"Las letras no curan, pero sí acompañan"

"No pude darles nada.Mi solidaridad de qué sirve. No aparta el escombro, no sostiene las casas ni las erige de nuevo. [...] Perdón por hallarme aquí contemplando, en donde estuvo un edificio, el hueco profundo, el agujero de mi propia muerte".  José Emilio Pacheco

"No le pregunto a la persona herida cómo se siente, yo mismo me transformo en esa persona herida". Walt Whitman

 

*Imagen de portada vía: Manuel Deer

Leer y escribir como medios idóneos para afrontar situaciones límite, la literatura como desahogo, catarsis y también placer estético; la escritura que sirve como testimonio, entretenimiento pueril o huella que marca el devenir de los tiempos. Narrar es inherente al ser humano, desde tiempos inmemoriales hemos dejado marcas de nuestra existencia: grabados, pinturas rupestres de más de 30.000 años de antigüedad, excelsas obras que pasaron de voz en voz y que ahora son libros torales de la humanidad.

 

Paul Ricoeur decía que: “La vida es un relato en busca de narrador”, así, en una ciudad de más de 20 millones de habitantes, en cada esquina, edificio, vecindad y mercado se encuentran millones de historias que pasan desapercibidas por la cotidianeidad de los días, por la furia de una urbe que no descansa y reposa sobre la anodina vida de los anónimos.

 

Sin embargo, la rutina a veces cae hecha pedazos, añicos, y emergen las vísceras del titán, es cuando salen a la luz pequeños atisbos de la vida de los otros.

 

El 19 de septiembre de 2017, a 32 años del terrible sismo de 1985, el otrora DeEfe se estremeció cuando la tierra regurgitó y nuevamente devastó al considerado por nuestros ancestros como el ombligo de la luna. Miles salieron de los escombros del coloso herido, se lanzaron a las calles como hormigas para desenterrar a los sepultados, a mano limpia, con palas y picos o con la pura voluntad de ayudar. ¡Lázaro, levántate y anda! parecían clamar las madres, las novias, los amigos, frente a los repentinos sepulcros de concreto y varillas.

 

Las letras no curan, pero sí acompañan. No sanan, pero sí modifican. Modificar la calidad del tiempo y la vida de los días es una de las mayores cualidades del arte (Arnoldo Kraus, dixit)

 

Tal premisa coincide con los aciagos días que sucedieron al terremoto. Las cuadrillas de voluntarios, bomberos, policías y militares, continúan trabajando afanosamente en busca de rastros de vida, de esperanza. No todos podemos estar en pie de lucha en la zona de desastre, algunos se limitan a mirar y a tratar de comprender la esencia de la tragedia, a escribir y dejar testimonio de los héroes, los milagros, las frustraciones, lágrimas y, sobre todo, la solidaridad entre los otros, los disímiles que coincidieron en la desgracia y se volvieron hermanos.

 

El gran José Emilio Pacheco plasmó en Las ruinas de México (Elegía del retorno) el zeitgeist de una generación marcada por el dolor y la hermandad que emanó tras el sismo; el poema últimamente está rolando en diversas redes sociales para rendir homenaje a todos los héroes anónimos.

 

Treinta y dos años después la historia (poseedora de un humor negro inmejorable) se repitió y, necesariamente, despertó los ojos y las plumas de diversos escritores y narradores. He aquí unos pequeños ejemplos:

 

El escritor Antonio Malpica escribió, de manera entrañable, en su página de Facebook lo siguiente (fragmento):

“Ayer mi calle se pobló de gente desconocida. Ida y vuelta hombres y mujeres con la misma aprensión en el rostro. Disímiles apariencias, idéntica prisa, todos yendo y viniendo. Mi hija y su amiguito, a quienes cuidaba yo en el patio, me preguntaron a dónde iba tanta gente. A ayudar, respondí. ¿A quienes? A los que se quedaron sin casa. A los que se quedaron sin alguien. Sin algo. Ayudar. El silencio de afuera se coló al interior de mi reja. En ese momento las mamás de ambos niños ayudaban también, llevando comida y aguantándose el llanto. Un poco como nosotros, pero más como yo, que soy adulto y entiendo; los niños, para mi fortuna (y la del mundo, que un día se volverá a echar a andar) regresaron al juego al poco rato. Y yo y mis preguntas seguimos en la contemplación mientras tras de mí sonaba una batalla inventada. Entonces, en mis ojos clavados en la calle se manifestó, por un segundo, aquello de lo que creo que se trata todo este asunto. Y me sentí, confieso, enormemente privilegiado. Feliz de haber sido testigo de un insignificante prodigio que acaso otro, en mis zapatos, habría dejado pasar inadvertido [...]”

 

Por su parte, Mario Rufer, catedrático  de la UAM de origen argentino, externó su sentir así (fragmento):

"Quince años después, creo haber conocido el país en el que vivo. Esta es una lección inclaudicable que México dicta al mundo una y otra vez: a pesar de todo, hay aquí un pueblo. Una voluntad de pueblo. Y eso, como el amanecer, no es poco".

 

Vilipendiado por muchos, amado por tantos, el escritor Juan Villoro cinceló con base a la reciente tragedia del 19 de septiembre, el poema “El puño en alto”, publicado en su columna del periódico Reforma.

Letras que curan, acompañan, despiertan y conmueven. Emociones que la literatura aviva y recolecta para dejar constancia de nuestro efímero paso por este valle de lágrimas y risas que se llama vida.

Aquí les dejamos un poema que podría titularse "Esto es México":

https://twitter.com/PunkSentimental/status/911289339270885376

 

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