Los Olvidados
La noche cobija los rostros sonrientes. Plaza de la Constitución, durante años ha permanecido secuestrada por eventos de la jefatura de gobierno, no existe como espacio para la protesta ciudadana desde hace varios años. Ciudad desmemoriada: festejaste el 15 de septiembre del 2013. No olvido el violento desalojo de maestros, ¿qué podían hacer frente a gas lacrimógeno y tanquetas? Policías federales y militares, olvidaron que una maestra o maestro le enseñaron a leer y escribir. Algunas personas protestaron llamando delincuentes a la sección 22, ¿entenderán que no existe la reforma educativa? Que sólo es un mecanismo de control político-laboral, un mecanismo como la privatización de la luz, el petróleo, el agua.
El domingo primero de julio, las rejas cedieron a una multitud de rostros esperanzados, un gran contraste con la toma de poder de Enrique Peña Nieto en la que millones de personas se manifestaron en contra. Mi día inició muy temprano, sin credencial en los bolsillos, con la incredulidad que caracteriza a la misántropa amistosa, recorrí algunas casillas. El Centro, poca participación, desgraciadamente aquí todavía gobiernan los perredistas que se aprovechan de la necesidad de las personas. Crucé hasta la Guerrero para buscar algo de comer, me encontré con Ekatherina en la esquina de Insurgentes y el Eje 1 Norte. Problemas, las boletas de la casilla especial ubicada en la Biblioteca Vasconcelos, se habían agotado, las personas enardecidas, protestaban. Escuché algunos testimonios que me aseguraron que personas pagadas, desde muy temprano estaban diciéndoles que no podían votar porque no les correspondía en esa casilla. La indignación en sus rostros me sorprendió, en la elección pasada, el sentimiento de apatía era evidente, jamás había visto una fila tan larga en una casilla especial.
Tomamos un taxi hasta Allende y el Eje 1 Norte, ahí nos esperaba mi amigo Benito. La Lagunilla descansó por las elecciones. Cientos de personas se arremolinan, curiosos escarbaban en los puestos de libros viejos. Por allá cuelga un vestido de primera comunión, ropa deportiva en el piso en una lona. Zapatos. Un puesto de maquillaje, otro de perfumes. A unos pasos del mercado de muebles de La Lagunilla, nos encontramos con Denisse Esperanza Anzures, tepiteña por elección. Fue un honor estrechar su mano, decidimos atravesar a su barrio que es también el mío por muchas razones que ya les contaré en otra crónica. Atravesamos el Eje, dejamos la Lagunilla. Serpenteamos por puestos hasta llegar a la mítica Fortaleza, uno de los lugares más bellos, un mural de uno de los pasillos dice: Los tepiteños crecemos como los bisteces, ¡a putazos!
En el corazón de Tepito, ella me contó qué significa ser tepiteño, hablamos sobre la injusta estigmatización de un barrio trabajador e incansable. La idea que se tiene de este sitio es errónea, si no lo conoces, mejor no opines. Tepito existe porque es auténtico, nadie puede comprar autenticidad. Ruego a todos los dioses antiguos que protejan este barrio de la odiosa gentrificación. Tras hablar durante largo rato salimos otra vez al Eje, despedimos a Ekatherina. Cruzamos a mi barrio para comer unos tacos estilo Baja California, maldita ley seca, nos impidió beber una caguama a los tres. Benito Salazar lleva toda una vida investigando sobre los sonideros, su amistad es algo indescriptible. Las horas pasan, hablamos de lo que significa crear. Denisse es una persona real, auténtica. Tuve que despedirme porque me esperaban testimonios en Tlatelolco. Fue cerca de ahí cuando los candidatos reconocieron el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Pensé que algo turbio se avecinaba, escenas de represión se dibujaron en mi mente, la pila se agotó, intenté recargarla sin éxito, tenía que llegar al Hilton para escuchar el discurso. Gracias a la amabilidad de un desconocido en motoneta, pude llegar.
Miles de personas llenaban las calles, llegó un momento en que no era posible caminar, decidí irme al Zócalo. Tardé más de cuarenta minutos en llegar debido a la multitud. En Madero escuché al mariachi que cantaba una canción que no recuerdo. Lo que sí recuerdo es a la señora llorando que cantaba "Cielito Lindo". Sería imposible escribir lo que sentí al ver esa multitud sonriente que gritaba: presidente, presidente.
Ganaron las personas. Ganaron aquellos que están cansados de vivir aplastados, de no tener respeto y dignidad. Perdió el clasismo, la ignorancia, el racismo. Perdieron las personas indolentes que prefieren vivir de rodillas. Ganaron los que conforman la mayoría de este país: los olvidados.
Andrés Manuel salió, fue breve, su rostro era expresivo, sus palabras provocaron rugidos de júbilo en la multitud, “no mentir, no robar, no traicionar”, algunos rostros estallaron en un llanto emotivo. A lo lejos vi al Tigre que tanto temen algunas personas, era un Tigre festivo que bailaba entre la multitud. Puedo hablar con certeza de la época que me tocó vivir. Desde finales de los años ochenta, la sombra de la imposición, el fraude, la rabia, el enojo, siempre estuvo presente en el sentimiento colectivo. Nunca olvidaré los rostros de todos aquellos que salieron a festejar al presidente que eligieron, que por cierto, citó alguna vez a los hermanos Flores Magón, “y cuando nos falte idealismo, pensemos en ese extraordinario luchador social, Ricardo Flores Magón, que decía: Cuando muera, mis amigos quizá escriban en mi tumba: ‘aquí yace un soñador’, y mis enemigos: ‘aquí yace un loco’. No habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: ‘aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas”. No sé bien qué es la esperanza, mi pesimismo me impide emocionarme con los imaginarios sociales. No puedo mentirme: al ver a dos extraños abrazarse, sentí por primera vez en décadas que la voluntad colectiva había destrozado la sombra del fraude en este país roto y violento.
Para transmutar es necesario hacer un recuento de los errores. Auto-nombrarse crítico no sirve de nada, son las acciones radicales las que pueden cambiar procesos. La neutralidad no es una postura. Reconocer la violencia es una forma de erradicarla. No faltará el que me señale como militante del partido ganador, tan sólo me reiré ante los señalamientos. No milito en ningún partido, estoy con las personas, con las que tratan de vivir libremente. Un presidente que en su discurso menciona a los olvidados no es un presidente común, reconozcámoslo.
El cansancio se apoderó de mi cuerpo tras una larga jornada de caminata, transcripciones, fotografías, entrevistas. Cenar: el único pensamiento claro en mi cabeza. Isabel La Católica estaba despejada, afuera de la iglesia del templo de La Profesa, un hombre con ropas desgastadas, dormía boca abajo, ese hombre no votó, era ajeno al festejo, tal vez ese hombre morirá sin identidad, ese hombre sin más techo que el cielo, dormía apaciblemente. Tuve un fuerte sentimiento de desesperanza que contrastaba con lo que acababa de ver. Sin duda, el mundo es un lugar terrible.
Susana Iglesias. Escritora, cronista, columnista en Milenio Diario. profesora de Literatura y Escritura Creativa en la UIA y el Claustro de Sor Juana. Su opinión no representa la ideología de las instituciones o medios con los que colabora.