Cuatro horas de vuelo a Los Ángeles. Dos horas de espera en el Aeropuerto LAX. Trece horas de vuelo a Auckland.
Oceanía es el único continente conformado por países disgregados en islas. Los dos más grandes: Australia y Nueva Zelanda. Tierras lejanas, ocultas, misteriosas.
La primera cara de la ciudad más grande e importante de Nueva Zelanda es hospitalaria y acogedora. En el Aeropuerto, los agentes de migración son un rostro de bienvenida, no de rechazo y abatimiento. La publicidad del país en los pasillos de la terminal aérea llama la atención porque se sonoriza al ritmo de tus pasos. Es un detalle que le causó curiosidad a mi compañero de viaje, Hans Hatch.
En esta región del Hemisferio Sur el invierno es suave. Obliga al uso de una chamarra, pero no espanta el ánimo.
Nuestro hotel se ubica en el centro financiero de la ciudad y a unas cuadras de la Sky Tower, el edificio más reconocido de Auckland. Una ligera caminata por la Bahía nos permite acercarnos a un Fan Fest que montó la FIFA.
La arquitectura de la ciudad es ecléctica y cambia de un edificio a otro. Lo mismo una construcción antigua a lado de un rascacielos habitacional. No es un lugar de bardas y bordes. Los niños de una escuela primaria hacen ejercicio en un patio y en un jardín a la vista de todos.
La calidad de vida se manifiesta en en cada gesto de sus residentes. Una ojeada al mapa fue suficiente para que una señora se acercara a preguntarnos si nos encontrábamos extraviados.
Algunos rincones invitan al sosiego y el recogimiento. Otras calles fluyen en un ambiente multicultural y multirracial.
La herencia británica se impone. Los vehículos automotores colocan al conductor del lado derecho y coloca a los peatones frente al reto de mirar, en las calles de doble sentido -que son mayoría-, primero hacia el lado diestro.
Atendimos la recomendación de Alonso Cabral, enviado de Televisa Deportes a Nueva Zelanda, y comimos unas deliciosas costillas de cordero en el Depot Eatery, bullicioso y conglomerado restaurante enfrente de la Sky Tower.
Nos tocó sentarnos en la barra frente a la cocina y fuimos observadores en primera fila del frenético ritmo con el que preparan los alimentos al carbón y en un enorme horno.
Salimos a las ocho de la noche y nuestros cuerpos sentían la madrugada. El jet lag nos venció.
Alberto Guadarrama
@guadarrama
#EscuchaElDeporte los lunes a las 11 de la mañana y los sábados a las 2 de la tarde.