#LosCabos9: Crecer y desear 'Cosas que no hacemos'
Santa Claus viaja en una bicicleta voladora atada a un paracaídas de colores. No tiene rostro, pero vemos sus manos agrietadas arrojando desde el cielo bolsas con dulces. Desde lo alto el sonido del motor es opacado por los murmullos y risas de un grupo de niños. Bajamos y corremos con ellos, persiguiendo la estela de dicho trineo.
Nos encontramos en el El Roblito, pueblo ubicado en el municipio de Tecuala, en el estado de Nayarit. Lo sabemos porque así lo revelan las playeras del uniforme que visten Estrella, Perla y Nedel.
Cosas que no hacemos es el nuevo trabajo del director mexicano Bruno Santamaría, documental que se presenta en la novena edición del Festival de Cine de Los Cabos, y que ya arrastra el éxito de festivales como Hot Docs de Canadá, y el Chicago International Film Fest, por mencionar algunos.
Durante los primeros minutos somos testigos de los paisajes aéreos de la zona, viñetas cotidianas de una pequeña comunidad que comparte la celebración de una fiesta ejidal en la que se ensaya un baile, y se confeccionan disfraces con diamantina. Detalles que nos explican el contexto en el que viven estos personajes a partir de una generalidad vista desde su cocina, plaza y escuela, para poco a poco direccionarnos hacia el protagonista de la historia.
En el fondo suena música, gritos y barullo. Después, sólo escuchamos el viento y la calma de un atardecer que nos revela quién es Arturo.
Ese es el nombre que le dieron sus padres, pero todos lo apodan “Ñoño”. Tiene 15 años y aunque es el mayor del grupo, existe algo en su condición que lo hace ver como un coetáneo de los niños que lo rodean. Carga con una suerte de infantilización y un secreto que la contiene. Así como de niños nos resistimos a dejar de creer en la existencia de Santa Claus como una forma de negación hacia la adolescencia y la madurez. Ñoño reprime el deseo de soltarse los rizos, pintarse la boca y ponerse un vestido para evitar el enfrentamiento con las figuras de autoridad. Esas mismas que, paradójicamente, desde el enfoque que nos brinda Santamaría, son vacilantes.
Los miedos abundan cuando se trata de materializar un sueño como el de Arturo. Manifestarlo no parece ser tan sencillo como se muestra en los videos que exhiben las redes sociales. En aquella isla flota una mentalidad obtusa y machista, donde la palabra “puto” se intercambia con facilidad, y la violencia se usa como un método de dominación entre una disputa de ideas.
Cosas que no hacemos habla de cómo somos definidos por el espacio y el tiempo en el que vivimos, por azar o por destino. Un destino que en el mejor de los casos permite desarrollarnos a nuestro gusto y conveniencia, pero de forma contraria, nos obliga a crecer encarando la hostilidad.
En cualquiera de las dos condiciones, se trata de madurar, incluso, sin la ayuda de un adulto. Y es justo este argumento el que universaliza el documental de Bruno Santamaría. Más allá de poner el acento en la historia de Arturo, desde el título nos obliga a preguntárnoslo a nosotros mismos, como espectadores, como seres que desean, pero también temen a arriesgarse a culminar las propias aspiraciones: ¿Qué cosas son las que no hacemos?