David Bowie: Un hombre devorado por su imagen
Texto Por Carolina M. Payán
“Fame, (fame) makes a man take things over Fame, (fame) lets him loose, hard to swallow Fame, (fame) puts you there where things are hollow Fame (fame)…”
Cuando David Robert Jones tenía 10 años de edad, e iba de la mano de su madre, Margaret Mary, hacia el mercado, vio del lado opuesto de la acera a un par de jóvenes elegantes, cuyos trajes brillantes y estilizados de hombreras amplias y cinturas ceñidas llamaron la atención del pequeño David. Su madre no le dio importancia y siguió su marcha, sin embargo, aquellos caballeros de corte impecable, cuyo porte era más distinguido que el de muchos otros hombres en la cámara de los lores, no pasaron desapercibidos para el infante, dichos hombres sembraron un espíritu “dandista” en el futuro ídolo de masas.
Sin embargo, su madre, harta de la insolencia de su hijo regresó fúrica a reprender al niño, mismo que seguía con la mirada a ese par de apuestos hombres que se desvanecían en la niebla matinal. Cuando Margaret encontró a su hijo le retorció el brazo y le pregunta ¿Qué haces ahí parado viendo a la nada?”.“No estaba viendo a la nada, veía a esos dos señores de traje”, respondió David. Su madre, irritada, lo sacude y le dice: “¿No te he dicho suficientes veces que no mires a la gente en la calle? Es una falta de educación inadmisible, además esos dos eran homosexuales, gente reprobable y ostentosa”. David, intrigado por las palabras proferidas de su madre, guardó silencio y pensó la nueva denominación hacia tales sujetos.
El tiempo pasó y el niño creció, el joven David Jones poseía grandes talentos y todos apuntaban hacía las artes, el momento llegó y sus padres le preguntaron a qué deseaba dedicar el resto de su vida. Él, sin más pena ni titubeo, contestó: “Quiero ser homosexual”, la respuesta no fue bien recibida entre su padres y las quejas se hicieron visibles. David le recordó a su madre aquella escena donde, 7 años atrás en las calles de Brixton, vieron a un par de jóvenes rimbombantes cuyas vestimentas marcaron el estilo que intentaría imitar el adolescente y que después superaría al revolucionar la escena con una propuesta artística y de género insospechada hasta el momento.
Los escarmientos y regaños no tardaron en manifestarse, pero David Jones ya había tomado una decisión: no sería publicista como su padre, ni marino comos sus tíos, sería un bohemio, un rapsoda de la locura y la elegancia, no temía a equivocarse, sino a no atreverse.
La música lo arropó desde temprana edad y halló en ella una cómplice para expresar deseos y temores. Aquellos discos cuya presencia e influencia resonaban una y mil veces en su cabeza a solas en su habitación, hicieron que David aprendiera lo mejor y lo peor de sus admirados artistas Mingus, Miller, Dixon y Presley. De modo que al estar expuesto ante su sonido y efigie, David diseccionó a la perfección la guisa de aquellos, tomando de Mingus el don de la estridencia, de Miller la importancia del acompañamiento, de Dixon las letras profundas y de Presley la vitalidad en un sentido erótico y transgresor, es decir lo mismo te aletargaba con su voz aterciopelada que te inducía a bailar con sus movimientos cadenciosos.
Talento había y de sobra, pero el gusto se cultiva, el joven David Jones estaba lejos de ser aquella figura estelar de enigmáticas capas y atractivo irresistible, éste aún vestía blazers modestos y pantalones rectos, sin embargo sus patillas crecían y sus largos y ondulados cabellos reflejaban lo que se vendría después, un compositor hambriento de descubrirse a pesar de los abismos y por encima de las críticas.
El primer sencillo apareció sin embargo, no fue ni poco atractivo, varias bandas, varios nombres y varios productores después dieron como resultado la muerte de David Robert Jones, para dar paso a David Bowie, una personalidad puntiaguda como los cuchillos Bowie de quien tomó su nombre, así como de la poesía de Swinburne como fuente eterna de inspiración, cuyas letras plagadas de profundas emociones permitieron al cantante escribir melodías embriagadoras como “Ashes to Ashes”…
Pero su aspecto era demasiado ordinario, nada por lo cual detenerse en las tiendas de discos de las airosas calles de Oxford y Saville Row de Londres, algo habría de cambiar si quería hacerse notar. Un simple corte de pelo no iba a funcionar, no era Tom Jones, un rasgo físico sobresaliente no tenía, no era Mick Jagger y su gran boca, un traje ultra slim de tres botones tampoco haría diferencia, puesto que no era un miembro de los Beatles, tenía que ser divergente, exuberante, en una palabra icónico.
En una tarde de abril después de haber salido con una chica cuya cita salió fatal, se fue a refugiar del mal tiempo a una librería de Rumbershire, una vieja tienda de curiosidades y antigüedades mientras pasaba la tormenta y como no cesaba se puso a deambular y hojear entre objetos y librillos sin pasta; entre aquellos objetos encontró dos cosas de su interés, una roída fotografía de la extinta Anita Berber junto a Sebastian Droste en la que se veían un par de cuerpos andróginos sobre un tablado y un libro amarillento sobre el ancestral arte del teatro Kabuki, en el cual aparecían hermosas figuras masculinas encarnando deidades y princesas del mismo modo que guerreros y fieros villanos, sacudido por tales imágenes y con poco dinero en los bolsillos tuvo que escoger entre uno y otro.
Años después sentado ante un gran espejo en un camerino de Manhattan polveaba su cara con pigmentos rojo escarlata para acentuar sus angulosos pómulos, sus azulados ojos estaban enmarcados con delineador dorado y su cuerpo enfundado en un leotardo azul metálico. Atrás habían quedado las épocas de duda y homogenización, hoy era Ziggy Stardust y la gente lo aclamaba, no había alguien en todo occidente que no soñara con ser parte de su movimiento mesiánico donde una guitarra, centelleos y mucha sensualidad redimían a las conciencias tal como los evangelios a las almas.
Sin importar lo que prosiguió del ídolo y el mensaje que éste quisó repartirnos, sus seguidores terminamos ignorándolo aún a sabiendas de que la salvación estaba contenida en su música, preferimos rendirle mayor culto a su imagen que a su reflexión.
Es difícil saber si David Robert Jones nos interesaría tanto sino fuera por su búsqueda visual/experimental, pero algo si es seguro, nos ha dejado un mundo mucho más ligero, libre y sincero.