Fotos por Fernanda Espíndola Por Alex Sloane (@lavoztriste)
El rock no está muerto. Con un show explosivo y electrizante, Wolfmother demostró que todavía se puede hacer rock sin miedo, largos y distorsionados solos de guitarra, y complejos riffs de bajo y golpes fuera de control a una batería.
Eran alrededor de las 8:30 de la noche y el Plaza Condesa, cuando Andrew Stockdale -vocalista de la banda- salió para comenzar el concierto. Sentado en una silla con un bombo y su guitarra, “Pretty Peggy” se escuchó en el recinto acompañado de las palmas del público. “Estas son las canciones que no pudimos meter en setlist de hoy así que voy a tocar algunas” dijo el músico. Tras un corto pero íntimo concierto con el público que coreó todas las canciones, Stockdale se despidió diciendo “los veo pronto”.
Una media hora después el lugar ya estaba en su máximo punto de asistencia, se podía sentir la emoción de cada uno de los asistentes que muy apretados esperaban a que saliera la agrupación australiana. Fue entonces cuando sonaron los primeros guitarrazos de la canción que lleva el nombre de la canción homónima de su más reciente álbum Victorius, el público empezó a saltar dando la sensación de un salvaje océano y creando un enorme slam que duraría todo el concierto.
Fue a la mitad de concierto cuando Andrew Stockdale preguntó “¿Ciudad de México, quieren ir a otra dimensión?” cuando todos los asistentes del concierto entraron un éxtasis de hard rock posmoderno al convertir aquella fiesta en el alma de "Dimension".
En la batería se encontraba Alex Carapetis golpeando fuertemente su instrumento, un ventilador le pegaba en la cara levantando su pelo cual milagro de la “Rosa de Guadalupe” lograba provocar una sustancia magnética que enloqueció al público con cada golpe.
Para cerrar el concierto con broche de oro, tocaron “Colossal” primer track de su álbum debut titulado simplemente Wolfmother (Modular, 2005). Al escuchar ese riff que indicaba el postludio para la última canción algunas personas decidieron irse, pero la mayoría decidió quedarse.
La banda se despidió y se bajó del escenario. Pero el público seguía haciendo ruido, no podían faltar los cánticos “otra, otra, otra”, un alocado fan gritaba “¡Andrew, quiero abrazar tu cabeza!” refiriéndose al enorme afro del líder de la banda. Después de unos minutos, los australianos volvieron al escenario para tocar “Joker And The Thief” la canción obligada de la banda. Fue un momento perfecto, se podían sentir las vibraciones en el suelo de los saltos del público. El rock resucitó por una noche y perdurará por ser unos de los conciertos que llevaron esos riffs de la nostalgia, a un plano moderno.