“Esto es América”… y todo el mundo
¿Se acuerdan de Childish Gambino bailando en su video de "Sober" al ritmo de R&B y electrobeats, drogado y cantando de amor mientras le coquetea a una chica sentada en una cafetería? Pues prepárense para renunciar a ese espíritu festivo y cursi, y dar la bienvenida a la oscuridad y violencia de su última producción audiovisual, "This Is America", que desde el pasado 5 de mayo ha despertado revuelo, aclamaciones y confusión en las audiencias. Más de cincuenta millones de visitas en cinco días lo convierten en un fenómeno mediático con un trasfondo político y alegórico imposible de ignorar.
Armas, gallos y jinetes del Apocalipsis
Un lettering blanco sobre negro con el título de la canción abre el video. Pareciera que lo que vamos a ver a continuación no tiene nada de siniestro. De inmediato, estamos en lo que parece ser una bodega vacía, iluminada por doquier sin nada cruento que ocultar. Acompañado de coros que parecen entre voces tribales y gospel —que no sólo suenan animosos, sino incluso esperanzadores—, recibimos a un hombre negro descalzo que toca unos acordes en una guitarra acústica, con un atuendo blanco y pulcro, sin ninguna gala y actitud inofensiva. Un paneo nos revela a Gambino de espaldas, con el torso desnudo y unas cadenas doradas en el cuello, quien inicia un baile al compás alegre del intro musical, haciendo expresiones faciales extrañas que nos dan una pista de que hay algo raro a punto de ocurrir.
El acercamiento a Gambino saca de cuadro por un momento al hombre de la guitarra. Para cuando volvemos a verlo, sigue sentado, pero ya no tiene el instrumento. El arte, la inspiración y la creatividad se han ido. Ahora su ropa está sucia y rota, como si hubiera sido golpeado o arrastrado por el suelo. Las plantas de sus pies están llenas de tierra, su cabeza cubierta con una manta, una soga en el cuello y las muñecas atadas como preso de guerra, como esclavo, como víctima de linchamiento. Y así ocurre. Gambino saca una pistola y antes de disparar, adopta una pose excéntrica que se asemeja a las caricaturizaciones de los negros en la era de las Leyes Jim Crow, normas que reforzaban la segregación racial a mediados del siglo XVIII en los Estados Unidos. Vale la pena mencionar que el término Jim Crow proviene de la canción “Jim Crow Jump”, cuyas partituras eran ilustradas y representadas con este tipo de parodias de hombres blancos “disfrazados” de negros. "Jim Crow" pasaría a convertirse en un término peyorativo para los afroamericanos.
Así, en Jim Crow fashion, Glover dispara por detrás, directo en la nuca, al hombre que apenas unos segundos antes estaba incauto y disfrutando de la música. En sincronía con el disparo, la canción pasa de un sonsonete corístico y vivaracho a un trap oscuro casi hipnótico que abre con la sentencia: “this is America”. Esto es América. Esto es Estados Unidos. A la derecha de Gambino, entra otro joven negro que corre para recibir de sus manos el arma sobre un paño rojo. Qué poderoso y rico en símbolos es apenas este primer minuto.
Empecemos con el planteamiento del espacio: la bodega sin paredes ni objetos, iluminada y pasiva. ¿Espacio onírico, espacio de aparente paz? Luego, el hombre humilde, inocente, disfrutando de la vida y la música. Gambino semidesnudo, provocador, frontal, exigiendo ser mirado. Él es la fuente melódica, pero también el perpetrador de un crimen. Después ocurre la transformación del hombre anónimo: primero pulcro y libre, luego preso y asesinado. En segundos, la violencia escala y se infiltra en el video, tal cual lo hace en la realidad, sin aviso ni advertencia y por supuesto, sin compasión. La pose paródica de Jim Crow que adopta Gambino podría leerse de múltiples maneras. ¿Es una apropiación del ícono racista?, ¿es una referencia a la brutalidad policiaca, a que los blancos disparan a los negros y luego inculpan a las pandillas afroamericanas de disturbios ficticios? ¿O es una manera de referirse a los mismos negros que participan en esta cultura de racismo y segregación? Ya sea por obligación de entrar en esta dinámica de odio o sino, enfrentar la muerte, o porque el terror y la agresión están incrustados ya en la psique social.
Después del disparo, las armas son tratadas con más cuidado y respeto que las vidas humanas. Por eso son recibidas en un paño rojo. ¿Rojo como la sangre?, ¿como la realeza y la opulencia?, ¿como el placer de poseer un arma y activarla? ¿O se trata sólo de un paño que pretende borrar las huellas criminales y sus secuelas sanguinarias? La defensa apasionada de la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América por los grupos PROGUN podría prestarse a cualquiera de estas interpretaciones.
Pero esto es América y el mundo también. Y lo que nos queda es bailar. Que bailen los niños que han sido blancos de la violencia armada en las escuelas, como lo hacen los adolescentes del video que acompañan a Gambino con danzas urbanas y rostros felices usando uniformes escolares. Suspendamos la preocupación, los derechos humanos, la seguridad y el miedo a la catástrofe con el baile y el entretenimiento. Distraigámonos de los fondos y subtextos, de lo que pasa a nuestras espaldas, tal cual sucede con el video: miramos a Gambino con su enérgico display coreográfico y obviamos lo que ocurre en el fondo, que de hecho parece cubierto por una cortina de neblina, un efecto de desenfoque que empaña el cristal a través del cual miramos la realidad.
Pero si prestamos atención, veremos que detrás del artista, actor, compositor y DJ afroamericano, el caos perdura. Robos de autos, persecuciones, saqueos. Una gallina blanca y otra parda comiendo del suelo entre la destrucción. Una falsa convivencia armónica entre "colores" distintos.
La melodía vuelve a cambiar y vemos a un coro de negros cantando al ferviente y saleroso estilo de las iglesias evangélicas afroamericanas. Con togas y bailes, los coristas celebran la vida y la creación, ingenuos y soñadores. Entra Gambino. Al principio baila con ellos, pero después saca un arma, ahora una metralleta (el mecanismo se elevó en rigor) y los mata a todos. Esto podría ser una clara alusión a la tragedia de Charleston en el 2015, donde el supremacista blanco Dylann Roof asesinó a nueve afroamericanos en una iglesia episcopal.
Una vez más, Gambino entrega su arma a manos de otro afroamericano (¿acaso él seguirá sus pasos?) y regresa al baile. El caos a su alrededor por supuesto continúa escalando. Un hombre en el fondo se arroja del segundo piso de la galería. ¿Suicidio? ¿Desesperación? Chicos con cubre bocas y celular en mano graban el desastre desde arriba, alejados del peligro. Un auto desvalijado y en llamas se muestra al lado de una patrulla intacta. Y de pronto, una parca negra encapuchada aparece montando un caballo blanco. ¿La muerte?, ¿la rebelión, ¿un jinete apocalíptico?, ¿la paz conducida por la guerra?
Gambino continúa unos segundos más con su rumba optimista, rodeado por los jóvenes negros que no frenan su ahínco dancístico tampoco. De pronto, silencio. Salen de cuadro los bailarines, las víctimas y agresores, la brutalidad policiaca y el desorden. Sólo queda Donald Glover, callado y reflexivo, con los ojos cerrados y los brazos estirados como si sostuviera un arma imaginaria. ¿Es este el verdadero inicio de la historia?, ¿todo fue un mal sueño?, ¿una visión del futuro o más bien, del presente? ¿O es una alusión a que la violencia también es un acto de la mente?
Como sea, con toda quietud y sosiego, saca un cigarrillo de marihuana, lo enciende y su realidad se transforma. ¿Ahora vive una alucinación? ¿un escape inducido y voluntario? Parece que sí, porque el hombre asesinado del principio está de vuelta tocando su guitarra, atuendo y pies limpios. Ya no hay violencia, ni destrucción, ni inmundicia, ni personas. Solo queda Childish a la luz de un domo en pleno día, bailando sobre un auto, rodeado de otros coches abandonados y sin vandalismo (la cantante negra SZA posa sobre el cofre de un sedán).
Pero el ensueño dura poco. Al final, resulta que Gambino no es ni perpetrador, ni redentor, ni libre. Como si despertáramos del trance, la bodega antes lumínica y espaciosa ahora es oscura, fría y amenazante. Gambino corre en línea recta con desesperación y ojos llenos de pavor, con una multitud detrás de él. Adiós al baile, a la alegría, a la irreverencia y al humor. ¿Acaso todo lo imaginamos desde el inicio?, ¿todo el video es una visión ilusoria a la que su mente escapó durante su persecución, intentando evadir la realidad?, ¿es su manera de encajar, aunque fuera en la ficción, en un contexto donde es asediado por su raza?, ¿acaso la bodega, el mundo, siempre fue esta caverna fría y sombría sin luz natural? No suena tan descabellado si prestamos atención a la letra del outro:
“No eres más que un hombre negro en este mundo,
no eres más que un código de barras, sí.
No eres más que un hombre negro en este mundo
conduciendo autos caros, sí”.
La realidad de Gambino y sus colegas artistas que participan a ratos en la canción (Young Thug, Slim Jxmmi, BlocBoy JB, 21 Savage, y Quavo) es que, a pesar de la celebridad, los lujos y la ambrosia de su estrellato, siguen siendo negros en una tierra racista. Ya lo diría el mismo Gambino en su canción “Yaphet Kotto”:
“Joven, negro y talentoso, pero en América”.
A pesar de que la crítica sociopolítica ha ido de la mano con la evolución musical y recientemente otros artistas afroamericanos se han pronunciado en sus letras y videos con similares acentos en temas como la portación de armas y la discriminación racial, el proyecto de Gambino cobra especial relevancia porque llega a unos cuantos días de las polémicas declaraciones de Kanye West entorno a la esclavitud, recibidas con escándalo e incredulidad no sólo por la comunidad negra, sino por la industria entera. El rapero narcisista, simpatizante de Trump, dijo que los cuatrocientos años de esclavitud en Estados Unidos fueron “por elección”. Si escuchar similares pronunciamientos de un supremacista blanco escandaliza, recibirlo de un artista negro que se ha auto-colocado a la altura de Jesucristo, es alucinante. Por otro lado, a diferencia de otras manifestaciones melódicas similares, Gambino parece no responsabilizar únicamente al gobierno o las autoridades por la crisis humanitaria, sino también a la sociedad civil que reproduce, permea y contribuye a los actos de discriminación y tiranía.
En el momento político actual y en la popularmente llamada “Era de Trump”, con el resurgimiento de grupos conservadores, supremacistas, pro-armas, sumado a la catástrofe humanitaria global, la crisis migratoria y una aparente polarización entre ideologías, “This is America” no sólo es un proyecto multi-simbólico, pluri-alegórico, sino también un statement potentísimo y un recordatorio de que la música y el baile aún son válidos y legítimos medios de protesta.
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