Cuando corrían las hojas una tras otra, apoyadas por el viento que golpeaba fuertemente la arena y el mar, pudimos gozar de la vida. Luego de tantos días de camino, no habíamos probado la dulzura del mar en Brasil. La rutina en nuestro amado Distrito Federal opaca la verdadera razón por la que venimos al mundo, que es a ser felices.
Hace varios meses en una sobremesa con mi hermano y distinta pláticas, recordé que ese es el objetivo de todos al final del día. Seas un obrero o sea presidente de la república, vienes a ser feliz. Lo reafirmé luego de ver un hermoso discurso, que no está de más recomendarlo (youtube.com/watch?v=wbegQ3ppz
Estaba sentado con un libro y una copa de cerveza, animado con alguna que otra canción que salía del reproductor que venía conmigo. Veía gente humilde pasar que vendía de todo un poco. Sentados la Brazuquita y yo, con el torso descubierto para recuperar el color perdido en aquella oficina de la Ciudad de México, veíamos como pasaba el tiempo y las páginas de nuestro libro se consumían rápidamente. Era cosa de esperar dos horas para tomar un taxi que nos lleve al vuelo que debemos tomar.
Mientras tanto, seguimos disfrutando de aquél sol y esa calma inigualable. Esa calma que no se compra y que solo te la da un lugar así.
Ahora llegamos a Rio de Janeiro para cerrar con broche de oro y poder disfrutar cada uno de los espacios y días que nos quedan por vivir. Entre futbol que significa fiesta y fiesta que significa futbol, estaremos caminando entre sus playas y turistas para seguir trazando historias. Para seguir abriendo el panorama y poder gozar de la final del Mundial. Haremos hasta lo imposible por conseguir entradas para los dos juegos restantes en el Maracaná. El juego de este viernes entre Francia y Alemania así como la gran final. Veremos si el bolsillo lo permite.