Romper la dependencia económica hacia los hombres con chocolate
Las condiciones en materia ecológica en la que se encuentra nuestra casa común, responde a las condiciones de producción en la que hemos establecido la economía mundial desde el siglo XVI, es decir, en la explotación para la obtención de los máximos beneficios en términos de productividad.
En la actualidad y con la tecnología disponible, el modelo de empresas transnacionales y las condiciones laborales de acuerdo a la región del mundo en el que nos encontremos ha llevado a la explotación de la Naturaleza de una forma sin precedentes, trayendo consigo catástrofes ecológicas y humanas.
Repensar los modelos de producción que sostienen nuestra economía es urgente. No sólo en materia ecológica sino también respecto a los derechos laborales, dado que la mayoría de los trabajadores y trabajadoras se encuentran desprotegidos, sin seguridad social, con salarios paupérrimos y a la deriva de las crisis, como la actual, dejando a millones de desempleados.
Además, hace falta una mirada interseccional para este fenómeno. La pobreza en nuestro país y en el mundo tiene rostro de mujer. De acuerdo al OXFAM, son las mujeres las más desprotegidas y quienes representan la mayoría en empleos precarios, sin mencionar que tienen que cumplir con la carga del trabajo de cuidados por estereotipos y roles de género.
Por eso, la inercia de los gobiernos del mundo de disminuir el gasto público en términos de seguridad social pone especialmente en vulnerabilidad a las mujeres. Sin políticas públicas que socialicen este trabajo por medio de guarderías, salud pública, estancias infantiles, lugares de cuidado para enfermos y personas de la tercera edad; son las mujeres las que se quedarán en casa (desempleadas) o buscarán trabajos precarizados que les permitan realizar estas tareas, como el trabajo doméstico remunerado.
Poner en práctica nuevos modelos productivos con respeto a la Naturaleza, el territorio y sus habitantes, así como salarios justos y derechos laborales, debe ser prioritario. Iniciativas como Mayamei Cacao, liderado por Meivis Ortiz —especialista en agroforestería y cultivo del cacao—, se convierten en un nuevo modelo productivo de concebir, no sólo la producción de un bien alimenticio, sino la socialización de sus beneficios y el cuidado de la relación con la Naturaleza.
La especialista en cacao tiene su planta productora de chocolate en medio de la selva, en la provincia de Bocas del Toro, un archipiélago del Caribe, entre Costa Rica y Panamá, donde se cultiva el 90% del cacao panameño. Su proyecto consiste en un modelo de agricultura que respeta la estructura de la selva, por lo que no existe un monocultivo sino que el cacao convive con el resto de la flora y fauna de la zona. Esto significa que no hay un trabajo de deforestación para la obtención del cacao.
Por otro lado, trabajar con recursos de una región en específico debe crear empleos para la comunidad con salarios justos. Así, la marca de chocolate Mayamei Cacao ha decidido trabajar con mujeres de la comunidad indígena ngöbe, capacitándoles para el cultivo tradicional del cacao y pagando un precio 60% más alto que el del mercado.
En ese sentido, el proyecto chocolatero de Meivis Ortiz no sólo se interesa por el medio ambiente sino que le otorga a las mujeres de la comunidad sustento para sus familias, lo que ayuda a romper con la dependencia hacia los hombres y les permite mayor autonomía en sus comunidades.
Por ahora, los productos de Mayamei Cacao se venden por internet y en ferias a las que asisten en Panamá, demostrando la necesidad de construir mercados y consumos locales que ayuden a la disminución de impactos ambientales y a la creación de empleos locales. Sin duda, esta pandemia y la crisis económica que deja a los más pobres en una mayor vulnerabilidad nos obliga a repensar nuestro modelo productivo y sus afectaciones a las personas, el territorio y el equilibrio ecológico.