Por David Ovando Fotos por Jesús Daniel Hernández
Entender a la Ciudad de México como punto de ebullición para las manifestaciones de carácter musical, podría resultar en un sinfín de combinaciones. Entre tocadas de impulso gubernamental en el Centro Histórico, que con leve disgusto por un trasfondo vial caótico se terminan por aceptar. Aún con ello, las manifestaciones buscan su propio lugar, como un caudal de agua en busca de salida.
Fascinoma busca desde hace un año un resquicio por donde su caudal pueda fluir, y al parecer lo halla. Pese a lo disonante que pueda ser la impresión de varios asistentes, pues entender un festival que hace 365 días se realizó en otro lugar, otro paisaje y lo más importante, bajo otras circunstancias, da pie a repensar las cosas; ¿En qué medida afectan los fenómenos que apabullantemente hacen sentirnos pequeños?
Este año el festival bajo un argumento muy loable, busca reconstruir mucha de la región de la que hace un año fue su casa; Atlixco. En conjunto con el colectivo “Comunal: Taller de Arquitectura”, busca zursir las grietas que desde el 19 de septiembre se abrieron. Fascinoma esta vez muestra un mensaje; cada uno desde sus trincheras actúa, y ahora se trata de mover a la banda.
Bajo la luz tenue
TRR pasadas las 22 horas apareció en escena. Con lentes de pasta, sudadera negra que escuda el nombre del crew bajo las siglas DYN (Dance Your Name). Se posó listo y soltó la primera bala del set. Suave y ligero para la hora en la que la gente necesitaba un beat más repetitivo y contundente. No tardó en sincronizar con ello, entonces el corazón también hizo lo suyo, entre house y acid Héctor Alvares, que es el nombre detrás del TRR dejó con buen sabor de boca, y dió por sentado que la puerta de Fascinoma estaba más que abierta.
La gente asumió su papel, uno aunque festivo también por momentos sometidos por sonoridades contemplativas, de 120 a 130 bpm. Uno que otro grito y las ventanas sin cortinas a vista libre arrojaban anuncios iluminados, puntas de edificios y la cúpula de una iglesia. Detalle que permanentemente recordaba a una ciudad viva para el resto de la madrugada.
La noche se tupió más lúgubre. El drone y sonidos volcados hacia la experimentación de Maria W Horn tocaron base. Cajas de ritmos, resonancias emergidas de una computadora y que embonaron en tiempo y espacio. Sin duda la mente recababa información aunque nunca supo dónde posicionar lo que escuchaba, en ese punto es mejor apreciar que interpretar. Entre delirio sónico, la música de María también es sombríamente conmovedora.
Y la ruta fue esa, recorrer un sendero que tuvo como sinónimo de totalidad el negro. Es fascinante pensar en todo aquello que florece durante la noche si de sonidos se trata. ¿Qué eufonías emergen de madrugada? En ese punto de la Colonia Doctores la realidad de varios comenzó a traducirse en bajos abrumadores.
Loefah conoce bien ese sendero oscuro de inicio a fin. Para las tres y media de la mañana, aparecieron los subsónicos y efectos acuchillantes que llegaron al tuétano sin poder ser extirpados. Fascinoma se encargó de traer uno de los representantes que musicalizan el sur de Londres desde hace una década. Loefah carga con producciones de años atrás, dubstep denso y seductor, también algo de ese grime gangsta que continúa el legado del hip-hop inglés fuerte, violador.
De esa forma se desenvolvió la primera noche de un festival que mantuvo en incertidumbre –por su posible discontinuidad– a muchos de sus seguidores cautivados en esa mítica primera edición. Hoy y pese a lo turbio del contexto, Fascinoma fiel a la idea original que lo conforma, está vivo y pretende seguir recorriendo ese sendero que comienza a dibujarse paulatinamente más largo. ¡En hora buena!