Por Miguel Ángel Quemain
Umberto Eco siempre estará ligado a recuerdos profundos y emotivos que tienen que ver con la amistad y el amor. El primero fue el acercamiento a su obra que significó mi más grande declaración de filiación por una ciencia que no lo es, la semiótica, el ejercicio de la creatividad a partir de una base teórica con vida propia y dotada de una originalidad que permite que muchos académicos se afilien a este mundo para dejar agras formalismos, funcionalismos al calce, historicismos, psicoanálisis aplicado y proceder bajo la lógica de la lingüisticidad del mundo.
Primer momento
Después, Umberto Eco fue el motivo para el aprendizaje del italiano, pues en casa de mi amigo y mi maestro solo se hablaba la lengua que me mostró los rasgos de un mentor generoso y atento que ponía al alcance de todos los interesados, de todos los necesitados, un mundo digital que estaba en su alborada, y que el manejaba con la belleza que un gran maestro de diseño y de moda imprime en las telas que se convierten en capas, vestidos, blusas. Eco entendió como pocos en su momento lo que significaba la nueva era para las artes, incluso lo dejó manifiesto en las consideraciones religiosas que separaban conceptualmente el mundo de Mac de la linealidad repetitiva de la PC.
Segundo momento
Umberto Eco también significó el esfuerzo de Daniel Mordzinsky por retratarlo afuera del teatro Odeón en un pequeño estudio que había improvisado para capturarlo después de su conferencia magistral que parecía la declaración de un preso condenado que custodiaban unos eficaces policías que repelían cualquier acercamiento. Incluso el lacrimoso de GB que se acercó a Eco para pedirle una foto que el escritor prometió harían “después”. Quien verdaderamente después lo haría seria este fotógrafo entrañable, argentino, que convenció con su encanto a Umberto Eco de retirarse los tirantes, aflojarse el pantalón y desabotonarse la camisa para una serie de fotografías de escritores en hoteles.
Tercer momento
Al frente de la “Revista Mexicana de Cultura” tomé una reseña que Jacques Le Goff había escrito sobre la Isla de un día antes (1994) y le pedí la traducción a Mara Hernández y fue impecable. Le pedí permiso a Le Goff para usarla y me comentó que ese fue uno de los diálogos más interesantes que sostuvo con persona alguna. Eco le representó una forma de liga con la historia única pues poseía todos los rasgos de una erudición infinita que le permitía hacer de la historia escrita una disciplina más decorosa que la de los estudiantes que se especializan en los huesos de los mártires. Alguna vez tuve la oportunidad de recordársela y se sonrió: ¡¡Jacques!! Como alguna vez que le pedí una entrevista y le dije que Consolo era amigo nuestro y solo dijo: ¡¡¡Vicenzo!!!
Cuarto momento
Estaba en la Feria del Libro de Frankfurt con AI, mi pareja entonces. Hicimos un alto para escuchar a Eco en un foro producido por la Deutche Welle. No logro recordar todo lo que decía, pero entre las ideas que me parecieron interesantes fueron la especie de predicción de que la televisión se había atomizado, un amplio conjunto de grupúsculo habían logrado que la televisión dejara de tener el interés de antaño y que incluso consiguieron que dejara de llamarse así para entrar en las denominaciones de lo multimedia. Otra idea fue que la vieja televisión ahora estaba en manos de muchos activistas de la imagen que construirían canales en las redes sociales y testimoniarían formas de ficción bajo la estratagema de la autobiografía. Le obsequié Voces cruzadas y lo vio con atención. Le di la oportunidad de no ofenderme si lo rechazaba pues me imagino, le dije, el problema que debe de ser después de una feria como esta, cerrar la maleta, cargarla y que no prensa el foco rojo del sobrepeso. Me dijo que se lo llevaría. Alejandra posó con el, junto a él, caminaron. Es una foto donde yo miro la devoción del lector y la amorosa sencillez del autor.
Momento último
Oro aquí por el eterno regreso de su obra y su bondadosa persona pues él era un gran amigo de las metamorfosis.