En 2015 se celebra la cuadragésima tercera edición del Festival Internacional Cervantino en Guanajuato, que este año gira en torno a las artes y las ciencias; muchas cosas han pasado a lo largo de más de cuatro décadas, aunque tal vez para descubrir la esencia de su naturaleza debamos remontarnos a sus inicios: ¿por qué Cervantino? Dice la leyenda que el origen del Festival fue la representación de los Entremeses de Miguel de Cervantes; esto nos conduce de manera inevitable a reflexionar sobre el impacto cultural que el nombre de esta figura ha tenido sobre los creadores hispanoamericanos ―independientemente de la actividad que realicen―, y por consiguiente, a festejar con aplausos y ovaciones los cuatrocientos años desde que su personaje favorito, don Quijote, salió a su última aventura, en 1615.
Para situarnos en contexto: cuando vio la luz la primera edición impresa de este clásico de la literatura universal, Méjico (como lo escribía Cervantes) tenía cerca de un siglo de ser colonia española, y en el Quijote se hace alusión a nuestra habilidad como jinetes; algo curioso, ya que, aunque no existían caballos en América antes de la llegada de Cortés, supimos desarrollar ―de manera muy personal y exitosa― una cultura ecuestre que derivó en la charrería; el mestizaje había dado origen a una nueva concepción de lo mexicano. Por supuesto, hoy el término "Cervantino" expresa una relación funcional entre nuestro país y la madre patria, pero si preguntamos en la calle quién es don Quijote… ¿qué nos responderían? Si tenemos suerte: "Es un viejo que se creyó caballero andante, salió con Sancho Panza a enfrentar molinos de viento, y estaba enamorado de Dulcinea del Toboso". ¿Y si preguntamos quién fue Miguel de Cervantes? "Ah, pues muy fácil, es el que escribió el Quijote". El escritor y su protagonista están inscritos en la memoria colectiva, aunque muy pocos hayan de verdad leído el libro.
Para responder a la primera pregunta desde este lado de la palestra: don Quijote fue un personaje ficticio, que nació como un instrumento para satirizar los libros de caballería, y creció en importancia con cada capítulo nuevo que se escribía, tanto para el lector, como ―de manera notoria― para su mismo autor, quien pasó de torturarlo de manera cruel y burlarse de su locura, a convertirlo en su alter ego (rol que en un inicio representó el Cura, el amigo de don Quijote sensato y conocedor de libros). Conforme las páginas pasan, Cervantes parece irse encariñando con el llamado Caballero de la Triste Figura: ya no lo trata tan mal, lo hace ganar algunas batallas y siembra en la gente que está a su alrededor el pensamiento de que "es un loco discreto". Hacia el final del Tomo I, don Quijote hace un brillante razonamiento sobre las armas, y a lo largo del Tomo II realiza profundas disertaciones sobre la literatura, el amor, la religión y la caballería, en los que claramente se filtran el pensamiento y las palabras del autor.
El libro es a la vez un fiel retrato de la época y sus pasajes enaltecen las artes: letras, teatro, música, danza, arquitectura… el capítulo de las bodas de Camacho es un gran ejemplo; por supuesto, podríamos decir que dichos pasajes tienen el mismo espíritu "Cervantino" del Festival. También resulta asombroso comprobar hasta dónde nos resultan familiares sus contenidos: la vida y forma de expresarse de los campesinos, las prioridades de los adinerados, las creencias religiosas y los valores artísticos. Aún así, ¿por qué valdría la pena leerlo hoy en día? En pleno siglo XXI somos más adeptos a asistir a las salas cinematográficas a ver adaptaciones de libros de Tolkien, Suzanne Collins o Stieg Larsson, y lo más que llegamos a leer son las sagas de los Vengadores y los Hombres X; no obstante, podemos encontrar en el Quijote alguna o varias cualidades atractivas, independientemente de nuestros intereses, ya que ha sido fuente de inspiración inagotable para quienes gustan de contar historias: aquí se pueden disfrutar el humor negro de los hermanos Coen; la sátira de Monty Python; el falso documental de Woody Allen o Rob Reiner; la road movie de Wim Wenders o El Señor de los Anillos; el azar de Krzysztof Kieślowski o Pedro Almodóvar; el personaje loco enfrentado a un mundo terrible, característico de Terry Gilliam; los conflictos existenciales de Bergman; la originalidad de Spike Jonze o Michel Gondry; el relato costumbrista de las películas de Pedro Infante; el delirio de Jeunet y Caro; constituye un gran documento de crítica literaria a los libros de aquella época, a la vez que sirve de nexo entre las historias medievales de caballería y los súper héroes de la actualidad; y propone un análisis sobre la diferencia entre el consumo de la cultura pop y la creación artística significativa. No está mal, para una obra publicada cuatro siglos atrás.
Por supuesto: nadie está obligado a leerlo, y no será un fracasado por dejar de hacerlo: el mundo sigue girando y no sería ecuánime ponerse en tono moralista; basta considerar que la intención del Festival Cervantino es precisamente mostrarnos que existen varias maneras de expresarnos y de percibir al mundo. Simplemente digamos que es un tesoro escondido para quienes tienen la suerte de encontrarlo, y que continúa siendo motor de la creación artística, de aquellos que se arriesgan a ponerse el yelmo y salir montados sobre los Rocinantes de sus ilusiones.