Hoy solo había una cosa que hacer con ella, llevarla al Estadio Arena Pernambuco a ver a México calificar. La tomé de la mano y le dije a las 12 del día: Brazuquita, hoy ganamos. Tomamos el metrobus que fue el mejor transporte que conseguimos para llegar, ya que si no es eso o el metro, resulta imposible llegar al estadio en auto o taxi, por la cuestión del tráfico. Banderas, trompetas, playeras del Tri y mexicanos. No había más cosas en el metrobus. Ella estaba tan sorprendida como yo. La Arena Pernambuco esta en medio de la nada. Casi 40 minutos para poder llegar. Pero al fin pisamos la tierra prometida. Mares de mexicanos. Parecía la lagunilla aquello. Una vez mas los disfraces salieron a la luz. Todos los que hemos venido viendo. Todos los que hemos vivido el sueño de estar ahí. Se llenó aquello y le tomé su foto con el estadio repleto. Un país volcado durante esas dos horas sobre esos 11. Toda la ilusión estuvo ahí. El gol de Márquez nos cayó como una cubetada de agua fría a los que estuvimos ahí. No lo podíamos creer. Fue un día que se escribió una historia muy especial. Sin perdernos en la euforia, fue un momento especial. Un momento único que ni ella ni yo, ni los miles de mexicanos vamos a olvidar. La Brazuquita me acompaño hasta a descansar. Llegamos al cuarto y nos acostamos diferente. Nos acostamos con la idea de pensar que tenemos un equipo competitivo. Un equipo especial. Con grandes sueños y oportunidades. La Brazuquita me acompaño a cumplir ese sueño del Mundial. Ese sueño imposible.