Pero esto es fútbol.

Previo al encuentro, me llamó la atención ver algunas prendas de la Selección Italiana entre los asistentes a la “Bombonera”. Cualquiera vería normal el uso de vestimentas propias de un campo deportivo. La parafernalia que rodea el templo donde en palabras de Juan Villoro: “no hay ateos”. Sin embargo, en aquel espacio es el espectro que despierta aquella amarga tarde de 1970 en la que el México selló ser el único conjunto local en cuatro justas mundialistas que no levantó el trofeo. Aunque por obvias razones no sufrí en vivo el trágico desenlace, la primera vez que vi el testimonio filmográfico de aquel partido me emocionó el remate de la “Calaca” González que ponía el 1-0, y que al poco tiempo dejó la ilusión destruida con una magistral prueba del “Catenaccio” italiano. Joaquín Sabina dice que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió y 44 años después seguimos imaginando un quinto partido. De vuelta en el Clausura 2014, polos opuestos en la clasificación general, Toluca y Tigres llegan con la encomienda de aumentar a tres las victorias en las últimas cuatro contiendas libradas por choriceros y regios, aunque sazonada con un ingrediente extra-cancha. La parte del encuentro que cuenta pero no juega sigue con heridas frescas y quien en otrora fuera su mentor en la institución roja se convirtió en su némesis. “Si algo le llega a pasar a mi integridad física, culpo al señor Lebrija y al Tuca”. Sentenció José Saturnino Cardozo previo a la semifinal del Apertura 2011 entre los mismos universitarios de Ferreti y los entonces Gallos del paraguayo. A casi tres años de la afrenta, ni el tradicional “Abrazo de Acatempán” previo al duelo.

Un partido trabado de comienzo, de llegadas esporádicas de ambos conjuntos. Con el transcurso de los minutos, el Diablo se fue apropiando de lo que territorialmente es suyo. Pasaron doce minutos cuando Pablo Velázquez reventó la red con fiero testerazo que tenía al Toluca con la ventaja. Los 32 minutos que restaron de la primera mitad sólo sirvieron como la esperanza en la tribuna de ver algo mejor en la parte complementaria.

Como en una probada de su propia medicina, Cardozo sólo pudo observar el portentoso remate de Paco Torres quien emparejaba los cartones apenas transcurridos cinco minutos del segundo tiempo. La tónica de Tigres fue la misma, pero faltó ese ingrediente de buena suerte cuando alguien intenta un disparo similar. A partir de la igualada, el partido tomó color. Ambos equipos perdieron un miedo que parece recurrente en el fútbol del siglo XXI: el miedo al espectáculo. Entre un “toma y daca” se fueron los minutos sin ese pesar, ni ese bostezo que algunas veces es inevitable. El fútbol conservador de la nuestros días agradece esas pinceladas de fantasía, aunque no llegue al destino el esférico. Aquí si aplica: “la intención es lo que cuenta”, aunque se quedaran en eso, pinceladas. En esta era se aprecia más un poster comercial que una obra de arte.

El tiempo de compensación auguraba la igualada y el infierno, como el de Dante se preparaba para abrir su círculo más profundo: el de los traidores. Aquellos “Judas” que fueron incapaces de derrotar un equipo a doce peldaños por debajo en la clasificación no merecen sino el desprecio del abucheo. Minuto 91, tiro de esquina, rebote en el área chica y de pronto el infierno cerró esas últimas puertas para cambiar el monosilábico “bu” por el de “gol”. El Nemesio Diez se caía a pedazos como el punto que Tigres iba a sacar de una plaza como la mexiquense y como dijo tanto José Cardozo como Ricardo Ferreti: “esto se gana con goles. El que más propone no siempre gana, pero ¿qué le vamos a hacer?. Esto es fútbol”.

[#VIVELATINO] Sábado

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