¿Vale la pena encontrarse de ese modo?
Hay un camino más simple de ignorancia y de alegría.
Se dice que el hombre se diferenció de otras bestias cuando comenzó a enterrar a sus muertos. Al conocer su condición mortal, necesitó de algo que esclareciera qué sucede cuando llega la finitud de la vida. La muerte se convirtió en un hecho más allá de un proceso natural, y se responsabilizó de dicho destino a la mayor invención de la humanidad: los dioses. Esta fuerza incomprensible, violenta y sagrada, tuvo su representación en figuras míticas que explicaron cada movimiento y gesto humano, remedio que sirvió de consuelo por un tiempo, pero que también provocó un cuestionamiento de la libertad del ser terreno con respecto a lo divino: qué tanto uno construye su camino si todas las vías llevan a la muerte.
Cesare Pavese se quitó la vida en un cuarto de hotel en Turín, Italia, el 27 de agosto de 1950. La única posesión verdaderamente valiosa –por sentimental, mas no por monetaria– que se encontró en el lugar fue un libro de su autoría, Diálogos con Leucò, que vio la luz en 1947. Se trata de una obra singular porque está lejos de los géneros literarios clásicos, la poesía y la narrativa, a partir de otro género que parecía olvidado, sin llegar al texto dramatúrgico. Como reza el título, se trata de veintisiete diálogos que mantienen distintos personajes y dioses de la mitología griega, en los que se disgrega sobre los temas mencionados en el párrafo anterior, es decir, la muerte, el destino, la libertad, la soledad divina, por mencionar algunos.
La divinidad a la que apela Pavese en el título del libro es Leucotea, una antigua diosa del mar y adorada por los navegantes. A pesar de que es personaje en sólo dos diálogos, su protagonismo en toda la obra se presenta en la metáfora de que todo ser viviente, como un marino, tiene un destino al cual llegar. De esta forma, como seres mortales, el único elemento que deja rastro es el tiempo. Por ejemplo, en “El Misterio”, Deméter le dice a Dionisio que “Todo aquello que tocan [los hombres] se vuelve tiempo. Se vuelve acción. Espera y esperanza”, un continuo fluir de hechos que desembocarán en un final ineludible.
Aprovechar ese lapso y darle un sentido será objetivo primordial de aquellos que desean sobresalir del resto de sus similares. Ir en busca de una vida diferente, un destino que sirva de ejemplo y recuerdo para quienes vengan posteriormente. “Cada vez que se invoca un dios”, dice Orfeo, “se conoce la muerte. Y se desciende al Hades para arrebatar algo, para violar un destino. No se vence a la noche y se pierde la luz. Nos debatimos como obsesos”.
Una de las características más sobresalientes de Diálogos con Leucò es que no se obtiene una opinión única e irrebatible. Mientras que Orfeo dice que es posible violar un destino, Edipo, el mayor castigado por los oráculos en la mitología griega, expone que no se queja de las desgracias ocurridas en su existencia; de hecho, hubiera preferido mayores penurias, siempre y cuando éstas fueran consecuencia de su libre albedrío y no un mapa trazado antes de que él naciera. Su enojo radica en que incluso cuando intentaba romper la cadena de causas y efectos, estaba forjando destino.
De esta forma, surge la pregunta más importante que debe resolver la filosofía según Albert Camus, ¿por qué vale la pena vivir? Cesare Pavese no da una respuesta clara y única, sino distintos puntos de vista con los que cada quien debe cuestionarse de manera personal. El mendigo que interpela a Edipo en “La Calle”, dice que a pesar de las penurias, el otrora rey de Tebas gozó también de fama y honores, inspiró a otros el salir del hogar en busca de algo más allá, nada definido, pero distinto, una especie de inmortalidad, pues “Inmortal es quien acepta el instante. Quien no conoce ya un mañana”, dice Calipso a Odiseo. También, Patroclo, en una ficción que recrea la noche anterior a su muerte titulada “Los Dos”, su único mañana es su presencia en el Hades; y aunque su eterno amigo, compañero y maestro Aquiles se pregunta por qué no se quedó en su hogar con sus mujeres y riquezas, el joven la responde: “Tendrías pobres recuerdos, Aquiles. Serías un muchacho. Es mejor sufrir que no haber existido.”
Instante y recuerdo juegan un papel similar a lo largo del libro. Ejemplo de ello se encuentra en el diálogo que sostienen Circe y Leucotea, donde la primera habla sobre la estadía de Odiseo en su lecho y cómo el héroe no renunció a su isla, a su lugar con Penélope, pues era más poderoso el recuerdo que la posible inmortalidad a lado de la diosa. En el recuerdo hay añoranza y, por lo tanto, la imagen del mañana. “Demasiadas cosas recuerdas de él. No lo has hecho ni cerdo ni lobo, y lo has hecho recuerdo”, le reclama Leucotea a Circe, que responde “Sé mi destino, Leucò. No temas”, como si el amor que Odiseo generó en la diosa fuera razón de muerte, abandono de la eterna permanencia.
Pareciera que el único que tiene el poder de retener instante y recuerdo en un solo objeto inmortal es el poeta Hesíodo, quien al dialogar con la musa Mnemosine, da a entender que la escritura captura a ambos en un tiempo detenido. Gajes de El Oficio de poeta y El Oficio de vivir.
Cesare Pavese se quitó la vida en un cuarto de hotel en Turín, Italia, el 27 de agosto de 1950. La única posesión verdaderamente valiosa que se encontró en el lugar fue un libro de su autoría, Diálogos con Leucò. ¿Qué debe suceder en la vida de un hombre para que sus reflexiones sobre el sentido de vivir la vida se dejen a un lado y se decida poner una pistola en la sien? De las pocas certezas que se tienen en esta vida, es que todo llegará a su fin, y que todo lo que sucede ya sucedió alguna vez y volverá a tener lugar dentro del tiempo. El suicidio pudo ser en la vida de Cesare Pavese la mejor forma de protestar contra el camino determinado del destino humano. “¿Vale la pena encontrarse de ese modo? Hay un camino más simple de ignorancia y de alegría”, pero bajo qué riesgo, dice el autor.
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