La ciencia está muy cerca de lograr una pastilla anticonceptiva para hombres

La ciencia está muy cerca de lograr una pastilla anticonceptiva para hombres

Imagen vía Shutterstock

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En materia de género, las mujeres hemos tenido muy pocas victorias. No fue hasta muy avanzado el siglo XX que los primeros destellos revolucionarios a favor de la mujer se hicieron manifiestos: el cambio efectivo en los derechos civiles ha sido pausado y lento, a pesar de toda la tinta que ha corrido, a pesar de toda la sangre que se ha derramado y de las vidas que se han perdido. Resuena de Beauvoir, resuena Arendt, resuena Luxemburgo, ¿y a qué fin, si el avance parece a veces paralizado?

Refiriéndonos a aspectos menos fatalistas del mismo asunto —en términos de que el fin último (y utópico) de esto es la idea abstracta de Progreso—, valdría la pena analizar las pequeñas explosiones de equidad que este proceso ha tenido, particularmente en los últimos años. La posmodernidad ha traído consigo la posibilidad de nuevos recursos retóricos para las minorías oprimidas por la tradición y los roles de género; el desarrollo potenciado de la tecnología, un abanico de posibilidades que generaciones anteriores nunca llegaron a conocer. Con estos dos recursos a la mano, es posible hablar de más explosiones en efecto revolucionarias, pero que tienen un impacto más allá del Mundo de las Ideas, que Platón trajo a la vida y que parece que no queremos soltar nunca. Tal es el caso de la píldora anticonceptiva masculina, que no deja de cargar consigo una retahíla de resabios revolucionarios.

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Desde hace años, la Universidad de Washington ha trabajado en desarrollar métodos anticonceptivos para hombres, que podría ser una alternativa, quizá, más equitativa en términos de responsabilidad y salud sexual. De esta manera, las consecuencias físicas —como la fatiga, el desorden hormonal, los horarios de ingesta— no recaen exclusivamente en la mujer, y la responsabilidad es más bien bilateral: un compromiso compartido y balanceado, siendo que tomar una pastilla diaria es más accesible que inyecciones esporádicas o geles sobrevaluados.

Si bien es cierto que para conocer los efectos reales del método serán necesarios estudios longitudinales —pues no bastan parejas aisladas para medir científicamente lo que en realidad puede pasar—, también lo es que hoy es cada vez más posible que los hombres planifiquen su actividad sexual como las mujeres lo han venido haciendo desde la segunda mitad del siglo pasado. Como en el caso de su homóloga femenina, la píldora masculina tiene hormonas sintetizadas que previenen la producción de espermatozoides, que consecuentemente, anula por completo la fecundación de un óvulo.  

Podría parecer forzado considerar esto como un avance para las mujeres a nivel mundial, pero ciertamente tiene una resonancia en términos históricos: ya no son únicamente ellas las que cargan con la responsabilidad de medicarse para prevenir un embarazo, sino que ellos también pueden hacerlo. Fue en la década de los 60 que se lanzó la píldora femenina como alternativa para contemplar la salud sexual, en el boom de la liberación ideológica y de los valores tradicionales. Es increíble que la comunidad científica se haya tardado poco más de cincuenta años en ofrecer una alternativa que incluyese a los hombres. Por lo menos, ya hoy, la posibilidad existe para ellos también.


Encuentra a Andrea Fischer en Twitter como @andreafis.

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