Big in Japan: Tricot en México
La música, por más tiempo que la humanidad lleve creando y consumiendo esta, sigue siendo un terreno enormemente desconocido. “¿Cómo le explicarías a un extraterrestre qué es la música?” es, indudablemente, la pregunta más compleja que se ha planteado el hombre. Todavía queda tanto por descubrir, por tocar, por escuchar... y hay bandas —como Tricot— que nos traen aunque sea una pizca de las posibilidades que alberga la música. Este sábado 29 de junio, gracias a INTRSTLRS, pudimos ver a las niponas tocando en nuestro país por primera vez en el Pinche Gringo.
La noche fue inaugurada por Punto de Fuga, una bandita mexa de Guadalajara que carga un post-rock muy poético y ambiental. Después apareció Malviaje, agrupación argentina que, con su math rock emo, fue coreada por algunas personas. Pero en ambas presentaciones la gente se contuvo un poco, pues sabían lo que se avecinaba.
Acabando Malviaje, el Pinche Gringo ya estaba a reventar con una mezcolanza extraña de personas: tennis Vans, aretes de Sailor Moon y hasta algunas calvas por ahí se hicieron presentes. Pero la música puede romper todo tipo de barreras y, justamente, este concierto lo demostró en varios niveles; ya sea por los tipos de personas que asistieron o por el hecho de que una banda japonesa contó con el apoyo de fans mexicanos. Desde antes se podía sentir la emoción pero, una vez que las niponas tocaron el primer acorde, no hubo vuelta atrás. Tricot no se anduvo con rodeos y, desde el principio, su música estuvo cargada con una vibra genuina y una fuerza enorme. Y, si en las primeras canciones el público se vio algo reservado, fue porque se estaban estirando. El slam que se armó fue tan intenso como bonito y, quien no estaba en éste, por lo menos se encontraba bailando.
Tricot tocó con la pasión de una banda de punk, pero con la dulzura de una de pop. No hay que dejarse engañar por su semblante: por más kawaii que sea su apariencia, tienen la capacidad de destrozar a quien sea en segundos. Tamborazos y guitarrazos entre unas melodías vocales súper dulces... describir en palabras el concierto de Tricot es difícil porque, justamente, siento que el math rock busca alejarse del lenguaje hablado lo más posible. Y, aunque en sus canciones hay vocales, los instrumentos también hablan un idioma. Existen bandas en donde los instrumentos parecen funcionar sólo como un fondo para la voz. Sin embargo, Tricot nos demuestra que, cualquier instrumento — ya sea guitarra, batería o bajo— tiene la capacidad de hablar un lenguaje que, a pesar de ser poco convencional, podemos entender y sentir.
Si tuviera que comparar a Tricot con un dulce —porque, evidentemente, todas las bandas tienen que ser comparadas con un dulce en algún punto—, sería una Rocaleta. Tal cual, su música está repleta de capas, una extensa exploración de ritmos y sonidos. Primero, las de chile: ruidosas, rápidas y estrepitosas. Pero debajo, se ocultan las capas dulces, pues Tricot sabe hacer coexistir perfectamente su lado Avant garde y más crudo con su lado pop. Tocaron —más o menos— alrededor de una hora y sólo tomaron respiros para saludar, dar las gracias o prender a la bandita.
Ikiatari fueron los encargados de cerrar el evento. Aunque se quedó poquita gente a verlos, tocaron con una pasión desbordada, demostrándonos lo que debería de ser la música: sin poses ni imágenes, sólo emociones, sentimientos y amor.