La película de la semana: 'Fue la mano de Dios'
Prácticamente desde que el cine es cine la realidad y sus poderosas dinámicas han sido el combustible que hizo posible que la máquina de sueños despegara. No sólo desde las narrativas contadas en clave de documental sino también como el corazón de las ficciones que, aparte de modas y tendencias, han abrevado en las historias de la vida real para conseguir verdad y contundencia.
En los años recientes, cineastas brillantes han tomado sus propias historias, o las de sus familias o conocidos íntimos, para construir películas memorables. A una lista en la que podemos nombrar a Pavel Pawlikoski, Alfonso Cuarón, Pedro Almodóvar, Dominga Sotomayor, Carla Simón, Johana Hogg o Samuel Kishi se sumó el año pasado Paolo Sorrentino con su más reciente largometraje: Fue la mano de Dios.
Conocido globalmente por sus premios y éxitos de crítica como La gran belleza o Youth, el cineasta napolitano se embarca en su décima película de ficción con el más complicado de sus proyectos: contar su propia adolescencia.
Un pretexto perfecto para hablar de las complicaciones de una edad que, convertida casi por sí misma en un género, hace posible que el personaje protagónico se enfrente a epifanías como descubrir que se quiere dedicar al cine al mismo tiempo que se queda huérfano.
Así, lejos del surrealismo y poesía visual que caracterizan a un autor reconocido, el retrato autobiográfico es una extraordinaria oportunidad de reinventarse para un artista completo que consigue el más personal de sus trabajos.
En suma, una carta de amor a los padres que ya no están y un homenaje al futbol, la calle, el ciudadano de a pie y aquellos ídolos de nuestra juventud que nos impulsaron a atrevernos a soñar.
Fue la mano de Dios ya se puede ver en Netflix junto con un pequeño documental de ocho minutos donde Sorrentino habla de lo complicado y gozoso que fue para él el rodaje de la película.
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