'Hydrogen Jukebox': la dupla Glass-Ginsberg para evitar el fin del mundo

'Hydrogen Jukebox': la dupla Glass-Ginsberg para evitar el fin del mundo

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«¡Capitales ciegas! ¡Industrias demoníacas! ¡Naciones espectrales! ¡Invencibles manicomios! ¡Vergas de granito! ¡Bombas monstruosas!»

Aullido, Allen Ginsberg, 1955

Las palabras pueden asemejarse a conjuros, pueden ser poderosas, mordaces, liberadoras, proféticas. A lo largo de la historia, el lenguaje se ha erigido como uno de los elementos más importantes dentro de la civilización humana. Ya lo decía Ludwig Wittgenstein:los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Puesto así, la sentencia del filósofo austriaco potencia de sobremanera el poder de la palabra, tal y como lo señala el profesor John Keating (Robin Williams) en la cinta de 1989 La sociedad de los poetas muertos (dirigida por Peter Weir): “A pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas, pueden cambiar el mundo”

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El verano del amor trató de encarar y enfrentarse a la violencia por medio de las palabras; los poetas, de todos los tiempos, convierten sus versos en oasis y remansos que apaciguan el ajetreo de lo cotidiano; el arte, en sus diversas expresiones, mantiene una querella en contra del paso del tiempo y, en muchos casos, en contra de la barbarie, la deshumanización y los conflictos bélicos.

“Un azorado judío joven de diecisiete años, de chino pelo negro, con gruesas y ridículas gafas de miope”, así describió Lucien Carr su primer encuentro en los dormitorios de la universidad de Columbia con Allen Ginsberg (Newark 1926, Nueva York 1997). El joven escuálido a la postre se convertiría en poeta, siguió al pie de la letra la recomendación que en terapia le hizo el doctor Philip Hicks: “persigue la poesía a tiempo completo”. Ginsberg fue semilla y parte fundamental de la estrambótica, contestataria, errante e indomable Generación Beat, se convirtió en una especie de profeta e idealista (el catedrático Theodore Roszak lo llamó “el profeta de la contracultura”), su descontento primordial con la sociedad capitalista estadounidense se vio minimizado mediante el rito iniciático de la experiencia poética. 

Allen Ginsberg por Helga Gorshe.

Allen Ginsberg por Helga Gorshe.

Dicen que la vida pone en tu camino a las personas correctas, Philip Morris Glass (Baltimore, 1937) tuvo una infancia llena de música, a la lozana edad de seis años sostuvo su primer violín, sucesivamente, comenzó sus pininos con la flauta a los ocho y el piano a los quince. Sobra decir que el mundo de las armonías y notas jamás lo abandonaron. Viajero y explorador sonoro, genio de la ópera y el minimalismo, fontanero y taxista, Glass se rodeó de un séquito de pléyades que incluían a Lou Reed, Bowie, Brian Eno y, por supuesto, Allen Ginsberg

La encrucijada en la que estos dos espíritus insurrectos colisionaron se dio en medio de un clima beligerante, el imperio estadounidense se concentraba en desarrollar la ciencia y la tecnología con fines destructivos. La Guerra Fría fue el culmen de los conflictos que la precedieron (la Segunda Guerra Mundial, Vietnam y Corea), las proclamas de amor y paz se relegaron por un estado de ansiedad, pesimismo y zozobra. En 1988 estos dos viejos lobos de mar se encontraron en una función a beneficio del Teatro de Veteranos de Vietnam, Glass relata el encuentro así: 

“En 1988, acepté una invitación de Tom Bird del Teatro de Veteranos de Vietnam para actuar a beneficio de la empresa. Se me ocurrió correr donde Allen Ginsberg en la librería de San Marcos en Nueva York y le pregunté si se presentaría conmigo. Estábamos en la sección de poesía y él cogió un libro de la estantería y apuntó a Wichita Vortex Sutra. El poema -escrito en 1966, refleja el ánimo anti-bélico de aquellos tiempos- parecía muy apropiado para la ocasión. Compuse una pieza para piano para acompañar la lectura de Allen, que tuvo lugar en el Teatro Shubert en Broadway.

Allen y yo disfrutamos tanto haber colaborado juntos, que pronto empezamos a hablar acerca de ampliar nuestra performance en una obra en una velada extensa de música y teatro. Fue justo después de la elección presidencial de 1988, y ni Bush ni Dukakis parecían hablar de nada de lo que estaba pasando. Recuerdo que le dije a Allen, que si estos tipos no iban a hablar de las cosas importantes, entonces nosotros deberíamos”.


Fichado por los servicios de inteligencia norteamericana como “persona indeseable y no grata”, Ginsberg concentró su creatividad en conjunto con Glass, el diseñador Jerome Sirlin y la coreógrafa y directora Ann Carlson, para escribir un libreto y montar los escenarios de una ópera que reflejara el desencanto e irónicamente la esperanza que entrañaba vivir en la Norteamérica de Nixon, Carter, Ford, Reagan y compañía. 

La poesía es música, la una es indisoluble de la otra, el propio Ginsberg menciona que el ejercicio lírico es la forma más humana de expresión. Este mantra se puede apreciar en toda su magnitud en la ópera de cámara Hydrogen Jukebox, obra dividida en seis partes, donde se presentan los leitmotivs que fueron capitales en la poética del creador de Howl: la revolución sexual, la filosofía y espiritualidad oriental, el antibelicismo y la concientización de la debacle ecológica. 

El tándem Glass-Ginsberg concibió su creación en seis actos para dividir el libreto en igual número de intervenciones vocales, cada parte estaría encarnada por un personaje arquetípico de la sociedad estadounidense: un sacerdote, una porrista, un mecánico, un hombre de negocios, una mesera y un policía; cabe destacar, que la pieza comprende un periodo temporal que va de los años cincuenta a los ochenta.

El cacareado imperio estadounidense se ve confrontado por una realidad machacante, gris y mecánicamente anodina e insulsa, así lo hace ver esta creación de poco menos de dos horas de duración con un intermedio, quince composiciones que se apoyan en un conjunto de cámara compuesto por teclados, percusiones, vientos y un poeta-narrador que va hilando las diferentes temáticas en un tapiz policromático que va de lo estentóreo y psicodélico, a las suaves cadencias paisajistas armoniosas y grandilocuentes, sin dejar de lado el minimalismo que caracteriza a Glass. 

Dieciocho fueron los textos de Ginsberg que se trabajaron y adaptaron para el libreto, en ellos es evidente el desenfado, el sentimiento y la intensidad lírica del oriundo de Newark. Entre los más destacados o conocidos se encuentran: Howl, Aunt Rose, Nagasaki Days o The Green Automobile. Sin embargo, uno de los más representativos (después de Howl, claro) es Wichita Vortex Sutra, canto que desafía a los señores de la guerra y busca la iluminación mediante la palabra del poeta, tal y como lo señala el bardo al final del poema, acompañado de un piano melancólico y a ratos violento: 

[...] Construyo un mantra con este mi lenguaje de esta nación,
Y con él declaro el fin de la Guerra!,
Dejemos que cada Estado de esta Nación tiemble,
Dejemos que la Nación llore,
Dejemos que el Congreso legisle a su gusto,
Dejemos que el Presidente ejecute sus propios deseos:

Este Acto producto de mi propia Voz,
Dictaminado por mis propios Sentidos,
Beatíficamente recibido por mi propia Forma,
Aprobado con gran placer por mis propias Sensaciones,
Llevado a cabo por mi propia Imaginación,
Con cada una de las corrientes de mi Conciencia en su cenit,

A 60 millas de Wichita, muy cerca de El Dorado,
Cubierto por una neblina fría, terrestre,
Sobre cada una de las granjas de la llanura que se despliega hacia el paraíso,
Abriéndose hacia todos los puntos
En una tarde dominical de mitad del invierno llamado el día del Señor,
Con su Agua Pura de Primavera almacenada en la torre
Justo donde Florencia fue construida sobre una colina ,
Me detengo, para tomar el té y cargar nafta.

Hydrogen Jukebox es un recorrido catártico, a veces locuaz y abstracto (“From Howl Part II”), otras estremecedor y taciturno (“From Cabin in The Rockies”), sobrecogedor y profético, ya que dentro del presupuesto creativo de los autores, todo final es, consecuentemente, la promesa de un nuevo inicio. La detonación de una ojiva nuclear es aterradora, pero dentro de la calamidad lleva la impronta de una nueva esperanza (“Father Death Blues (From Don’t Grow Old”).

“Hydrogen Jukebox” sobre el escenario. Obtenido de Brown Daily Herald.

“Hydrogen Jukebox” sobre el escenario. Obtenido de Brown Daily Herald.

La simbiosis de dos almas creadoras y sensibles a los problemas socioculturales de su entorno, a pesar de ser una obra cuyo visión está por cumplir treinta años, se mantiene fresca y vigente. Lírica y música (dos caras de una misma moneda) modifican, en mayor o menor medida, sorprenden y avivan la llama de nuestra insípida existencia.

La soberbia y militarismo estadounidense continúan inundando las pantallas globales, los agoreros del fin de los tiempos despertaron de su letargo a inicios de 2020, sin embargo, la tensión entre el gobierno de Donald Trump y la República Islámica de Irán se acalló paulatinamente y podemos presumir de seguir existiendo y no ser los supervivientes de un lúgubre y melancólico invierno nuclear, donde de fondo suene Hydrogen Jukebox.  


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