La caminata sirve para encontrar inicios o, en este caso, provocarlos.
Alguien extiende un folleto de servicios funerarios; y mejor apechugar por la idea, la coincidencia y el onomástico.
Aparece un pájaro muerto… ¡qué extraordinario momento de probar las facultades de Instagramer! y desatender la conexión de un hecho con otro.
Click, viene el vacío que unos noodles y arroz blanco atacarían; y aparece un póster de leyenda: “Soy Agustín, soy hombre y lloro cuando veo películas”.
Organizar, comida en mano, de vuelta, la cadena de acontecimientos con su posible significado, y permanentar los ojos claros y la estela de loción de un joven que miraba con sospecha.
¿De qué se ríe? preguntó la señora de la limpieza en el elevador; y cobrar conciencia del acto.
Y sentarse frente a la pantalla, comida al lado, como perdedor, pensando en el texto pendiente que no encuentra un inicio, el bomberazo.
Y recordar que el domingo, a las once, en el Audiorama del Bosque de Chapúltepec hay ejercicios de meditación con sonido, como parte de un ciclo de inducción explorativa y analítica del paisaje sonoro. Donde se provoca mediante resound, a la Bill Fontana, la apreciación del momento “presente” y su relación con lo “otro”, también presente, lo normal y lo espacial; así como todas sus posibilidades, potencialmente infinitas. Marcela Armas y Arcángel Constantini, agentes culturales de buen peso, han medido el pulso del quehacer artístico y han decidido generar una plataforma con momentos de respiro y, literalmente, meditación profunda. Mejor aún el lugar, cerca de la cueva que comunica, según los petroglifos precolombinos, con el Mictlán. Más que un performance de arte sonoro, un encuentro espiritual a mediodía en el día del sol.
@radiodreamer
Jefe de Contenidos Hablados y Culturales en Ibero 90.9