La izquierda de Dilma Rodrigo Salvador (@rodrigosa90)
Esperanza, tal vez, es la palabra que describe esa imagen colectiva que motivó a los brasileños a sondear -para después comprar- el discurso revitalizador que los colocaba como una de las economías emergentes con mayor potencial cuando ganaron la candidatura de los dos mega eventos más importantes del mundo. Si bien es cierto, fueron ganados con la bonhomía y discurso seductor de Lula da Silva, han claudicado para ceder este espacio a la penumbra e incertidumbre traído por su sucesora, Dilma Rousseff, la primera mujer que llegó al poder en la historia de Brasil. Pero, ¿el famoso PIB de 2,7% ha cambiado desde ese momento hasta ahora?, ¿Es Rousseff la causante de las dudas? ¿Qué papel ha tomado el Congreso brasileño en esta escena? ¿Es la imagen discursiva una simple banalidad?
Un obrero metalúrgico sin título universitario, revolucionario y rebelde ante el orden establecido, ese es Lula, un líder sindical de los obreros de la metalurgia, máximo partícipe de las mayores huelgas durante la dictadura, que dejaron en jaque al régimen y aceleraron su debacle. Candidato en múltiples ocasiones a la presidencia de Brasil (1989,1994,1998,2003), cualquier símil con el contexto mexicano es una simple y vacía ilusión, durante sus ocho años como Jefe de Estado de Brasil hizo reformas y cambios radicales que produjeron la transformación social y económica de Brasil. Hizo una nación con orden y progreso, tomando como modelo de Estado a la madre, a su madre en específico, ya que Luis Inàcio afirmaba que el Estado debía ser como una madre que acogía a todos sus hijos por igual, velaba por los intereses de los más desprotegidos y promovía la buena relación entre hermanos, entre los ciudadanos brasileños.
Al asumir la presidencia de Brasil el 1 de enero de 2003 tras ganar las elecciones en segunda vuelta con el mayor número de votos de la historia democrática brasileña, 52 400 000 votos, alcanzando el 61 % de los sufragios. En su discurso de toma de posesión, Lula declaró:
“Y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mí país.”
El gobierno revitalizador de Lula colocó como pilares fundamentales del orden: la baja inflación, el crecimiento del PIB, la reducción del desempleo y tomó como impulso para el progreso el incentivo de las exportaciones, la creación de microcréditos y, la más notoria, liquidar anticipadamente el pago de las deudas con el Fondo Monetario Internacional.
El gran detonador y probable causante de los movilizaciones sociales actuales de la sociedad brasileña ha sido el legado más valorado de Lula da Silva, una clase media contestona y pedinche, crítica y detonadora de debates, esto gracias a los fuertes niveles de escolarización en todos los ámbitos, tanto universitarios como primarios, y en muchas regiones del país. En solo 36 meses la población no escolarizada fue reducida entre 18% y 29%, considerando el grupo de cuatro a 17 años de edad. La creación del FUNDEB (Fondo de Manutención y Desenvolvimiento de Educación Básica), el gobierno Lula atendió a 47 000 000 de estudiantes brasileños, con inversiones anuales de hasta R$ 7,3 billones. La gente comenzó a levantar la cabeza, entendiendo muchas cosas que antes no dimensionó.
Con Lula, Brasil se convirtió en la octava economía mundial, más de 20 millones de personas salieron de la línea de pobreza extrema y Río de Janeiro fue elegida como sede para los Juegos Olímpicos de 2016, siendo la primera vez que los Juegos se celebrarán en América del Sur, dejando en un grado superior el deporte brasileño.
Con dichos logros proclamados, la etapa de transición se proyectaba pedregosa, tanto por las numerosas victorias alcanzadas por Lula y las innumerables comparaciones obligadas, como por la figura presidencial entrante, alguien del mismo partido político pero de diferente estirpe social, Dilma Rousseff se crió en el seno de una familia de clase media alta, se instruyó en un colegio privado católico y en una respetada escuela pública de Belo Horizonte, de entrada, una formación académica existente, radicalmente distinta a la de Lula.
Desde los 17 años, Dilma comienza a actuar como militante de base de la Organización Marxista Política Operária (POLOP), en donde según testimonios de sus compañeros de militancia se distinguía por su capacidad de liderazgo, imponiéndose en una cultura en la que los hombres estaban acostumbrados a mandar. No participó directamente en acciones armadas, debido a que su militancia estuvo orientada a la actuación pública.
Pau-de-arara y silla del dragón, son tal vez dos de los nombres más atemorizantes en la vida de Dilma, son parte de la tortura que sufrió al ser encarcelada, después de haberle confirmado sus nexos con VAR-Palmares, una organización político-militar que se propone a cumplir todas las tareas de la guerra revolucionaria y de la construcción del Partido de la Clase Obrera.
Dilma fue liberada a finales de 1972, con 25 años y diferentes problemas de salud acarreados durante su encarcelamiento, posteriormente se enfilaría de nuevo a la política donde acompañaría al Partido Democrático Laborista focalizándose en el aspecto energético y comunicaciones, que a la postre la harían destacar hasta llegar al gabinete de su antecesor, Lula da Silva, desempeñándose como Ministra Nacional, teniendo las credenciales suficientes para postularse como la principal oferta para continuar el llamad: lulismo, siendo el propio da Silva quien la destapara previamente como candidata a sucederlo:
“Yo voy a elegir mi sucesor. No puedo decir quien es, pero les puedo asegurar que hay muchas posibilidades de que sea una mujer.”
Lula
El 31 de marzo del 2010 Dilma dejó sus cargos en el Estado, por exigencias de la ley electoral. Dando pie a una transformación necesaria para poder encauzar los votos de la población a su favor, en mayo cambiando radicalmente su estilo (peinado, formas, hablar más sencillo) haciendo válida su candidatura meses después con un emblema de gobierno titulado "Para que Brasil siga cambiando".
Durante los dos primeros años del gobierno de Dilma se enmarcaron durante la crisis europea y estadounidense. En ese contexto, el gobierno de Dilma adoptó varias medidas proteccionistas con el fin de "blindar" la economía brasileña. Mientras que el PBI había crecido 7,5% en 2010, las tasa de crecimiento en los dos años siguientes bajó a 2,7% en 2011 y a 0,9% en 2012.67 Para 2013 el Banco Central previó un crecimiento de 3,1%. En mal inicio para un gobierno continuador de un proyecto de nación como el de Lula da Silva.
El devenir de su gobierno se vio caracterizado principalmente por el rechazo de las generaciones más jóvenes, ávidas de un cambio social iniciado por Lula, jóvenes educados y preparados para un nuevo Brasil, que se enfrentan a una nueva gobernante que como uno de las primeros posicionamientos se decantó por ser tajante en temas como el aborto y el matrimonio igualitario, tema que le costó burlas y el desprecio por gran cantidad de la juventud brasileña.
Estos factores sumados a los escándalos de corrupción con el famoso "Juicio del siglo" que arrastraban a miembros del PT y al mismo Lula da Silva, desencadenaron el descontento social, llamando a las calles a la población el día de la independencia de Brasil, en donde miles de personas autoconvocadas a través de redes sociales y medios de comunicación, exigiéndole al gobierno que "paren de robar" y que condenen ejemplarmente a los acusados del mensalão o Juicio del Siglo.
El contraataque de Dilma fue asumir una política de "faxina" (limpieza) que encontró gran apoyo de la población. Durante el primer año de su gobierno, siete ministros renunciaron por presión de la Presidencia, luego de que salieran a la luz denuncias por corrupción, algunos de ellos vinculados con los preparativos para la Copa Mundial de Fútbol de 2014, tema tangencial en su gobierno, ya que son la antesala de las elecciones presidenciales de 2014, a realizarse el 5 de octubre.
Numerosas han sido las quejas e irregularidades en torno a la producción de los dos mega eventos más importantes del mundo, la inversión pública en Brasil es enorme. Actualmente, se están invirtiendo 14.500 millones de dólares en aeropuertos, estadios y nuevos sistemas de transporte.1 Por tanto, el campeonato mundial de 2014 será el más caro de la historia. El 99% de los costes serán asumidos por los presupuestos públicos.
La OSEC (Business Network Switzerland) denuncia que los estados federales y las ciudades están por tanto asumiendo deudas a largo plazo: “Las reglas habituales sobre la limitación del exceso de crédito han sido suspendidas. Los productos y servicios vinculados a la construcción de estadios se benefician de exenciones de impuestos” Lo cual desembocará en impuestos disfrazados a largo plazo, siendo los principales afectados los jóvenes que recién se gradúan de las universidades creadas por Lula da Silva.
Sumado a estas irregularidades se estima que entre 150.000 y 170.000 personas habrán sido desalojadas de sus hogares. Barrios enteros deben desaparecer para permitir la construcción de estadios y otras infraestructuras, tales como carreteras o aeropuertos. Por otra parte, el Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016 se están utilizando como una excusa para “renovar” sectores completos en las ciudades. Atenuando el principal objetivo de los gobiernos de izquierda, iniciados por Lula da Silva, la protección a los menos favorecidos.
Todo, en conjunto, demuestra la volatilidad de una izquierda descafeinada, una izquierda esperanzadora para el mundo entero, con ajustes y cambios de fondo que le brindaron a la población brasileña la posibilidad de creerse como una potencia emergente, la posibilidad de creerse la organizadora y capital deportiva mundial durante un largo periodo de tiempo, ese cambio de discurso entre un obrero de la provincia brasileña y una economista consumada, el discurso envolvente y sentimental y la frialdad de una dirigente cuadrada sostenida con alfileres.
Ese cambio, no sólo discursivo, sino también de mentalidad por parte de la población brasileña, acostumbrada a obedecer sin oponer resistencia ha sido uno de los logros democráticos más importantes de Lula, llevar la gente a las calles, respondones y educados, sabedores de que están en el ojo de todo el mundo, no estimarán consecuencias por lograr que sus quejas sea escuchadas. Un ambiente, sin duda, empapado en gasolina, que espera una chispa para desencadenar el efecto dominó de una sociedad enloquecida por el fútbol, consciente, sobre todo, de su futuro y del rol social que representa.