Dos abortos y un baby shower

Ilustración de Yonel Hernández
Por Renata Rovelo

Los jóvenes somos el futuro del mundo, pero esto no necesariamente significa que vaya a ser uno mejor. Desde mediados del siglo pasado, la sociedad ha presenciado movimientos estudiantiles de protesta, de enojo y de demanda. Superada la Segunda Guerra Mundial, los jóvenes dejaron de ser los peones de las antiguas generaciones y pasaron a ser los protagonistas —o al menos lo intentaron—. Abanderados por el estandarte de la democracia, la paz y el amor, los jóvenes salieron a las calles para anunciarse como una nueva generación y como los líderes de una nueva era. Los mexicanos no fueron la excepción.

Hoy, a medio siglo del movimiento estudiantil del 68 —en el que los estudiantes fueron víctimas de la aberrante intolerancia de un régimen político asustado, desordenado y vil— y a tres años de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa —en el que otro grupo de estudiantes fue víctima de la impunidad y la corrupción de este país— podría decirse que no ha cambiado mucho para México. ¿Será que nuestras instituciones están fundadas en una estructura perpetua e impenetrable que se reproduce en sí misma o tendremos aún una oportunidad de cambio?

A diez días del sismo de 7.1 grados que sacudió la Ciudad de México, Morelos y Puebla, el diálogo de un nuevo México volvió a la mesa, resurgiendo entre nosotros un sentimiento de esperanza. Y así, como en su momento los jóvenes del 68 soñaban con un mejor futuro, y aquellos que protestaban contra las injusticias del caso Ayotzinapa marchaban por un México más justo, más seguro, menos roto; hoy, los jóvenes que aún continúan en las calles, luchan contra el cáncer de la apatía y el olvido, en busca de mantener despierto al México que siempre olvida.

Decía Octavio Paz que “la resignación es una de nuestras virtudes populares”, quizá como diciendo que el mexicano sin sus problemas no es. ¿Qué pasará cuando se levante la ultima piedra, se verifique el último edificio, se cierre el último albergue? ¿Volveremos a la indiferencia y al conformismo del México de siempre? ¿Se esfumarán los jóvenes hasta la próxima emergencia? Qué triste sería permitirnos olvidar. Normalizar lo inaudito y dormirnos de nuevo en la cuna del México desigual e indiferente.

Es momento de mirar a los que nadie mira, de escuchar a los que nadie escucha, de dar voz a los que no la tienen. No sólo son los más de 150,000 damnificados del temblor, los 43 estudiantes o las innumerables desapariciones y asesinatos del 68; estos son sólo los casos representativos de un problema arraigado en las entrañas de nuestro país, alimentado por la corrupción, la desigualdad, la ignorancia y la indiferencia. Quizá sea momento de voltear a ver la raíz de las cosas y dejar de esperar a la próxima tormenta.

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