La caída de Edimburgo y el soplo brasileño

El arquero Doohan Ross toma impulso para patear el balón. Los aficionados mexicanos, puestos en una grada desmontable, estiran los brazos y las manos, aflojan los dedos, los mueven sutilmente, como si acariciaran algo. El ritual lo complementa un “eeeeeeeeehhh”, in crescendo, que surge de sus gargantas. El final, ya lo saben. Si la jornada anterior fue definida por el correctísimo vocabulario del respetable, hoy el apoyo adquirió dimensiones más próximas a la realidad. Ello, hasta que un trabajador de la Federación Mexicana de Fútbol subió a la grada y se dirigió a sus pobladores: “es un torneo infantil (sic), no estamos para gritar esas cosas. Les pido de favor no insultar a los jugadores”. Como una madre regañando a su niño. Faltó la fusta. Una voz a través de megáfono insistió: “pedimos al público de la cancha 1 no pronunciar palabras altisonantes”. Tras la reprimenda, los aficionados, como el niño sosegado, sonrojado, atestado de culpa, apenas alzó la voz. No fuera a ser prohibido igual. Muchos de ellos eran niños, en efecto. Viajaron desde Yucatán, invitados por el preparador físico del equipo mexicano sub-16, Vicente Espadas. Más de 30 niños, pertenecientes a la Escuela de Fútbol “Mayas de Yucatán”: dos días de camino para ver a la mini-selección, y jugar un torneo infantil en Texcoco.

En el campo 1 del Centro de Alto Rendimiento, México sometía a Escocia. Un ejercicio de puntería, posesión, paciencia y concentración. Kevin Magaña y Pablo López, omnipresentes en el centro del campo, los titiriteros del equipo de Mario Arteaga. Joaquín Esquivel parece Paulo Da Silva. Diego Cortés es un tren que surca las Highlands escocesas. Kevin Lara es incombustible, presiona y corre por doquier, un guerrero del ejército de William Walace. Más talento en México. Escocia igualaba en la fuerza. El toque entrelíneas que trenzaban Lara, Zamudio y Cortes moría en las acometidas, estilo rugby, de Higgins y Hendry. En ataque, los Scots eran tan ruines como un whisky desabrido. No descorchó nunca. Superado el medio campo, la rebelión británica terminaba en pies de Esquivel y Venegas. Entre el tanteo, uno que apelaba al juego y el otro al músculo, llegó una ráfaga de Pablo López: tomó el tren a Glasgow, sin parada en Higgins; su tiro raso batió a Doohan Ross, negligente con el poste que debía cubrir.

El entretiempo conllevó un desbarajuste. Esquivel y Venegas, imperiales en el primer tiempo, perdieron la brújula. López y Magaña disminuyeron su vaivén y eso aprovechó Kidd. En tanto México parecía tomar un respiro, Escocia reaccionaba, sin peligro, dicho sea de paso. Arteaga inyectó a los bisoños Iván Gutiérrez y Nahum Gómez. La lozanía le pudo a Escocia, que reculó y dobló las espadas. Las ocasiones se sucedieron: Gómez pateó violento, apenas a una libra esterlina del travesaño; Zamudio se barrió en home, pero golpeó el poste derecho, López empaquetó su tiro a Edimburgo cuando tenía el arco de frente y ningún escocés en 3 metros a la redonda. Una tras otra. Hasta que Iván Gutiérrez recibió el cuero y miró de frente a McCrorie Ross; lo retó, sigiloso, calmo para luego tirar el golpe letal: cuando Ross le embistió, Gutiérrez punteó el cuero a su izquierda y se escabulló por la derecha. McCrorie Ross, frente al paredón de fusilamiento; Gutiérrez sólo mostró el arco plantar interno y apuntó a la red. Como una caricia. Slan leat, adiós en gaélico escocés.

Al menos, la hondureña (una morenaza de fuego, de blusa turquesa y cabellos carbonizados) que intentaba ligar con dos escoceses, tendrá su chance de reanimarlos. Tras tomarse una sesión de fotos con el equipo, intercambió sonrisas y apretones de manos con un jugador. “You have my Twitter”, le recordó, mientras se despedían; la escena era tan desgarradora que sólo faltaba la neblina y bien podrían ser Ingrid Bergman y Humphrey Bogart: “siempre nos quedará México”. Embelesada, lanzó un suspiro y se dirigió a su madre: “mami, qué bueno que se hablar inglés. Está hermoso. ¿Viste lo hermoso que estaba?”

Soplo de ‘jogo bonito’

En el segundo turno, en la cancha 2, Brasil despachó a Canadá con una dosis de ‘jogo bonito’. Poquito, suficiente. José Alves recibió un obsequio y partió el arco del excelente arquero Chambers. Canadá dispuso de dos ocasiones, dos mano a mano, ambos fallados. Después, poca historia tuvo. Brasil controló el partido a placer. Evander da Silva tiene ademanes de crack: el tacto de Pelé, la ocurrencia de Ronaldinho, el fuelle de Rivaldo; la definición de Fred. Sus impactos golpearon todo menos las redes: las vallas publicitarias, los arbustos cercanos al campo, los defensas canadienses, al meta Chambers, convertido en tótem de Yukón: manos de oso y voluntad de búfalo. Ramón de Araujo encarna el mitológico (porque hoy día se avista como leyenda) ‘jogo bonito’, un tiro cruzado, de delicatessen, ajustado al palo izquierdo de Chambers, brindó tranquilidad a la ‘mini-canarinha’. El tercero fue una pintura. Corrió por la parcela derecha, cedió a Evander, rodeado de canadienses en la frontal; éste devolvió, de primer toque. Araujo sólo engañó a Chambers, firmó el tercero sólo con acariciar el cuero. Fútbol de vértigo y finura. Brasil tiene trazas de Brasil. El ‘jogo bonito’ sobrevive tras la crisis post-scolariana.

Brasil enfrentará a México por los cuartos de final el miércoles; en el otro cruce, Ecuador, quien atendió 1-0 a Honduras, se las verá con Corea del Sur, quien venció a Costa Rica por idéntico marcador.

 

Lalo López

@Fmercu9

 

De lo extra cancha a los bermudeños

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