Resulta inevitable. La pasión termina por cansar, se convierte en algo cotidiano, en algo corriente. Lo sublime muta en un acto vulgar. Un amor que se desgasta, que se convulsiona, que cae en lo habitual. Eso son Maya y David, una pareja cuyo matrimonio agoniza en una helada región canadiense. Un panorama punzante que señala como premonición que, así como las estaciones del año, la vida en pareja se opone a lo estático y que, inevitablemente, siempre llegará el brutal invierno. Como si se tratase de un guiño autorreferencial, la escena inicial de Invierno prematuro manifiesta la mirada ignota de un hombre ante la sexualidad femenina. Aspecto abordado por Michael Rowe en su opera prima, Año bisiesto (2010), y en su segundo largometraje, Manto acuífero (2013). No obstante, en su más reciente producción, el director méxico-australiano agota el arrebato sexual de sus protagonistas desde la primera secuencia como un paralelismo de la coexistencia fracturada.
Galardonada con el Premio del Público en el Festival de Cine de Bali, la tercera ficción de Rowe evidencia madurez en el cineasta y figura una evolución del lenguaje cinematográfico en donde ha rescatado los elementos que lo definen como realizador: las escenas largas, la cámara fija, la limitación de locaciones, los diálogos sobre lo cotidiano que expresan de manera velada el trasfondo psicológico de los personajes. Ahora se aparta de la asfixia de los lugares cerrados para explorar otro tipo de encierro: el de la mente.
De esta manera, Invierno prematuro cierra un ciclo que el mismo Rowe ha definido como “la trilogía de la soledad”. Desde su filme debut hasta esta producción, el director ha trazado un camino que va desde el aislamiento al desasosiego, para concluir en el estancamiento. En retrospectiva, su obra cinematográfica se puede percibir como un manifiesto de las pulsiones humanas: la sexualidad, la ira, los celos, la angustia.
En esta ocasión, la fórmula se complejiza. Rowe se instala en la intimidad de una familia nuclear y arroja más personajes a la ecuación; sin embargo, ninguno es gratuito. Ni un diálogo ni un plano. Cada elemento externo funciona para develar poco a poco el porvenir de la deteriorada mecánica familiar. Con apoyo de pequeños ademanes y gestos efectuados por David o Maya –interpretada con maestría por Suzanne Clément– la cinta expone de manera gradual la transformación de la interacción conyugal que va de lo irreconocible a lo irreparable.
Así, Invierno prematuro se construye, no a través de acciones determinantes, sino de expresiones pequeñas que denotan la complejidad de sus personajes, cuyos actos y decisiones permiten que el espectador sea juez y parte dentro de la puesta en escena. Como es costumbre en el cineasta, el filme evoca una inquietante sensación de que, si se quiere encontrar el infierno, sólo basta con mirar al interior del individuo.
Astrid García Oseguera
Cineteca Nacional
Ciudad de México, 20 de julio de 2017