Por Eduardo Díaz
Fotos por: Luisa Fernanda Méndez
Creo que La Faena fue uno de los mejor lugares para presenciar las imaginaciones fantasmales del productor mexicano, Ñaka Ñaka -ahora residido en Nueva York. Hay una extraña vibra onírica que emana de las empolvadas pinturas taurinas, así como del folclor defeño que se respira en las paredes del recinto fundado hace casi 50 años. Una bizarra sensación de estar en un lugar en donde el tiempo transcurre de distinta manera a la de los espacios ordinarios. Y es que a lo largo de su carrera, Ñaka Ñaka se ha encargado de poner en cuestión la dicotomía entre la memoria y el olvido, así como su posible relación con los espacios. Desde sus fantasmagóricas sagas donde echaba un vistazo a las empolvadas narrativas de las telenovelas ochenteras, su mixtape de Tlatelolco, el soundtrack a los clubs clausurados o el compendio de visiones inconscientes de Juan Pestañas, una de las piedras angulares que siempre han estado presentes en el imaginario del productor mexicano ha sido la presencia del olvido y la dilatación de la memoria.
Durante casi 40 minutos, el mexicano sorprendió con alrededor de tres piezas ininterrumpidas acompañadas de interludios ambientales muy por el camino sonoro de su último material Juan Pestañas. Largos y densos espacios reverberados, texturas abrasivas traslapadas por lo que parecían (sí, en el set de Ñaka Ñaka no hay certeza de nada, todo parece ser) líneas melódicas filtradas por un tubo: no hay líneas de bajo perfectamente marcadas o estructuras puntualmente definidas, tampoco hay moméntums de baile como tal, es un set cien por ciento contemplativo. 40 minutos de intensidad estática que se figura como una versión soporífera de los Selected Ambient Works de Aphex Twin. Y es que si el sonido de Ñaka Ñaka se espejea con el de Richard D. James, el reflejo que se genera en ese encuentro es uno distorsionado y confuso, inmerso en una neblina que nos impide diferenciar quién mira y quién es mirado: ritmos cortados por un estrobo o un rostro interferido como aquél que nos presentó en la portada de su cassette para el sello inglés Opal Tapes.
Con la presentación ayer en La Faena entendí por qué algunos suelen relacionar a Ñaka Ñaka con las pesadillas.
El productor mexicano, White Visitation, fue el encargado de cerrar la noche con una brisa fresca y bailable después de que Ñaka Ñaka, Maniquí Lazer (¿láser?) y HD XD impregnaran de un rumor oscuro las paredes taurinas del recinto.
Considerando que Nicolás se ha presentado como White Visitation de manera formal tan sólo tres veces, lo de ayer fue tan sólo una demostración del potencial que puede llegar a ofrecer en vivo. Entre problemas de luz y sonido, una computadora, un delay y un sintetizador, el mexicano comenzó su set con un abrasivo intro ambiental de casi 10 minutos para después soltar el primer beat: ese sonido que escuchamos en sus materiales pasados “1”, “dubs” y “3” donde la repetición es sólo un pretexto para poner en duda los límites entre la mística y la razón. Ritmos hipnóticamente elegantes y texturas entretejidas con el dub, el house y el minimal más fino.