Beetlejuice: la cinta perfecta para Día de Muertos y Halloween por igual
Estrenada en 1988, vibrante hasta el punto de ser llamativa, cálida y generosa, con un agudo sentido de sátira, esta comedia sobrenatural es una de las mejores de Tim Burton. Beetlejuice es un extraño proyecto que al mismo tiempo es sorprendentemente casi perfecto. Con una versión refrescante e innovadora sobre la vida después de la muerte, los fantasmas y obstáculos que estos espíritus tienen que afrontar en “el otro lado”, bajo el distintivo toque de Burton, Beetlejuice es, por encima de todo, una película increíblemente divertida. Muerte, suicidio, risas, música, bailes espontáneos y Micheal Keaton, la segunda película del director norteamericano, originario de California, tiene de todo.
Este clásico del cine es un verdadero desastre, pero un desastre en el mejor sentido posible. Es tal la locura de este filme que obliga a sus espectadores a preguntarse: ¿qué es “Beetlejuice”? ¿Es una historia que nos advierte sobre los demonios que nos esperan en la otra vida? ¿Es una comedia que a través de los personajes de Catherine O'Hara y Dick Cavett nos muestra la gran farsa que es la vida misma? ¿O es una reflexión sombría sobre la tentación del suicidio, ilustrada por Winona Ryder como una adolescente que simplemente se siente fuera de lugar en este mundo hipócrita?
Beetlejuice, extraño homenaje a la muerte.
Burton toma el tema tan obscuro de la muerte y lo pone patas arriba. Sin profundizar demasiado en la tragedia que es morir, la película traduce la impotencia y la incertidumbre que sentimos hacia lo desconocido, lo que viene después de fallecer, e interpreta de la manera más paródica lo que —esperamos que sea— la vida en “el más allá”. Transformando el inframundo en una sala de espera, el director y creador equilibra su extravagante estilo visual con la sensación de una película de horror. En lugar del idealizado cielo o infierno, la cinta utiliza un enfoque más satírico de lo que significa dejar este mundo y cómo afrontar la inevitable muerte. Además, ver las cosas desde la perspectiva de los difuntos puede llegar a ser increíblemente entretenido.
Es el Pequeño manual para los recientemente fallecidos, la sala de espera, los gusanos de arena gigantes, todos esos elementos folclóricos y ácidos lo que hacen de esta película una intrigante odisea. Es el mundo tan macabro y caricaturesco con el que Burton juega, especialmente la forma tan única en la que representa a los fantasmas. Por un lado, tenemos a todos los fantasmas "normales", como los personajes de Alec Baldwin y Geena Davis, que son simplemente personas cotidianas que desafortunadamente fallecen y trascienden a la otra vida. Pero por otro lado, esta el propio Beetlejuice, interpretado por Michael Keaton, el demonio delirante que quiere ser desatado al mundo para disfrutar de una búsqueda gratificante de placer. No es del todo malicioso, pero definitivamente carece de empatía. El personaje de Keaton es el alma de la fiesta, dispuesto a arrojar todo el sentido común por la borda en busca de pasar un buen rato.
Beetlejuice consiguió el éxito y el prestigió que tiene gracias a que Burton logró encontrar un vehículo perfecto para todas sus peculiaridades y preocupaciones artísticas en esta extraña fantasía sobre un grupo de personas —todos perdedores, extraños, dañados o marginados en su camino— que descubren que abrazar la rareza podría ser la clave de la verdadera felicidad. Y lo hizo escondiendo un encantador cuento de hadas dentro de una moderna historia de fantasmas (una en la que los fantasmas usan sábanas de diseñador y obligan a los vivos a bailar al son de “Day-O” de Harry Belafonte), transformando un guión de terror y deformándolo en una comedia ingeniosa y poco común.
En retrospectiva, Beetlejuice es claramente el clásico más clásico del conocido director, pero de una manera que se siente espontánea y poco pretensiosa, como si Tim hubiera lanzando todos los elementos que amaba para ver si juntos formaban algo increíblemente extraño. Y lo logró. Ninguna otra película de Tim Burton o de cualquier otro director tiene el mismo sentido de experimentación y energía caótica y desenfrenada que esta carta de amor cinematográfica a la exuberancia, a lo extraño e inusual.