El mundo tras los lentes de Fran Lebowitz, la cáustica escritora para quienes aman quejarse de todo
Bebió con David Bowie en el legendario club neoyorquino Max's Kansas City en Park Avenue, allá por finales de los sesenta. Vio tocar en vivo varias veces a los New York Dolls antes de que se volvieran una banda de culto, bajo el techo del Mercer Arts Center que se vendría abajo después, sin previo aviso, en 1973. Fue amiga íntima de la novelista y Premio Nobel de Literatura, Toni Morrison. Presenció la Pelea del Siglo entre Muhammad Ali y Joe Frazier, primera fila, porque una amiga suya consiguió boletos gracias a Frank Sinatra. Un día, la leyenda del jazz Charles Mingus la persiguió en un arranque de furia por toda la Séptima Avenida hasta que se cansaron de correr; luego la acompañaría a una cena de Acción de Gracias en casa de sus padres. Escribió sus primeras columnas de opinión para la excéntrica Interview de Andy Warhol —con quien nunca se llevó bien— y quizás es de las pocas personas en el mundo que hacen que Martin Scorsese se retuerza de la risa.
Ella es Fran Lebowitz, la escritora que no escribe, la que lleva casi veinte años intentando terminar su primera y única novela, la que siempre quiso que le pagaran por decir lo que piensa y se le cumplió. Ahora, cientos de espectadores curiosos se congregan en auditorios de todo Estados Unidos con el único afán de escucharla hablar, de divertirse con sus agudas y punzantes quejas sobre el mundo, la modernidad y la vida neoyorquina. Posee una colección descomunal de más de 10 mil libros y solo por ellos se aventuró a endeudarse con un apartamento que no puede pagar por la siempre creciente demanda de inmuebles en Manhattan: “no hago muchas fiestas, es más, no hago ninguna, pero necesito todo un apartamento para mis libros”.
Todo eso y más convierten a Fran Lebowitz en una persona aparentemente ordinaria, pero extremadamente fascinante. No es una celebridad, no se comporta como tal, y aún así despierta la misma controversia y deleite que cualquier estrella de Hollywood. Y su reciente aparición en la miniserie documental de Netflix, a siete capítulos, Pretend It’s A City, es prueba de ello. El formato dirigido y producido por Martin Scorsese —a quien Fran se refiere sin empacho simplemente como “Marty”— sigue a Lebowitz por las calles de Nueva York mientras disecciona, con su particular fiereza, los hechos más anodinos y ordinarios de la vida cosmopolita moderna.
Tras sus característicos lentes de pasta gruesa de caparazón de tortuga, vestida de camisa blanca, cubierta en abrigos y sacos masculinos hechos a la medida en sastrerías londinenses, la autora se queja del olor del metro, de las instalaciones costosas y pretenciosas en Times Square o de las absurdas tendencias arquitectónicas que le han quitado —según ella— la identidad a los rascacielos de la Gran Manzana. Odia a los turistas que se detienen a mitad de la acera y levantan sus cámaras en el aire sin preocuparse por los transeúntes que se cruzan en su camino. No tiene celular, ni computadora, es más, nunca tuvo ni máquina de escribir. De redes sociales, ni hablamos. Sabe quiénes son las Kardashian por lo que otros le han contado y entiende muy bien lo que es una laptop. Simplemente, no lo quiere ni le interesa. “Tengo un teléfono fijo y una dirección postal, es todo lo que necesito”, afirma.
Pretend It’s A City marca el segundo encuentro documental cuasi-biográfico de la dupla Scorsese-Lebowitz, luego de su Public Speaking para HBO de hace diez años. El título de la miniserie de Netflix se deriva de un manifiesto ideado por Lebowitz —que jamás ha escrito— en el que insta a los habitantes de la ciudad, con espectacular sarcasmo, a “pretender que Nueva York es una ciudad” y así poner en acción prácticas mínimas de civilidad.
La serie, de entrada, es un fenómeno digno de admirarse: uno de los directores de cine más célebres e influyentes de Hollywood se doblega frente a las ocurrencias hilarantes e incisivas de una escritora de la cual no se explica su fama. Ver a uno de los directores de cine más poderosos de la industria persiguiendo con su cámara cada paso de la displicente Lebowitz por las calles de Nueva York o dando la espalda en un over-shoulder para ponerla al centro del cuadro, es muestra de la admiración que le rinde Scorsese a la ácida septuagenaria.
Pretend It’s A City no es más que una selección muy cuidada de sketches, retratos y fragmentos de presentaciones en vivo entre el director, la autora y otras celebridades como Spike Lee, Olivia Wilde o Alec Baldwin. Y en el centro de todo, como hilo conductor, una conversación íntima entre Scorsese y Lebowitz en el bar del National Arts Club. Ahí, la escritora se descose: lo mismo habla sobre su admiración por la música que sobre su desprecio por el dinero; habla de su encuentro con un oso en Alaska, su aversión al Fantasma de la Ópera o lo impresionante que le ha resultado el movimiento #MeToo: “Puedo decir que es una de las cosas más sorprendentes que he visto en mi vida, algo que nunca pensé que sucedería”.
Su relación amor-odio con Nueva York y sus residentes hacen aún más cándido y auténtico este recorrido por las calles de la Gran Manzana. Rutas de adoquín y concreto que Lebowitz ha visto transformarse por décadas, desde que llegó a vivir al área metropolitana a sus 20 años en 1969. Para sobrevivir en aquel entonces limpió cuartos, condujo taxis y fue chofer privado. Nunca mesera: “ser mesera significaba, como requisito, tener que acostarse con el gerente del restaurante”.
Pero qué mejor que las propias palabras y declaraciones mordaces de la humorista “involuntaria” para dejar en claro porqué algunos la han llamado la Dorothy Parker del mundo moderno, y cómo su renuencia a la popularidad y la complacencia la han conducido a convertirse en uno de los íconos indispensables de la cultura norteamericana actual.
Sobre su libertad a opinar
Aún me sorprende que la gente se enfurezca por lo que digo. O sea, ¿qué tiene? ¿Quién soy yo? ¿Estoy tomando decisiones por ti? No estoy a cargo de nada. Entendería que la gente se enojara conmigo si dijera “debes hacer esto”, como si de verdad pudiera cambiar algo. Pero por supuesto que si pudiera cambiar algo, no estaría tan enojada. El enojo es porque no tengo ningún poder, pero estoy llena de opiniones.
Sobre la farsa en el mundo del arte
Si vas a una subasta, ¡sale el Picasso! Silencio absoluto. Una vez que dan el martillazo y se anuncia el precio, ¡aplausos! Así que vivimos en un mundo donde se aplaude el precio, pero no al Picasso. Caso cerrado.
Sobre los retos sin sentido
Todos quieren retarse a sí mismos Ese es el gran lema que la gente dice todo el tiempo: “es que quiero retarme”. Estos retos son falsos. Escalar una montaña es un reto falso. No necesitas escalar una montaña. Hay muchas cosas que la gente tiene que hacer y que debería hacer y que no hacen, ya sea porque les da miedo o porque son cosas difíciles de hacer o porque son malos haciéndolas. Estos son los verdaderos retos. La vida real es lo suficientemente retadora para mí.
Sobre los placeres culposos
No tengo placeres culposos porque el placer nunca me ha hecho sentir culpable. Me resulta increíble que siquiera exista una frase como “placer culposo”. No hay tal cosa como eso, a menos que tu placer sea matar gente. Mis placeres son absolutamente benignos, es decir, nadie muere por ellos, ¿ok?
Sobre el talento
Lo maravilloso del talento es que es la única cosa que se me puede ocurrir que es absolutamente distribuida al azar a lo largo de la población de todo el mundo. No tiene nada que ver con nada. No lo puedes comprar, no lo puedes aprender, no lo puedes heredar. Sencillamente está espolvoreado como arena alrededor del mundo y puede aparecer donde sea.
Sobre la marihuana
Yo fumaba marihuana cuando era joven y nunca me gustó realmente. No me gustaba el olor. Nunca me gustó, no era el sentimiento que estaba buscando: esa sensación de “felicidad liviana”. No, eso no es para mí. Nada de felicidades a medias para mí.
Sobre los deportes
Odio los deportes. La razón por la que los deportes son tan importantes es porque los hombres están a cargo. Y como aman los deportes… Dime algo: si las mujeres manejaran el mundo, ¿tú crees que habría rayuela profesional? Cuando iba a la escuela, las niñas no jugábamos fútbol. No teníamos que hacer deporte. No queríamos ni debíamos. Y sí, el mundo ha evolucionado en ese sentido, pero preferiría más mujeres en el Congreso y menos jugando fútbol.
Sobre su odio por el musical de Evita
Robert Stigwood organizó un evento. Era el productor de Evita. Invitó a unas 25 personas al Hotel Plaza, cuando todavía era el Hotel Plaza, no como ahora. Así que fui a verla y después Stigwood me preguntó qué pensaba y le dije: “¿Estás demente? ¿Un musical sobre Eva Perón? ¡Serás el hazmerreír de Nueva York! No lo hagas”. Por eso yo nunca ganaría dinero en el teatro. Pero si lo piensas desde el punto de vista de que se trata de un musical sobre Eva Perón, yo tenía toda la razón. Luego volví a ver el musical con dos tipos que eran argentinos y se rieron tanto que casi nos echan del teatro. Estoy segura que cada vez que veía a Stigwood después de eso, le decía: “sigo creyendo que tengo la razón”.
Sobre el internet
Todas las cosas que sé sobre el internet son cosas o que la gente me cuenta o que la gente me muestra, porque las personas siempre actúan así como de “¡Oh, pobre Fran! No tiene la habilidad de descubrir esto por ella misma, deja te enseño Fran”. Déjame explicarte algo: yo no tengo estas cosas (Twitter e Instagram) no porque no sepa que son. ¡No tengo estas cosas porque SÉ lo que son!
Sobre su amor por los libros
No importa quién seas, solo tienes tu vida. Pero en los libros, tienes trillones de vidas. Para mí es una manera de hacerte inmensamente rico. Leer es un gusto, simplemente un gusto. Si creces en un ambiente donde los libros están a tu alcance, algunos desarrollarán un amor por la lectura y otros no. En el instante en que aprendí a leer, fue algo increíble para mí. Leer era como si mi mundo se volviera un billón de veces más grande. Ese solía ser el punto de la lectura. Ahora la gente dice cosas como “No hay libros sobre gente como yo, no me veo reflejado en este libro”. Y yo siempre pienso: ¿te ves a ti misma en este libro? No. Un libro no se supone que sea un espejo, se supone que sea una puerta.