Apuntes de Montreal #1: Cuando el futuro nos alcance

Apuntes de Montreal #1: Cuando el futuro nos alcance

Foto vía: MUTEK

Foto vía: MUTEK

A principios de julio, más de 30 muertes se reportaron en el sureste de Quebéc por la racha de calor veraniego “Docenas han muerto, han llegado hasta 40 grados”, me confirmó Lisa Kowalchuk, antropóloga canadiense y amiga mía, a quien conocí hace casi seis años cuando colaboramos juntos en un libro que escribió acerca de las condiciones laborales de las enfermeras en El Salvador.

Cuando me compartió las alarmantes cifras meteorológicas de Montreal (ella por suerte vive en Toronto), de inmediato reconsideré mi equipaje completo. Adiós chaquetas y prendas de punto. Hola bermudas y mangas cortas. Recordé mi visita de hace casi nueve años a la capital quebequesa. Aquella vez, los grados ascendían a 32 y la humedad, probablemente a causa de los ríos que envuelven la isla, parecía digna de cualquier playa del Caribe.

¿Por qué viajar a Montreal entonces en esta época del año? Porque justo en el corazón del verano —uno que ha traído monzones a la Ciudad de México y hasta granizos del tamaño de una moneda de 10 pesos—, la “capital cultural de Canadá” recibe, apenas a unas cuadras del Barrio Chino, a uno de los festivales más vanguardistas y prestigiados de la colmena electrónica: MUTEK.

En palabras de su creador, Alain Moungeau, se trata de una celebración y homenaje al movimiento de los raves nocturnos que lo acompañaron en los años 90, un espacio para el desarrollo libre y creativo de la simbiosis entre música y tecnología. Así, su decimonovena edición nos esperaba: Davo Peñaloza y Betoques, como verdaderos cracks y aficionados del MUTEK, yo como diseñador, apasionado de tierras canadienses y las experiencias sensoriales.

Foto: Aleks Phoenix

Foto: Aleks Phoenix

Finalmente, Ibero 90.9 llegó a la tierra del maple con sus tres embajadores. Resultó que el clima que nos aguardaba no tenía nada que ver con la incandescencia de julio. Por el contrario, una fresca brisa y una humedad casi imperceptible, nos recibió en tierras montrealesas. ¡Bendito cambio climático!

Richard, nuestro conductor de UBER, resultó ser un amable y locuaz canadiense que oscilaba casi sin notarlo entre ocurrencias y chistes malos inofensivos, hasta comentarios racistas inconscientes. Cuando supo que éramos mexicanos, no dudó en sugerirnos un lugar para echarnos un taco y una bebida por un dólar: 3 amigos. Muy ad hoc. Por supuesto que si uno lo ‘googlea’, cualquier mexicano se sentirá ofendido. No necesariamente por el retrato caricaturesco y trillado de sombrero y maracas, sino porque los tacos que venden son de esos de tortilla dura à la Taco Bell y que te los sirve un mesero que sólo sabe decir “fajitas” en español. Nada que ver con nuestros verdaderos tacos. No es necesario decir que no aceptamos su sugerencia gastronómica.

Nos tomó cerca de media hora llegar al corazón de Montreal. En el camino, me asombré por los llamados carpool lanes, carriles reservados para automóviles que viajan con más de tres personas y que puedes tomar para evitar el tráfico de la carretera. Algo así como agarrarse el carril del Metrobús para burlar los atascos de Insurgentes, pero esto está permitido siempre y cuando viaje más de uno. Davo, Betoques y yo notamos que nadie vigila de manera permanente estos senderos alternativos, ni tienen alguna clase de obstáculo, ni tampoco necesitas de alguna tarjeta o boleto especial para abordarlos. Literalmente, sólo te cambias de carril y fácil, ya burlaste hasta un kilómetro de tráfico. “Respetamos las reglas”, dijo Richard frente a nuestra sorpresa, “sabemos que si la policía ve que tomas el carril y vas solo, puedes llevarte una multa de hasta 300 dólares”.

En el camino al hotel, notamos muchas obras en construcción. “Aquí no tenemos cárteles de droga como en México, pero las empresas de construcción son nuestros cárteles. Ahí es donde está el dinero y la mafia, ahí están todos nuestros impuestos”, mencionó Richard. Su referencia al crimen organizado no fue gratuita. Antes, había hecho referencia de los asesinatos de turistas en México a manos de narcos. “La versión que escuchamos aquí en Canadá es que los cárteles mexicanos asesinan turistas extranjeros como protesta”. Ninguno de nosotros parecimos de acuerdo con esa versión.

Al hablar de construcciones y ver obras a medio terminar por doquier, recordé un chiste que me contó otra amiga de Toronto, Irma Molina, también antropóloga, cuando platicamos de las innumerables construcciones que puedes encontrarte por Ontario: “En Toronto decimos que sólo existen dos estaciones del año: la temporada de invierno y la temporada de construcción”. Las drásticas y cruentas nevadas canadienses, famosas por durar incluso hasta febrero y que llegan al grado de cristalizar las ramas de los árboles por el hielo, impiden que casi por la mitad del año, las obras de construcción puedan realizarse. Solo quedan los meses calurosos para hacerlo.

Antes de llegar a Travelodge, nuestro hotel, Richard se aventó varios chascarrillos más. Habló del repudio de los taxistas a UBER —al parecer, no sólo es en México— y llamó a los conductores llorones. “Ellos deberían actualizarse o encontrar otro trabajo”, dijo, “el futuro es este, la tecnología avanza y debes evolucionar con ella”. Davo atinó a revirarle su arrogancia: “Quizás en el futuro, no haya conductores de UBER tampoco, sino automóviles robotizados”.

En medio del camino, nos pidió permiso para detenerse a orinar. Por supuesto que no nos importó. Antes de bajar corriendo del automóvil nos dijo bromeando “amigos mexicanos, los dejaré aquí un momento, ¡no se vayan a robar mi auto!” y luego, como si la palabra “mexicanos” hubiera resonado en su subconsciente, se detuvo en seco antes de cerrar la puerta de la camioneta y dijo con seriedad “mejor me llevo las llaves, por si acaso”. ¡Qué desconfianza, oye! Ahora sí que “ni en mi pueblo”.

Ya en el downtown, nos instalamos en nuestra habitación y fuimos a comer a un lugar con un menú variado de comida china. Ahí, nos atrevimos a pedir una orden de quince dumplings de cordero e, incautos e ingenios, todavía nos pedimos un tazón de tallarines cada quien, sin saber que casi casi nos iban a servir las ollas completas de la cocina por porción. Aquí aprendimos que la propina no es opcional en los restaurantes y se incluye en tu cuenta por automático. ¡Ah! Y nada de que “agrégale el 10”. Aquí es 15%, sin preguntar.

Después de la comilona, caminamos a los cuarteles del MUTEK, apenas a unas cuadras de distancia. En distancias de la Ibero, para quien conozca, es como ir de la estación  a la explanada. Ahí nos dimos cuenta de la espléndida ubicación de nuestro hotel.

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Ya en el Monument National, un edifico neoclásico del Siglo XIX con más pisos de los que pareciera delatar su fachada, nos encontramos con Chloé, una de las chicas del crew del festival, quien nos condujo a la sala de medios hasta un extenuante 6o. piso, en escaleras de doble vuelta y sin elevador. Sin embargo, la vista, la arquitectura, los pisos de mármol y los escalones crujientes de madera lo compensaron. La arquitectura siempre lo logra. En el lobby, nos topamos nada más y nada menos que con el mismísimo Alain Mongeau, a quien Chloé nos presentó y lo invitó para una entrevista el sábado. Con un gesto hierático y pocas palabras, accedió. Horas más tarde, yo lo vería en la Esplanade de la Place des Artes, mientras Willow Bell —muy parecido a nuestro Mario Morales de Modo Avión— se echaba un set “housero” por ahí de las 18:00 hrs. A pesar de la hora, el cielo aún era claro y luminoso. En Montreal, a las 20:00 hrs. todavía hay sol. Durante su sesión de casi una hora, me sentí como en un mini Bahidorá: gente de todas las edades, incluso niños bailando breakdance, sacaron sus pasos más freaks, robóticos y “vogueros” sin prejuicios ni miramientos.

De vuelta en el cuarto de prensa, nos esperaba Marilyne, amable y cálida como la mayoría de los montrealeses, bilingüe como el 60% de la población de la isla. Nos había conseguido ya varias entrevistas con algunos talentos del Festival MUTEK Montreal para los días próximos y nos invitó a instalarnos en un área llena de tornamesas Pioneer, bañada por la luz fría de un tragaluz y que serviría de espacio para nuestras transmisiones de radio. Desde ahí, una pequeña ventana de media luna nos daba una vista privilegiada de la Satosphère, el domo interactivo del Société des Arts Technologiques, un edificio justo al otro lado de la calle que, al igual que el Monument National, serviría de venue para los actos nocturnos.

Cerca de las 20:00 hrs., después de recorrer la Plaza de las Artes y encontrarnos con una feria de diseño y moda al lado del Museé d‘art contemporain de Montréal —algo así como un bazar de la Roma-Condesa con piezas de diseñadores independientes— la noche dio paso al fin a las experiencias multimedia que tanto habíamos esperado.

Vimos primero a CNDSD & Iván Abreu, compatriotas mexicanos, quienes se presentaron en el sótano del Monument National, con un show audiovisual completamente inmersivo que de inmediato nos devolvió a México con unas tomas de los transeúntes en Madero, desde nuestro propio Centro Histórico. Le siguieron otros encuadres cerrados de una máquina de costura: un pie en el pedal, una mano en el visor, otra agarrando chaquiras e hilos de una caja. A la mañana siguiente, en nuestra charla con ellos, Malitzin Cortés —la artista detrás de las siglas—, nos confesaría que las manos del video son las de su abuela y que habían querido imprimir en sus piezas visuales, una carga emotiva y familiar, casi cinematográfica y narrativa, en lugar de simples algoritmos traducidos a formas abstractas.

Del otro lado de la calle, por ahí de las 10, una especie de bodega industrial con muros de concreto en el SAT se transformó en una fiesta retumbante y concurrida, donde la profunda oscuridad sólo era interrumpida por los reflectores multicolor del escenario. Ahí se presentaron los artistas jamaiquinos Equiknoxx, acompañados de la energía vocal de Shanique Marie, quienes cimbraron el cemento y las vigas con sus bajos profundos y sonoros que hacían temblar hasta las víceras con una mezcla de ritmos latinos, dub y sintetizadores poderosos.

Un Davo extático y sonriente me diría después: “esto se siente como el reggae del futuro, se siente como algo que no habías escuchado antes”. Y así era. En medio de una ciudad con más de 180 años de antigüedad, estábamos escuchando y viviendo el futuro. Afuera, cuando salimos, un anciano vendía rosas con todo y su celofán. Me sentí en México de nuevo. Aquí también se venden flores en las esquinas.


Sigue a Alex Phoenix en Twitter: @AleksPhoenix

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