Cher, el Lázaro del pop
Cher. Solo Cher
¿Cuántas mujeres de la industria musical conocen que continúen vigentes después de seis décadas de carrera y con entradas agotadas en Las Vegas? ¿Cuántas artistas de más de setenta que aún utilicen trajes entallados con transparencias, botas de cuero a la rodilla y tatuajes asomándose en la pelvis? ¿Cuántas han llevado el rojo, el dorado, el azabache, el azul, el platinado y el cobrizo en el pelo con tal naturalidad y arrojo que pareciera que la reinvención personal se trata sólo de un cambio de tinte o de peluca? ¿Cuántas o cuántos pueden alardear de tener un Grammy, un Emmy, tres Globos de Oro, un premio Cannes y un Oscar? ¿Cuántos pueden presumir de haber compartido escenario con David Bowie, Tina Turner, los Jackson Five, Cindy Lauper, Peter Cetera, Elton John, Bette Midler y, por qué no, hasta con Eros Ramazzotti y Meat Loaf? ¿Quién se ha atrevido a referirse a Madonna con tal franqueza y mordacidad como "alguien increíblemente creativa, pero no increíblemente talentosa”, “grosera” y “cruel”? ¿Quién puede contar a Tom Cruise, David Geffen, Gene Simmons y Val Kilmer entre su lista de romances? ¿Quién ha conseguido hacer un recorrido musical que vaya del folk al rock, pasando por el disco, el jazz, el pop y el techno, empezando en los sesenta y sin rendirse en los dosmiles? ¿Cuántas podrían jactarse de ser las primeras en mostrar el ombligo en la televisión, desafiando tabúes y censuras? ¿Quién osaría remover, resignificar, reivindicar, recolocar, reformar o realojar el término “Diva” en otra que no fuera Cher? Quién sino ella, la dama de hierro y plumas, y lentejuelas, y bolas disco, y minifaldas, y trajes de troyana y vampiresa; la de ojos dulces y expresivos, de labios acorazonados y pómulos prominentes; quién sino Cher para servir de testimonio, ídolo o emblema para nombrar la reinvención.
— Cher
La vida después del amor
Durante su presentación en el Divas Live del 99 en Nueva York —un concierto organizado por VH1 que congregó a astros de la música de la talla de Elton John y Whitney Houston—, una Cher jadeante, nerviosa y pelinegra se dirigió al público del Beacon Theatre después de cantar su inmortal éxito de los ochenta “If I Could Turn Back Time, y dijo, con su humor característico, pero siempre sensible:
“La siguiente canción me convierte, en cierta forma, en el Lázaro de la música pop, y sólo ha venido a demostrar que no importa cuánto tiempo te tome o lo que pienses de ti misma, o que tu destino quizás parezca desfallecer un poco, siempre existe una cosita chiquitita pequeñita ahí dentro que te dice ‘no recojas tus juguetes todavía para irte a casa’, ¿saben? Así que… yo CREO en esta canción”.
Así, entre gritos y chiflidos, se escucharon los primeros acordes europop de su inolvidable, grandilocuente y sempiterno éxito de ese año, “Believe”, que no sólo la devolvió a las listas de popularidad después de casi una década y consolidó su estatus de Diva permanente sino que la introdujo, a sus 52 años, a una entera y nueva generación de niños y adolescentes que ni siquiera sabían de su existencia, detonando la era Renacentista de su legado.
Resulta increíble pensar que una mujer formidable de la estatura de Cher con una trayectoria de su calibre, pudiera referirse a sí misma con epítetos de muertos que vuelven a la vida o como alguien a punto de rendirse en una industria que se ha encargado de forjarle su estatus magnánimo de estrella. Sin embargo, aunque sea difícil de creer, los fracasos y el olvido han sido hechos recurrentes y penosos en su carrera de casi sesenta años, a pesar de ser la única artista —mujer u hombre— que tiene un hit número uno en las listas de Billboard por cada una de las seis décadas pasadas.
Cleopatra
Hija de un armenio-norteamericano (padre ausente y adicto) y de una mitad actriz, mitad modelo de ascendencia cheroqui, Cher —como apócope de Cherilyn— creció en El Centro, California al lado de su madre y su hermana. Pobre, solitaria e insegura, pero inspirada por la fama y la elegancia de Audrey Hepburn, desde pequeña se cuestionó la ausencia de actrices de cabello oscuro como el suyo en el cine. Quería ser famosa, pero se sentía poco atractiva y desprovista de talentos. Su fuerte nunca fue creer en ella misma y pareciera aún no serlo: “No soy una gran fan de Cher”, dijo en 2016.
Arrobada por el deseo de convertirse en super estrella y agobiada por su entorno anodino y sin aventuras, dejó la escuela a los 16, huyó a los Ángeles y se filtró en cuanta audición y escenario pudo. A pesar de sus colosales inseguridades y su convencimiento de que no tenía virtuosismo alguno que ofrecer, no dejaba pasar charla, encuentro o contacto que oliera a oportunidad. Finalmente, conocería al productor y cantante Sonny Bono —once años mayor que ella—, quien desvió ligeramente sus ensueños de actriz frente a la cámara para acomodarla tras el micrófono, en los reflectores de la música.
Nerviosa, cabizbaja y primeriza, se negó a convertirse en un acto solista y le pidió a Bono que la acompañara en escena para no tener que mirar al público mientras cantaba. Enamorados, consonantes y optimistas como buenos hippies sesenteros, se arroparon en el folk y los chalecos de pelambre y se presentaron frente al mundo como Sonny & Cher.
Cinco sencillos exitosos, una fama resonante en Inglaterra y millones de copias vendidas después, en un par de años se convirtieron en la pareja del momento, atrayendo miradas y escuchas por su alegre sonido y sus vibras bohemias. Cher personalmente, comenzó a cimentar desde entonces su iconicidad en la moda gracias a su distintivo pelo negro y lacio y sus ojos luminosos delineados de Cleopatra.
Pero pronto, la “buena onda” de Sonny & Cher terminaría desplazada por el rock oscuro de Led Zepellin, el blues de Eric Clapton y las nuevas olas de revolución sexual y la cultura de las drogas de finales de los sesenta, en las cuales no convergían ni sus ideales ni su personalidad. Anticuados para la modernidad revoltosa y protestante de la época, la fama internacional del dúo responsable de uno de los himnos más cursis de la música, “I Got You Babe” (#1 en 1965), comenzó a extinguirse hasta conducirlos a rutinas deprimentes en bares de media noche con públicos difíciles de complacer.
Dark Lady
Pero como diría Cher en su éxito del 2010, “You Haven’t Seen The Last of Me”, el mundo aún no había visto lo último de la chica delgada, huesuda, de nariz aguileña. De esas rencillas en los clubs nocturnos —la gente los abucheaba y Cher les respondía con ganchos humorísticos— floreció una nueva oportunidad para el dúo de carismáticos, ahora en la televisión. Los ejecutivos de diversas cadenas reconocieron la química y vena cómica del matrimonio, y convirtieron sus desaires y conflictos maritales en el eje central de su programa de variedad The Sonny & Cher Comedy Hour.
La opulencia y excentricidad de sus atuendos en el programa ayudaron a posicionar a Cher como un referente emblemático y obligado de la moda de los setenta, aunado a su provocativo estilo y múltiples cambios de vestuario. El especial semanal televisivo que duraría tres años, transformó a la Cher de "la dupla de Sonny" a la Estrella cómica de brillo propio.
En 1971 lanzaría finalmente su primer gran éxito como solista “Gypsys, Tramps & Thieves”, donde abandonó la adolescencia de su voz para dar paso a los albores de su distintivo contralto. Dos sencillos más en número uno, “Half-Breed” y “Dark Lady”, y un Globo de Oro a Mejor Actriz en 1974 por su sketches en The Sonny & Cher Comedy Hour afianzaron su popularidad, mientras su relación con Bono padecía y terminó inevitablemente en divorcio.
A pesar de su renovado éxito como cantante, los inviernos no tardaron en volver para Cher. Sus álbumes siguientes Stars (1975), I'd Rather Believe in You (1976) y Cherished (1977) probaron ser poco exitosos comercialmente y fueron recibidos con indiferencia por la crítica. Su revista televisiva en solitario, Cher (transmitida de 1975 a 1977), si bien fue elogiada al principio y tuvo invitados musicales de renombre que le permitieron expandir su lista de duetos memorables, fue cancelada luego de dos temporadas.
Madre soltera de Chastity (de Bono) y Elijah (de su matrimonio fallido con Gregg Allman), Cher se vio obligada a reconsiderar una nueva dirección para su carrera. Arrastrada por la naciente locura disco de finales de los setenta, abandonó sus intentos jazzeros y rockeros fallidos y optó por un estilo más bailable en su tema “Take Me Home” con toda la esencia de Donna Summer y los Bee Gees. El sencillo fue bien recibido y en su portada comenzaría a mostrar su estilo risqué que popularizaría años más tarde al aparecer semidesnuda con un disfraz sugerente de vikingo.
Su siguiente disco, Prisoner —en cuya portada también aparecería de manera provocativa como si se tratase de una esclava sexual—, la devolvió al fracaso y fue criticado por su falta de cohesión musical. Algo similar ocurriría con su siguiente entrega I, Paralyze del 82.
Guarda todas tus lágrimas
El inicio de los ochenta quizás no le hizo justicia a Cher en la música, pero le permitió finalmente acceder a su deseo vehemente de la infancia: la actuación. En 1983 compartiría escena con la próxima a convertirse en leyenda del cine, Meryl Streep, en la película Silkwood, por la cual ganaría su primer Golden Globe a Mejor Actriz de Reparto. Gracias a esto, tanto el público como los medios comenzarían a tomar en serio su potencial histriónico. En el 85, su actuación en Mask fue recibida con ovaciones y se le reconoció su habilidad para desempeñar cabalmente un rol protagónico en pantalla, lo que la condujo a ganar el Cannes a Mejor Actriz.
Para entonces, Cher se había ganado tabloides también por los cambios en su apariencia. Sus dientes aperlados y perfectos, su nariz afilada y su quijada prominente despertaron sospechas de cirugías plásticas e intervenciones quirúrgicas en su cuerpo. Sus atuendos, ahora reveladores, y su actitud provocativa y desafiante representaron un abandono de la imagen étnica y simplista de sus primeros años.
También proliferaron los escándalos por sus múltiples tatuajes —entre ellos, los grabados florales en sus nalgas— y sus romances fugaces con actores jóvenes a quienes casi doblaba en edad. Para una artista de la época como Cher, esta personalidad rebelde, voluntariosa y sin apologías de aquel entonces la distinguen hoy como una de las primeras artistas en utilizar su imagen pública, su representación mediática y la moda como expresiones legítimas de disidencia, emancipación y protesta.
A finales de la década, Cher se había convertido en una de las actrices más cotizadas y mejor pagadas de la industria, con filmes como Suspect y The Witches of Eastwick, donde ocupó roles protagónicos al lado de estrellas como Jack Nicholson, Dennis Quaid, Susan Saradon y Michelle Pfeiffer.
En el 87 ganaría el premio de la Academia a Mejor Actriz y el Globo de Oro en la misma categoría, por su papel de viuda italiana vociferante en Moonstruck, triunfando sobre actrices de la talla de Glenn Close (nominada ese año nada más y nada menos que por su rol en Fatal Attraction), Holly Hunter y su entonces ya cercana amiga Meryl Streep.
En su discurso de aceptación al Oscar dijo:
“Cuando era pequeña, mi mamá me decía ‘quiero que seas alguien’ y supongo que esto representa veintitrés o veinticuatro años de mi trabajo (…) No pienso que esto signifique que soy alguien, pero… creo que estoy en camino de serlo”.
Su carrera musical reviviría también después de su gloria cinematográfica. Ahora bajo la firma de Geffen Records, finalmente logró establecer el sonido rockero que tanto había pretendido, guiada por mentes creativas de la era como Michael Bolton y Jon Bon Jovi.
Su disco homónimo, Cher, le daría, a la par de su Oscar, su primer éxito musical en más de ocho años: “I Found Someone”. Le seguiría uno de los mejores álbumes de su carrera, Heart Of Stone, de donde se desprendió “If I Could Turn Back Time”, cuyo video causó revuelo, escándalo y controversia al mostrar a una Cher más rebosante, alegre y enérgica que nunca, usando nada más que unas tiras de cuero que apenas le cubrían la pelvis y los senos, bailando en un barco rodeada de marinos. La gira promocional del disco también la encumbraría como auténtica dominatrix del espectáculo escénico.
Después de una secuencia de éxitos que parecía imparable, los 90 iniciaron para Cher con problemas de salud y un nuevo declive en sus ventas. Pronto, la Cher glamurosa, estrella de cine, dio paso a la Cher reina de los infomerciales. Su aparición en segmentos televisivos donde anunciaba rutinas de ejercicio, productos de belleza y suplementos dietéticos le valieron múltiples críticas, parodias y ridiculizaciones en los medios y la prensa. La crítica, severa e incompasiva, daría por acabada su carrera una vez más. Al respecto dijo:
“Nunca me pasó por la mente que la gente se enfocaría tanto en eso y me despojaría del resto de todos mis logros”.
Después de la mofa y el escarnio, Cher experimentaría en el 98 uno de los eventos más dolorosos y trágicos de su vida: la muerte de su ex-esposo Sonny Bono. Durante su discurso funerario, lo describió como “el personaje más inolvidable que jamás haya conocido”, entre lágrimas profusas y voz entrecortada. La muerte de quien no sería solo su mecenas y mentor, sino también, el amor de su vida y acompañante incondicional de proezas y fracasos, dejaría un vacío excepcional en la vida de Cher; una ausencia que ella describiría después en múltiples entrevistas y líneas como “la partida que más me ha costado aceptar. Nunca estuve ni he estado más unida con alguien que con él”.
Venga el infierno o los diluvios
En este punto de su vida y trayectoria, los reveses y altibajos casi parecen violentos contrapunteos existenciales, un devenir sinuoso y turbulento que pareciera definirse por rachas de buena fortuna y golpes de adversidad. A ratos, podía disfrutar de las palmas y el encomio de la industria. Luego, de súbito, ser ridiculizada por sus atuendos, juzgada por su estilo musical, sus facciones, sus romances o por la fragilidad de su éxito. Un día, en la cima. Al otro, en el abismo.
Pese a ello, Cher parecía nunca rendirse ni tampoco diluir su carisma innato. Para entonces, había sobrevivido a las sacudidas y ciclones de casi cinco décadas de venturas y desgracias en la música, el cine, los escenarios y la vida personal. Había demostrado admirable templanza e indudable versatilidad y adaptación a las corrientes históricas de cada época, sin abandonar nunca sus principios ni franqueza.
Por eso, de cara al milenio y en un año que vio nacer el Ray Of Light de Madonna y el surgimiento de una nueva súper estrella llamada Britney Spears, Cher, con más de 50 años acuestas, se abrió paso de manera insólita y consiguió, no solamente regresar a buenos puertos, sino anotar el éxito internacional más grande de su carrera: “Believe”.
Mucho puede decirse del sencillo más vendido del 98 en Reino Unido y del 99 en EUA. Por ejemplo, que fue número uno en más de 23 países y certificado Oro o Platino en más de 39. Que hoy es considerado por muchos como un gusto culposo o una de las peores canciones de la historia por sus detractores, pero que la escena musical de los 90 no puede estar completa sin Believe.
Renunciando al sonido rockero que tanto había deseado y que mucho le costó cimentar, y dejando de lado las baladas de sus discos previos, su nuevo sencillo y álbum homónimo representaron una incursión osada de su parte en los sonidos electrónicos de la época. A pesar de eso, la frialdad y artificialidad de los sintetizadores no jugó en contra de su aproximación. Gracias a la potencia vocal de Cher y su capacidad de inyectar textura y profundidad a los ritmos y lírica, Believe fue de los primeros lanzamientos comerciales reconocidos por implementar el efecto vocal del Auto-Tune (utilizado después a diestra y siniestra en los dosmiles) y consiguió añadir una sensación robótica, onírica y futurista a la voz de Cher, quien de pronto despuntó como reina de los clubes nocturnos y los bailes bajo esferas de cristal.
Con Believe, Cher se convirtió también en el artista de mayor edad en alcanzar las listas de Billboard en la historia, concediéndole así su cuarto número uno y, sorprendentemente, el primer Grammy de su carrera como “Mejor Álbum Dance” en el 2000.
Con tres discos más, tres películas, tres giras mundiales, una campaña de moda para Marc Jacobs y una presentación en vivo a sus 71 años en los premios Billboard del 2017 para recibir el Icon Award de manos de Gwen Stefani, la única e irremplazable Diva del Pop recibió gozosa una nueva década de su reinado.
A sus 73 años, ¿aún hay alguien que se pregunte quién es Cher?
Cher es esa Diva que lleva dos residencias larguísimas de espectáculos en Las Vegas con más de treinta cambios de vestuario, la Diva que continúa en giras mundiales a sus 73. Cher es esa Diva que le detuvo el bolso de carne a Lady Gaga en los VMA del 2010 para entregarle el premio a Mejor Video del Año como si le pasara la antorcha. Cher es esa Diva que tuitea todos los días en contra de la ineptitud, racismo y misoginia de Trump; la que se va a marchar a las protestas de las mujeres en contra del acoso y la violencia, la que sacó un disco de covers de ABBA y convirtió a “S.O.S.” en un himno de sororidad. La que fue galardonada junto a Philip Glass con la presea Kennedy Center Honors por su legado artístico en la cultura norteamericana. Cher es aquella que, con un sólo nombre y menos letras que Madonna, logró desafiar mucho antes las convenciones de su época y sin recurrir a cruces incendiadas o libros sexuales de buró.
La que provocó a Britney Spears, JLo y Jessica Simpson con su “¡sigan esto perras!” durante el monólogo de su concierto. Cher es la Diva que maneja su motocicleta con chamarra de cuero por Malibú, amante de la decoración marroquí y que reúne desde niños de cinco años hasta ancianos de noventa en sus conciertos; a gays y drags y lesbianas y transexuales, como su hijo Chaz Bono. La que se disfrazó de Elvis Presley para cantar "Heartbreak hotel", la que admite abierta y francamente que "envejecer apesta", la que entretuvo a los esnobs y fashionistas en la Met Gala pasada con todo el estilo camp.
O la que dijo en su única visita a México en el 2004, frente a una audiencia que gritaba su nombre: “nunca creí que aquí supieran quién soy”.
Ay, Cher. Cómo no vamos a saber.