musical, una pieza de arte en sí. Incluso, Reynolds dice que la primera vez que vio la palabra “curar” en el ámbito del rock fue usado por los creadores de Sister para la organización de un festival, y que su último disco, The Eternal (2009), era “un acto de curaduría sonora” ya que todas las canciones del álbum son un guiño a algún artista que el grupo admira.

Seguramente el crítico inglés, en ese momento, consideraba este disco como el límite al que podrían llegar los integrantes de Sonic Youth en sus pretensiones artísticas. Sin embargo, el límite llegó en esta reciente edición de Poesía en Voz Alta con lo que se presentó como “Intervención sonora” en sesiones de una hora diarias.

El jueves 30 fue el día que con mayor número de asistentes para ver “el concierto” de Thurston Moore, expectativa que por poco se convirtió en decepción. El acto antecesor fue la lectura de la afroamericana Tracie Morris, quien se vio beneficiada por una gran presencia escénica, una voz potente, tanto poética como sonora, y el uso de la música y el canto.

En su poesía, Morris recupera sus orígenes, sin dejar de lado la parte cruenta y dolorosa que los negros han vivido a lo largo del tiempo. Incluso, se dio tiempo para un poema cantado dedicado a los afromexicanos, exclusivo para ese día. Las interacciones con el público en inglés y en español permitieron que el ambiente se prestara amigable y de juicios positivos hacia ella. Lo cual, dejó la vara muy alta para los siguientes lectores.

Primero salió Eva Prinz, quien dijo en español que leería unos poemas que había escrito esa misma mañana. Su lectura se veía pausada y nerviosa porque su manejo de nuestra lengua no era fluido, como sí sucedió con Morris, mostrando una fragilidad que el público no resistiría mucho tiempo. Afortunadamente, tras tres fallidos intentos, regresó al inglés y su lectura se llevó a cabo sin complicaciones, pues la gente estaba dispuesta a esperar lo que fuera para ver en acción a la cuarta parte de Sonic Youth, pero no tanto.

Ya frente al micrófono, Moore dijo que leería unos cuantos poemas y tocaría UN PAR de canciones, aseveración que desequilibró los ánimos, aunado a un borracho entre el público que no dejaba de gritar tonterías y al que, gracias a dios, sacaron del recinto.

Durante todo el festival, los poemas cuya lengua original no fuera el español, su traducción era proyectada en al fondo del escenario, y en algunos casos, el orden que tenía la organización del festival no era el mismo que traía el poeta. Por lo que, en esta ocasión, el guitarrista se tardaba más en encontrar la correspondencia entre el texto de su hoja y el que se proyectaba que en la lectura misma. Cada poema que pasaba era una eternidad para los fanáticos, y dos canciones no parecían suficientes para compensar tanta espera.

Pero cuando sonó el primer acorde, todo lo anterior fue borrado y la historia comenzó de nuevo. Primero “Speak To The Wild” de su disco The Best Day (2014), y luego “Cease Fire”, su más reciente sencillo. Dos canciones suaves que simplemente sonaban a Thurston Moore y los otros proyectos en los que se ha involucrado a lo largo de su carrera, una tranquilidad similar a “Sunday” y “Antenna” y que llegaban a tintes de suspenso y distorsión que recuerdan el EVOL (1986). Los visuales del espacio exterior, la tranquilidad del bosque y el talento musical de Moore hicieron de ese escenario el centro de un cosmos cuyos habitantes iban encontrando una pieza clave de su existencia con cada nota. Hasta que la música cesó.

Había ansiedad y desconcierto entre los asistentes. Fueron dos buenas canciones, sin lugar a dudas, era lo que se esperaba escuchar; sin embargo, había más hambre de ruido. Un encore salvó la noche. Thurston empezó a improvisar progresiones que bien podrían ser parte de “Schizophrenia” y que fueron subiendo de tono y velocidad hasta convertirse en un caos creacional donde todos los sentimientos posibles se hacían presentes: la alegría, el enojo,  la soledad, la tristeza, el gozo, la furia, el amor, el odio.

Moore tocaba requintos que se negaban a sonar como si él fuera un dios de la guitarra gracias a la distorsión de los pedales, en una especie de auto sabotaje creativo. El frío de Chapultepec revelaba a los seres ahí reunidos como entes reposicionados en otra realidad, una nueva, pero no por ello mejor. Sí, la historia había comenzado de nuevo, gracias a tres canciones en aproximadamente media hora.

Hay un momento al final de los conciertos en el que el asistente desea no volver a contaminar sus oídos con otros sonidos, dejarlos sellados para que la música que se introdujo no salga jamás ni se vea desplazada por impurezas con las que tarde o temprano se tendrá que encontrar cuando salga la calle nuevamente. Esa es la sensación que dejó Thurston Moore en Poesía en Voz Alta.17, un cambio efímero de realidad.

La importancia de Poesía en Voz Alta radica en su manera de enfrentar al público a otro tipo de plataformas de transmisión poética además de la hoja impresa. Para algunas personas, mucho de lo que se presentó a lo largo de los cinco días de actividades lo podrían considerar como expresiones radicales.

Esto se debe a que el sistema cultural y literario mexicano ha reducido las presentaciones poéticas a un recinto solemne (Bellas Artes, Casa del Poeta, ferias del libro), un mesa, una jarra de agua y una lectura de veinte minutos aproximadamente en la cual el tono de voz y el sonsonete es igual en cada uno de los poetas. Esta tradición está tan arraigada que cuando otros escritores mexicanos intentan salirse de esta estructura con recursos multimedia, música o luces, su tono de lectura no presenta cambios con respecto a sus antecesores.

Ejemplo de este “radicalismo” fue el performance el último día del festival de Anne Waldman, quien se vio acompañada por su hijo Ambrose Bye, músico y productor, y del mismo Thurston Moore. Se trató de una pieza en tres actos titulada igual que el festival, es decir, “Palabras para el antropoceno”. La poeta retomó conceptos y personajes del budismo para representar el estado degradado de la Tierra y cómo la rueda del consumismo sigue girando.

La música a cargo de los antes mencionados creó una atmósfera tétrica y que le permitió a Waldman mantener un ritmo voz muy marcado, similar a la de una conciencia alada y supraterrenal que envía un mensaje cuasi profético del final de los tiempos, al más puro estilo del libro de las Revelaciones de San Juan.

De la misma forma en que la rueda de la vida o Samsara se mantiene en movimiento gracias a la Ignorancia, la Ira y el Deseo, una rueda del capitalismo y el consumismo se mantiene gracias a que estos tres venenos se mantienen en la vida de las personas. Baste aclarar que, para el budismo, la Ignorancia es el desconocimiento e incomprensión de que todo es pasajero, fugaz, lo cual lleva al deseo de permanencia y eternidad de la vida; de la misma forma en que David Rockefeller deseaba vivir gracias a sus constantes trasplantes de corazón.

Para Waldman, durante el antropoceno, la huella del hombre es el mismo deseo de permanencia, lo cual ha generado una destrucción del mundo que parece irreparable y, para evitar peores consecuencias, la solución es intentar detenernos. La norteamericana terminó su performance con un movimiento de manos que simulaban mantras de meditación, dando fin a su ritual y que incluso parecían un último hechizo de protección del vaticinio que contenía su pieza poética.

Tras este final tan terrorífico, la alegría regresó a Casa del Lago con la presencia de Juan Stiven, repentista colombiano, y los Cantores del Son, un conjunto de huapango mexicano. La poesía en voz alta se manifestó en un pequeño duelo inicial de improvisación entre estos músicos, que hicieron reverencia de sus respectivas tradiciones poéticas, así como una aclaración de que sus países de origen no solo son cuna de narcotraficantes.

Juan Stiven se negó a hacer una presentación cumplidora, pues todo el tiempo invitó al público a involucrarse en el espectáculo, ya fuera pidiendo que se le acompañara con las palmas o pidiendo pies forzados para retar a los Cantores del Son en la improvisación de sextillas.

Cuando le tocó enfrentarse a demostrar su talento, Stiven se bajó del escenario para intercambiar versos con los asistentes, pues se basó en las situaciones que veía a su paso para seguir con su composición de seguidillas; de hecho, coqueteó por un momento con Eva Prinz y se burló un poco de Thurston Moore, quienes estaban en primera fila,  por no entender el español, aunque terminó pidiendo una disculpa por sus bromas y les deseó lo mejor a la pareja.

Este ambiente cerró con broche de oro cinco días de festival, entre la música tradicional mexicana y la picardía colombiana, donde se comprendió que a pesar de las dificultades que se viven actualmente en el mundo, siempre hay un tiempo para la alegrarse y regocijarse con el arte.

Aunque hubo varios discursos implicados, siendo el político el más implícito y obligado, éste no fue tan aludido. La experiencia de Poesía en Voz Alta.17 fue enriquecedora porque ningún artista se levantó como una figura profético-panfletaria en busca del aplauso fácil por sólo alzar la voz en contra de los enemigos ya conocidos, pues cada uno de ellos invitó a reflexionar desde la individualidad y así tener repercusión en lo colectivo.

Las palabras para el antropoceno se juntaron en este festival, dejando altas expectativas para el próximo año, pero, sobre todo, una pequeña luz de esperanza en la que el arte aún puede tener un impacto relevante en el mundo.

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