Poco antes de la medianoche del 7 de julio, entre chiflidos y gritos de latente desesperación por la larga espera que los asistentes tuvieron que endurar, Los Espíritus salieron a incendiar el escenario del Pasagüero, como parte de la gira que promociona su más reciente álbum Agua Ardiente.
A pesar de la intensa lluvia de esa noche, el recinto en las entrañas de la Ciudad de México se encontró rebosante, y al ritmo de temas como “Huracanes”, “Jugo” y “Perdida en el Fuego” los asistentes al evento, que más que un concierto parecía una reunión entre amigos, se contonearon sin pena ni reparo.
En medio del aire espeso por el calor y un amplio espectro de olores, se perdió la delgada línea entre la realidad y el mundo donde Los Espíritus viven. Una especie de baile erótico se formó entre el público y la banda, cuyo trance se rompió únicamente cuando algún fan gritaba para pedir alguna canción de otro álbum como “Perro Viejo” o “Noches de Verano”.
En un perímetro definitivamente muy pequeño para una agrupación tan grande, tanto de número como de talla, pero envueltos en un juego de percusiones y aullidos psicodélicos, la banda argentina continuó con temas como “El Gato”, “La Rueda” y “El Viento” antes de verse obligados a pausar por problemas técnicos y de audio.
Entre botellazos y la entidad reencarnada del rocanrol, antes de despedirse y previo a un indefinido adiós, nos dejaron a todos rogando que lo que el fuego unió una noche no lo separe jamás y que estas veredas nos vuelvan a cruzar.